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 “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí

– Augusto Monterroso.

Considerando que desde la aparición de la vida en la tierra, alrededor de 2.970 millones de especies se han extinguido y que los grandes reptiles que imperaron en el Cretácico – Terciario desaparecieron abruptamente hace 65 millones de años, nos puede dar una idea de lo trascendente que es ver a un artista de la magnitud de Theo Jansen, impulsando a una de sus esculturas vivientes o Animaris (animal + mar), ante el asombro de más de 3500 personas que colmaron la inauguración en el Centro Contemporáneo de Arte de Cerrillos en la muestra Algoritmos del viento, curada por la Fundación Mar Adentro.

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© Theo Jansen
© Theo Jansen

Guiado por el deseo de anticiparse a los efectos del calentamiento global, Theo Jansen (Scheveningen, Países Bajos, 1948), físico y escultor, luego de investigar diversos programas de simulación algorítmica de vida artificial, se aventura a crear con cuerdas, cinta adhesiva y sencillos tubos de plástico a las Strandbeests (Bestias de playa), una especie movida por el viento con el fin de resguardar las dunas y bancos de arena ante el progresivo aumento del nivel del mar en las costas holandesas. Pero inhibir la acción del agua es más que un simple anhelo: “Los tubos de plástico entraron en mi vida en 1990, en un lindo día de septiembre. Desde entonces los animales de playa han gobernado mi vida”.

Poco a poco se generó un vínculo tanto emocional como funcional, el que según el propio artista lo hace tan feliz como dependiente, lo que se demuestra con la interrelación surgida luego de sucesivas oleadas de seres –órdenes y géneros– que han permitido que, tras 27 años de ininterrumpida labor, la escala evolutiva continúe progresando hasta llegar a los Animaris Mulus, su doceava generación de la cual se espera que una vez que alcancen la autonomía plena, lo sobrevivan para por fin dejar atrás las aprehensiones dichas por él en periodo inicial: “Marcado por la ausencia de materia y donde la vida consistía exclusivamente en soñar con la vida”.

“Intenté olvidar la naturaleza biológica para genuinamente crear una nueva forma”, Theo Jansen.

© Theo Jansen
© Theo Jansen

Aunque aquí queda más que demostrado que para Theo Jansen nada es insalvable : “En mi taller, trato de hacer que estas ideas funcionen, pero los tubos siempre protestan en contra. Siempre quieren hacer las cosas de manera diferente”. Sin embargo, eso que aparenta ser un revés, en materia evolutiva resulta ser un decisivo avance. Por eso el que varias generaciones corran distinta suerte, da cabida para que una nueva descendencia o estirpe se nutra de quien la precede. Un aprendizaje que por cierto destaca el equipo curatorial. “Hoy forman un linaje que componen un sistema evolutivo propio con diferentes periodos, cada uno de ellos marcado por nuevas relaciones con el medio y con los materiales”, explica. Lo que a ha propiciado una serie de combinaciones, como un cerebro con un contador de pasos binario que reorienta el accionar del andante, un sistema que almacena energía mediante alas que bombean aire hacia unas botellas de limonada o estómagos de viento, un cigüeñal o espina dorsal impulsada por músculos neumáticos e incluso criaturas que fijan un perno al suelo para evitar ser arrastradas por las mareas, y tentáculos que se entierran en ángulo para empujar al animal hacia delante, mientras éste lanza círculos de arena.

Cientos de inusuales mutaciones que en rigor deben entenderse como relativas certezas y adaptaciones que desde ya robustecen a estas colosales esculturas cinéticas. Hecho que sin querer descorre estas imaginarias capas geológicas burlando el tiempo desde un eventual y pretérito futuro, operado bajo la lógica de que, como afirma Richard Feynman: “No se puede embaucar a la naturaleza” ni mucho menos pretender que ella todo lo enmienda. Algo que en gran medida asume Theo Jansen: “Intenté olvidar la naturaleza biológica para genuinamente crear una nueva forma”. Es precisamente ahí donde entra el azar y la intuición a jugar un papel que termina transformándose en arte, ya que éste último fue quien le dio la libertad de crear algo tan sorprendente, que partió no con un estado de iluminación, sino desde un sencillo Atari, y tras años de hacer ajustes a un desconcertante ciclo vital, pudo recorrer el mundo mostrando su trabajo, e incluso aparecer en el décimo capítulo de la temporada número 28 de los Simpson, acompañado de sus amadas Strandbeests y estos Algoritmos del viento que hoy nos hacen vivir una experiencia inolvidable.

© Theo Jansen
© Theo Jansen

No obstante, es oportuno destacar el impecable trabajo curatorial, que más que un recorrido, propone un recuento referencial que incluye bocetos con diversas líneas de experimentación y pequeños prototipos a escala de cada Animaris. Trazando una línea imaginaria de tiempo, donde el espacio ficcional guía al visitante por los distintos periodos evolutivos (desde el Gluton al Bruchum), creando una perfecta comunión entre lo didáctico y lo mágico, en especial en el segundo nivel donde uno además avanza por una playa en paralelo con una de estas criaturas vivientes, que por la disposición de sus velas y la serie de botellas almacenadoras de energía le permiten autopropulsarse y marchar por la misma arena que uno pisa, acompañado de los guturales sonidos de su hábitat, reproducidos en un video con el oleaje completando el cuadro.

Sugerente atmósfera que de por sí concuerda con el deseo del propio autor de expandir los márgenes del arte y la ciencia, a través de un trabajo que por primera vez llega a Chile dirigido a un público plural, que se maravillará con estos Algoritmos del viento, muestra indispensable en una época donde la obsesión por las redes sociales muchas veces nos distancia de estos irrepetibles momentos en que vuelves a ser niño y vez el mundo con la simpleza y sensibilidad de quien soñó con la vida a partir de modestos tubos de pvc. Porque a fin de cuentas como señala Hubert Reeves: “Si reducimos cualquier existencia física a lo más básico, nos encontraremos con energía y vibración”.

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