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El simple hecho de enfrentar al espejo es una forma de homologarse. Sin embargo, la cotidianeidad otorga al acto una imprevista cuota de desafección, opuesta al escrutinio realizado por muchos artistas que durante la historia del arte se han inmortalizado, engrosando esa perenne lista de autorretratos.

Imagen de su imagen de la cual tampoco estoy exento, ya que cuando fui parte del Taller 99, igual caí en ese onanismo estético. Aunque reconozco que de siempre mostré una cierta fijación este ejercicio plástico, incentivado por quienes fusionan obra y esencia, pero no desde la clásica correspondencia, sino desde lo innominado o lo exasperantemente llamativo, como Yue-Minjun, cuando desenvaina su destemplada sonrisa para burlarse de una sociedad displicente. Doble descaro que acentúa, reproduciéndose asimismo incontables veces. Patrón repetitivo que en contracara emplea Tetsuya Ishida (1973-2005) desde una perspectiva auto infringida con la cual encarna la crisis económica que sumió a Japón en los 90’, como consecuencia de un modelo neoliberal que atomizó los sueños del propio artista.

© Yue Minjun

© Yue Minjun

Sun Mi Ahn en cambio, juega con la dualidad de los sentidos, combinado los estereotipos y el erotismo, usando siempre su propia corporalidad bajo la lógica del sujeto/objeto. Componente artístico que a modo de impugnación emplea Hester Scheurwater, fotógrafa holandesa que, desde su cuerpo desprovisto de ropa, propone provocativas y explícitas imágenes, abriendo el debate sobre la sexualización femenina. Cosificación que calza con la sororidad expresada en el Autorretrato como Marilyn y en El Calendario Feminista con el que Andrea Mary Marshall, remarca el ultraje sufrido por muchas heroínas trágicas, propiciado por la industria de la moda y los mass-media. Brecha en la que se cuela Andy Warhol con su serie Drag self-portrait (1981), quien desde una ambigua transmutación devela su identidad de género, ante a una sociedad rebosante de prejuicios, y en la que el doble estándar se manifiesta en la golpiza autorretratada por Nan Goldin en Rojo maltrato (1984), brutal testimonio de una obsecuente realidad mezcla de ese amor-odio, tan naturalizado en nuestra vida doméstica. Escenario compartido por Adelaide Damoah artista británica de ascendencia ghanesa, quien ha usado su cuerpo como un «pincel vivo», para visibilizar la endometriosis, enfermedad que actualmente la aqueja, pero al unísono para denunciar diversas formas de dominio, el colonialismo, la violencia sexual y doméstica.

© Nan Goldin

© Nan Goldin

Pero, donde los autorretratos rompen todavía más el esquema convencional, es en las esculturas del mexicano Emil Melmoth, ya que al amalgamar lo bizarro con lo anatómico, conforma un lenguaje sobrecogedor que de por sí conversa con esa mórbida y sofisticada atmósfera creada por Guillermo Lorca en El encuentro (2019), donde se pinta decapitado y pisoteado por una joven, imprimiendo a su obra perturbadoras y encontradas sensaciones. Instancia a la que se pliega Ananké Asseff con Soñar el propio mar (2019) y esa réplica de su rostro- tipo máscara mortuoria- que por su posición y expresión descolocan, haciendo visible ese claroscuro entre vigilia y sueño. Posibilidad de contraste de la que se hace parte Takashi Murakami, con Buda oval (2015) monumental escultura de 5,4 metros realizada en aluminio y platino, donde recrea un kappa o niño demonio de mitología japonesa, quien con su doble cara representa la pasividad y agresividad del artista, frente a esta distópica sociedad contemporánea.

© Takashi Murakami

© Takashi Murakami

Según esta lógica los autorretratos además de ser una homologación del artista debieran inscribirse dentro de una relectura mucho más profunda, en la que Eduardo Vilches instala la serie Retratos (1973- 1974) mediante un acotado uso del color y el contraste dado por el contorno de su cabeza y manos, con variaciones que según sus palabras- “Son el testimonio de cómo viví la violencia de los primeros meses después del golpe militar”. Devenir histórico que replica desde su realidad país, el argentino Marcelo Brodsky en Autorretrato fusilado (1979) pero con una mirada, aún más lapidaria.

@ Marcelo Brodsky

@ Marcelo Brodsky

Obras que no necesariamente concuerdan con otras que, por definición han llamado mi atención, como la serigrafía Autorretrato en amarillo de Víctor Vasarely, donde percibo todo un acercamiento a la era digital y en especial al pixel art. Proposición que de plano contrasta con el autorretrato (1962) de Claudio Bravo, elaborado con grafito y pastel, en el cual fragmenta su propia imagen en una flagelación autoconsciente. Algo que no se condice con la desenfocada visión propuesta en 1966 por Gerhard Richter, en una distorsión de su propio yo, consecuente con esa veladura fuera de foco que le confiere a su obra un carácter tensional inigualable. Cosa muy distinta al autorretrato de cuerpo entero donde Lucian Freud, parece como arrancado de uno de sus cuadros de desnudos. Desinhibición que es amplificada en gran forma por Jenny Saville, cuando entreabre sus labios para embestirnos con esa sensual e impertinente dosis de deseo que vulnera lo privado.

Aun cuando este ejercicio sirva para satisfacer el ego del artista, eso no es impedimento para convertirlo en un Tablaux Vivant, que testimonie y cuestione esa inequidad que la sociedad subliminalmente tolera, y que tanto Cindy Sherman como Nadia Lee Cohen, atacan empleando un lenguaje representacional entre satírico y glamoroso, pero a la vez repleto de colores saturados, conformando una estética trasmutada que va de lo cotidiano a lo elitista y donde la exageración es un resabio del estereotipo.

© Gerhard Richter

© Gerhard Richter

Por último, no puedo concluir este recuento sin nombrar a Durero, Rembrandt, Picasso, van Gogh, Frida Kalho o Francis Bacon, y otros muchos que han hecho de la homologación todo un sello. Por lo mismo, quisiera mencionar a la artista italiana Sofonisba Anguissola (1535-1625), por ser la primera mujer en tener figuración durante el Renacimiento, destacándose por el moderno naturalismo de sus pinturas costumbristas, los retratos y en especial por proponer nuevas reglas en el ámbito del autorretrato femenino y además, porque sentó un precedente para que las mujeres fueran aceptadas como estudiantes de arte.