Desde situaciones pedestres y domésticas a sucesos de insospechada trascendencia, nuestro oráculo interno activa inconscientemente la obsesión por vaticinar. A partir de esa perspectiva El principio del fin, termina siendo una profecía auto-cumplida que culmina en una elucubración de quien supone tener la capacidad sobrenatural de visualizar el futuro. Para Sebastián Errázuriz, en cambio es una señal de alerta que lo insta, tras 12 años de residir en Nueva York, a desplegar en la Sala Corpartes una puesta en escena multidimensional, con la que advierte sobre el predominio absoluto de la tecnología y una inminente domesticación digital.
«Envestir a los hechores de esta hecatombe como insignes dignatarios de grandes imperios»
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Así, ad portas del colapso Errázuriz da cuenta de los insospechados alcances del poder, la diversificación de los dispositivos de control y su irrefrenable expansión de la inteligencia artificial. Convengamos eso sí, que la propuesta no se restringe sólo al hecho de asimilar un anuncio poco auspicioso, al contrario, apela a instalar un debate que propicie fuertes cuestionamientos a estos nuevos paradigmas virtuales y una discusión global que de antemano genera cierta resistencia e inadecuación a una profecía fundada en torno a la pérdida de los tradicionales modos de relacionarnos. Tal como lo adelantara Edward Snowden –“No quiero vivir en un mundo donde todo lo que digo, todo lo que hago, todo lo que hablo, toda expresión de creatividad, de amor o amistad quede registrada.”