Nominado como la persona más influyente en el mundo del arte por la revista inglesa ArtReview, el año 2011 Ai Weiwei (China, 1957) se diferencia de muchos creadores por ser un artista no especulativo, que hace de la cuerda floja una ruta donde no cabe transigir y se instala en medio del fuego cruzado entre su obra y su nación, quien por primera vez expone en Chile Inoculación, muestra curada por el brasileño Marcello Dantas, y que hace su primera escala en el Centro Cultural Corpartes, para luego seguir viaje a partir de septiembre por el resto de Latinoamérica.
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Así como las vacunas introducen en los órganos virus y bacterias, con el fin de salvaguardar nuestra integridad física, Ai Weiwei, ha decidido inocularnos con más de 30 obras contra la indiferencia y el dolor de quienes sufren, respondiendo a su compromiso con la vida, como en Ley de viaje (Prototipo B, 2016) y ese grupo de refugiados que va a la deriva sobre una monumental balsa inflable, donde sus protagonistas -al no tener rasgos-, apelan al concepto de igualdad universal, con un relato donde comprueba cómo la humanidad se desliga totalmente de su responsabilidad colectiva. En sintonía con un poema de Ai Qing, su padre: “En su rostro y su cuerpo se ven heridas por infinitas cuchilladas, pero sigue ahí parada, con una sonrisa frente a las marejadas“.
Como obrero social desafía la simetría de la complacencia, contagiándonos con su contestatario denominador que lanza una diatriba contra la enajenación social, la supremacía racial y segregación política; y otras tantas verdades irreconciliables, donde lo más preponderante es que su propuesta no descansa exclusivamente en el testimonio, sino en crear un efecto perturbador empleando una lógica donde concurren denuncia y metáfora. Dos dimensiones de una práctica compositiva que roza lo épico, como en Semillas de girasol (2010), obra compuesta por 15 toneladas de pepitas de porcelana, hechas a mano por 1600 trabajadores de Jingdezhen, antiquísima ciudad productora de esa cerámica, de donde Ai Weiwei toma dichas semillas para representar la carencia, pero a la vez el alma de su base alimenticia durante la revolución Cultural China (1966-1976), donde mucha gente murió de hambre. Corroborando que este artista y su obra contienen más allá de la expresión estética, un fuerte deber moral y espiritual con su patria.
Una declaración de principios transfundida en maravillosas y dramáticas alegorías que incluso envuelven las salas con un empapelado que parte en la irreverencia hacia el poder con Dedo (2015), continúa con El animal que parece llama, pero es realmente una Alpaca (2015) desde un fondo caleidoscópico elaborado con enchapados mecanismos de vigilancia y control del Estado, hasta llegar a Odisea (2016), y un extenso homenaje a quienes afrontan las guerras y los éxodos que éstas acarrean. Porque como señalara Foucault: “La historia que nos soporta y determina tiene la forma de una guerra, más que la de un lenguaje”. Evidencia de aquello son el video Casa de Cangrejos (2015), la instalación Cangrejo (He Xie) y las fotografías que registran el banquete de estos crustáceos, realizado en su estudio de Shanghai, poco antes de ser demolido por quienes pretenden imponer por la fuerza su visión totalizadora.
Si bien, desde una mirada crítica se hace casi imposible referirse a una obra en especial, es significativo recalcar la fluidez con que fusiona la artesanía tradicional china con el permanente influjo del arte universal, expresado en Vasijas de porcelana apiladas como columnas (2017), desde donde hace un giño a Constantin Brâncuși y La Columna sin fin (1918 – 1938). Claro está sin descuidar su enfoque social, tal como sucede en Dejando caer una urna de la dinastía Han (2016), un tríptico de matriz fotográfica, construido con piezas de Lego, que captura el instante en que Ai Weiwei, deliberadamente destruye la clásica figura, recreando lo ocurrido en la llamada Revolución Cultural en China, durante su infancia. Así mismo, es importante destacar al Hombre colgado en porcelana (2009), donde con solo una percha de ropa delinea el perfil de Marcel Duchamp, apoderándose tanto de su obra, como de su concepción de ready-made, desde una pieza llena de limpieza formal. Uso compositivo que emplea también en Cofre de luna (2008), obra originalmente compuesta por 81 cofres de madera de membrillo chino, de los cuales cinco se exhiben aquí, donde a través de las aberturas superior e inferior, recrea los ciclos lunares con un lance que une lógica matemática, el minimalismo funcional de los muebles, y el azar que propone el espectador con su desplazamiento.
Donde la traza urbana termina siendo determinante, es en dos intervenciones; partiendo por la explanada de CorpArtes con la instalación Bicicletas “Forever” (2015), compuesta por más de 1.000 bicicletas unidas entre sí, en una suerte de radial eclosión que interrumpa la calma constructiva del entorno, y luego en el Archivo Nacional de Chile, donde desde mayo, se pudo ver una de sus últimas instalaciones, Paso Seguro (2016), compuesta por cientos de chalecos salvavidas usados por igual número de refugiados, y que hasta hace poco vestían las columnas del patrimonial edificio.
Por todo, Inoculación es una exposición única, donde Ai Weiwei da cuenta de su madurez plástica, versatilidad y verosimilitud, expresada en esa perspectiva sensible cargada de humanidad, pero también de su incalculable dimensión artística, ejemplificada no sólo en estas obras que trascienden a su autor, sino en su decidora frase, fruto de su lucidez artística. “El arte siempre gana. Cualquier cosa puede pasarme a mí, pero el arte permanecerá”, señala el artista.