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“La obra de arte es una tarima con un micrófono” (Norton Maza).

 

Colección MAC: Post 90 II, viene a complementar una experiencia iniciada por su predecesora (2017), en torno al arte contemporáneo, completando y actualizando un capítulo marcado por la transversalidad creativa de artistas nacionales y extranjeros de distintas generaciones. Conformando un espacio dialogal donde prevalece el rescate visual de nuestro reciente acervo, propiciado por las nuevas políticas de ingresos y donaciones que desde ya han determinado el presente del MAC a partir de los 90’.

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Con miras a entregar al público una visión multidimensional, es que en esta versión junto a la pintura, el grabado, la escultura, fotografías, instalaciones y nuevos medios, han decidido expandir su espectro, agregando obras de gran formato, insertándolas con fluidez en el entorno museal, asumiendo el reto con un significativo despliegue corroborado en Acontecimiento Matérico (2017), magnífica obra de Federico Assler, donde a través del poliestireno expandido, hace toda una indagatoria en relación al volumen y la materialidad de un cuerpo escultórico que desde su rugoso relieve conversa con la luz y la sombra, generando un affaire plástico característico de su autor.

En otro escenario ampliamente destacado, surge Prototipo Bungalow Nº1 (2015), obra de 56 metros en escala 1:1, con la que Carolina Illanes, toma posesión de la totalidad del zócalo, mediante una alegórica reja perimetral conformada por paneles de cartón pluma, evocando a ese singular modelo constructivo empleado a partir de los 60’ y a la vez simula el frágil sentimiento de inseguridad que circunda nuestras casas. Con otra mirada crítica del paisaje urbanístico encontramos a I was there, proyecto presentado en la Bienal de Venecia el 2008, por Estudio Pezo von Ellrichshausen, en el que utilizando 100 miniaturas de artesanía popular crean un contrapunto entre lo vernáculo de ciertas estructuras tradicionales entre Parinacota y los Lagos, con aquellas edificaciones emplazadas luego del 2000, y que habitualmente se catalogan como “modernas”, tensionando sobre manera las relaciones de identidad patrimonial de este diezmado territorio.

En cuanto a fotografía, sobresale el registro testimonial de Kena Lorenzini, Marcelo Montecino y Helen Hughes, evidenciando tanto las postrimerías de la dictadura, como el clima de efervescente hostilidad política y marginalidad social presente en la época. En contraposición, destacan los mexicanos Kenia Nárez, Fernando Montiel y Rogelio Séptimo, con series donde afloran leves asomos de ironía, combinada con una irrealidad onírica, ponderada por el colorido de una rutilante atmósfera.

De igual modo en obras de mediano y pequeño formato, surgen nombres y propuestas emblemáticas como el collage Torso de Olimpia (2003), de Francisco Copello (1938 – 2006), quien hizo de la corporalidad su eje creativo, visceral y performático. Proposición muy distinta a la sugerida por Ximena Bórquez, en Dibujar Energía I y II (2016) quien rescata estímulos sensoriales que luego plasma en patrones serigráficos de trama vertical, que desde lo disciplinar dialogan con Venus in Paradise (2013) de Guillermo Frommer (Chile, 1953 – 2017), quien traslapó los escenarios, confrontando los signos inequívocos del poder (Palacio de la Moneda) con la decadente realidad que enmascara a esta acusante diva. En una línea paralela Patricio Rueda en Mi vida (1986), sorprende con una controversial metáfora de la marginalidad, personificada por el “Mohicano”, vagabundo que en ese entonces merodeaba la Iglesia de San Francisco, como símbolo indesmentible de precariedad, ratificada por un imaginario social que instaura una estética próxima al punk, que interpela a quien la ve.

Tono ficcional opuesto al exhibido por Pablo Ferrer en Excavación (2009), quien refuerza la idea de que toda imagen arrastra un pasado, como parte de un continente donde el imaginario empuja al paisaje a un ilusionismo que redunda en un fenómeno de desnaturalización de la realidad. Interpretación que también encuentra respuesta en Cuatro puntos cardinales (1992) de Ciro Beltrán, quien desde el empaste propone un comportamiento gestual orientado a tensionar la superficie pictórica, realzando volumen y trazo, pero con especial cuidado en el color, donde encuentra su máxima expresión.

Mostrando un enfoque que retoma la territorialidad con El mar del Caribe mare nostrum (1999) Eugenio Tellez, plantea una relectura cartográfica donde superpone tres capas pictóricas, logrando la yuxtaposición de un planisferio en el cual transitan diversos elementos iconográficos, formando un imaginario puente. Tentativa en la que también destaca La isla (reconocimiento) proyecto colaborativo del 2016, compuesto por cuatro canales de audio, un computador y un proyector, desde el cual Rainer Krause, invita a registrar y subir a una página web sonidos marítimo-costeros, con el propósito de reorientar el trazado cartográfico de las costas sudamericanas.

En otro ángulo, Klaudia Kemper, apuesta por un viaje a través del cuerpo, el que según la propia artista, asume como una gran pulsión, pero además como nuestro contacto matérico más vasto con el universo, y que se palpa en Ñum Ñum (2006), obra creada en razón a un fenómeno medial que emula el parpadeo de una oscilante mirada que incita a reflexionar sobre lo miniaturizado que somos.

Convengamos finalmente que Colección MAC: Post 90 II, la última versión curada por el actual director Francisco Brugnoli, pone en circulación la ruta que guía nuestra plástica, con sus consabidos contrastes, llamados de atención y testificación de un territorio indeterminado, aspecto a destacar que reconoce en el artista un rastreador que persevera en esa incansable búsqueda por hacer del hecho matérico-conceptual su elemento más representativo, en una práctica que apuesta por desafiar las convenciones, pero ante todo, por traslucir la expresión y síntoma de los tiempos.

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