Sólo la pasión es capaz de inmolar al pudor o la secreta omisión y hacer que Benjamín Lira (1950) traspase pasadizos y espejos, dando a conocer Collages, construcciones y ensambles, un proyecto en obra por años guardado, que exhibe Sala Gasco, haciendo primar el dictado de su yo interno con un paréntesis dentro de su propio sello, al dejar que la fantasía saque a relucir su veta más lúdica e imprevista.
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Acusando una gran capacidad para desdoblarse, Lira propone un juego asociativo con el que se da maña para evocar una seguidilla de referentes universales, con otros que forman parte de su fuero más íntimo, desplegando una carga emotiva capaz de generar un justo equilibrio entre búsqueda y reversibilidad, en un proceso creativo que se expande hacia tantos tópicos como elementos se atreve a insertar: “Trabajo con el nervio óptico, junto al ojo de la mano. Descubro al ritmo del tiempo el tacto de los materiales. Y los objetos se ordenan a la sombra de la paciencia. De a poco el vértigo se transforma en equilibrio”, señala.
Un ejemplo de visualidad que va desde collage al hecho escultórico o el artefacto, creando propuestas que hablan de nostalgias y cavilaciones proyectadas, mediante un conjunto de objetos residuales en aparente desuso, pero que refulgen a partir de una apropiación silenciosa e intimista, elaborada casi con sigilo y desde ya refrendada en la irrupción de una obra creada a sus 18 años, la que teniendo como telón de fondo su extensa trayectoria, al unísono revela al artista en ciernes, encarnado en un ejercicio lúdico, susceptible de ser interpretado desde la perspectiva de un metarrelato legitimado por la intuición o el precoz anticipo, que hace las veces de preámbulo a un repertorio plástico en cuya densidad concepto-objetual, no sólo se advierte ese sutil entrecruce con el Dadá e incluso el Surrealismo, como ocurre en Máquina para oír el crecimiento de las plantas (1968), donde con trozos de madera, carretes de máquinas de escribir, piezas de reloj, una pequeña bocina y una pelota, se permite un guiño steampunk, el que sobrepasando la evidente “acronía”, crea una vital correspondencia con cada una de las 27 piezas restantes que compendian esta revisión en la cual articula un inédito patrón perceptivo.
En ese sentido, el autor prioriza por un régimen de significaciones, que ilustra junto a sus obsesiones más remotas, aquellas en las cuales preserva una correlación con la historia del arte. Un claro indicio de ello son la Gitana durmiente (Homenaje a H. Rousseau, 1993-2014), donde a través de madera y tela desentraña la esencia de esa obra originalmente pintada en 1897, o la Pechuga de valise (1976), con su seno de madera aferrado a una caja sujeta por una manilla, la que a su vez se adhiere al glorioso museo viajero Boíte de valise (1935 – 1941) ideado por Marcel Duchamp, dando forma a una intertextualidad visual de alto vuelo. Sin duda relecturas que también se perciben lejos del tributo en Buzón (2009) y Camello (2000-12), con una manifiesta transición hacia el collage. Recurso compositivo que según Lira es una forma sustituta de la escritura que ha subyacido a toda su obra, y es precisamente allí, donde la potencia cromática y el exuberante gesto se toman parte importante de la muestra, partiendo por la serie Construcciones (1992-97), dando forma a un corpus al que pronto se incorpora Panorama (1993), y esa Serie de pizarras antiguas escolares (1993 -2018), intervenidas con óleo y collage, desde donde aflora lo más reconocible de un autor que opta por realizar su mayor apuesta al ensamblar otras variantes volumétricas que amalgaman tanto lo estético como lo fortuito, en utensilios resucitados y re-semantizados, luego de haber sido hallados en ese baúl rebosante de recuerdos que es el mundo.
Descubrimientos que se tornan excepcionales, por el simple hecho de que Lira les da carácter a esos reencuentros materiales que va articulando cual collage, haciendo prevalecer toda su carga histórica, secular y vernácula. Triada destacada sobre manera en Diván (1996), Mesamóvil para naturaleza muerta (1997), Órganos de la vista (1998), Cambios de cabeza (2005), Misterio sin fondo (2012 -14) y Re-conocimiento (2016-18). Fundamentales ejemplos que conforman este elocuente maridaje atemporal en una muestra que lejos de decrecer, se potencia en la medida que uno va compenetrándose en ese trance metafórico que el autor propone, aunque a la par va advirtiendo la pulsión del propio Lira, quien observa desde ese ramillete de ojos o esa caparazón de tortuga convertida en rostro, y que lo hace prescindir de la máscara: “He decidido vencer el pudor y ahora los muestro porque me importan y porque es algo que siempre he hecho”.
Dicho en simple, Collages, construcciones y ensambles, es una puerta que se abre para refrescar la obra de un artista que por sobre el reconocimiento, enriquece su notable trayectoria con un enfoque desde el ser y su esencia. Que tiene el coraje de entregar una llave maestra a cada visitante para que conozca hasta lo más recóndito de su obra.