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Connatural a un artista está el hecho de evocar o reinterpretar una obra clásica. Licencia que muchos se otorgan, aun cuando los sitúe en punto de inflexión donde el costo del atrevimiento es siempre elevado, y de plano deben asumir el riesgo, enfrentando el enconado determinismo de aquellos que ven en la comparación una provechosa calistenia mental que los mantiene activos.

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Partiendo de la base de que nada surge por generación espontánea, que cada creación tiene un antecedente anterior y responde a una sumatoria de recuerdos que la memoria icónica retrotrae de manera involuntaria, haciendo de la evocación una conversión que amalgama la historia del arte con el proceso plástico y reflexivo de un artista, donde subyacen la asimetría inconsciente que inclina todo hacia la obra evocada, el homenaje al maestro que lo inspira y el íntimo deseo de tomar posesión a partir de una nueva impronta.

© Sophie Matisse-edit

© Sophie Matisse-edit

Es sabido que existen una infinidad de ejemplos, sin embargo, encuentro oportuno citar a Van Gogh quien reversionó en (1890) Descanso al mediodía (1866) de Jean Francois Millet, invirtiendo el orden de la imagen y todo el campo cromático del original. Desde luego Francis Bacon, con su célebre Estudio sobre el retrato del Papa Inocencio X de Velásquez (1953) dándole un inigualable sello. El que se extiende esa magnífica serie de 58 cuadros que Pablo Picasso pintó reflexionando en torno a las Meninas de Velázquez en 1957. Algo que se aprecia en Victoria de Samotracia (1962) de Yves Klein, quien personalizo la clásica esfinge (190 a.C.), imprimiéndole su característico pigmento (IKB). Aunque, es imposible iniciar este recuento sin incluir a Lluís Barba, artista que como ninguno ha hecho del “arte sobre el arte” una forma de lenguaje, reconvirtiendo cientos de obras y utilizando a los clásicos como soporte.

© Patricio de la O

© Patricio de la O

Si bien podría extenderme largamente, antes de caer en la tentación de un catastro, prefiero fijar la mirada en quienes abordan este ejercicio de apropiación desde una perspectiva local, tal como lo hizo Patricio de la O en A partir de Whistler (1988) y Almuerzo campestre en el Mapocho (1998), donde conversa con la tradición pictórica, desde una proximidad tan coloquial, que al resituarlos abre una ventana hacia un paisaje que va de lo inaprehensible a lo cotidiano. Un escenario al que también se suma Héctor Banderas a través su Nacimiento de Venus (1944), y esa sutil alegoría empapada de criollismo y onírica chilenidad, de la cual Caiozzama se desmarca ironizando con esa Venus de BotiSHELLi (2017), en la que fusiona los códigos publicitarios con la técnica paste-up para entregarse la lasitud callejera donde existe la posibilidad de que intervengan su obra, creando un diálogo permanente de grafitis, stickers y pegatinas. Un reversionar en el que sería injusto no considerar al fotógrafo Marco López, y esa última cena profundamente argentina en la que un cristo descamisado, comparte un chivito con un grupo de comensales.

© Mauricio Garrido

© Mauricio Garrido

Aunque si de intervisualidad se trata, quien se distingue sobre manera es Mauricio Garrido con Las tentaciones de San Antonio, El Jardín de las Delicias y La nave de los locos, tres relecturas en torno a Hieronymus Bosch (El Bosco), donde saca a relucir todo ese “mainstream” que habitualmente nos envuelve, para dar forma a un interminable collage en el que la memoria es la llave maestra dentro de esta incidental narrativa visual con la que funde arte universal y cultura de masas.

En correspondencia con este juego interpretativo también aparecen Gonzalo Díaz con Los hijos de la dicha o introducción al paisaje chileno (1979), con una recreación de La ronda de noche (1642) de Rembrandt. Judith Contreras con La balsa de la medusa naufraga en las costas chilenas (2002), reproducción de la obra de Delacroix que sumerge en el Pacífico, esperando que el mar con su salinidad la intervenga. Por su lado Bruna Truffa, redirecciona el imaginario combinando la cultura popular con incontables citas universales con las que se apropia tanto de La viajera (1926) de Camilo Mori, como de esa auto referenciada Frida Kahlo. Piedra angular de dos artistas que marcaron en 1989 con esta “heredad” una época. Me refiero a Pedro Lemebel y Francisco Casas (Las Yeguas del Apocalipsis) que con su “tableau vivant” o escenificación de su homónimo Las Dos Fridas (1939), se transformaron en un ícono de lucha y consecuencia.

© Judith Contreras

© Judith Contreras

A modo de contraste Roser Bru, en cambio enmarca su interés en Robert Capa, y ese Soldado caído (1936) que la trae de vuelta al origen como un eco de una España que se expresa en Gracias a Velázquez VI, obra que escojo entre varias inspiradas en el pintor sevillano, ya que metaforiza el tránsito de la existencia con una infanta Margarita retratada en tres etapas: niñez, adultez y edad madura.

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© «Las Yeguas del Apocalipsis»

Aun cuando dentro de esta extensa iconografía “Meninesca”, existan un sinnúmero de artistas que la evocan, hay dos en particular, que tuvieron el coraje de ver en el desacomodo un molde estético para crear una puesta en escena arrancada de una pesadilla. Clara evidencia de aquello se presenta en la obra de José Luis Carranza, quien con la aparición de personajes agónicos nos introduce en una atmósfera cromática que a su vez hace referencia al Street Art, y a esa perturbadora visión entre mórbida y barroca, en la cual se cuela subrepticiamente Joel Peter Witkin, alterando nuestra noción de normalidad y rompiendo con el discurso visual estereotipado y clásico, apropiándose de las palabras de Susan Sontag: “Algo feo o grotesco puede ser conmovedor porque la atención del fotógrafo lo ha dignificado”. Un giro muy distinto al propuesto por Sophie Matisse, bisnieta de Henri Matisse, quien escoge la supresión para devolverle al escenario del cuadro original (el cuarto del Príncipe del Alcázar de Madrid), no sólo su interioridad, sino ese vacío que impone la ausencia.

caiozzama

caiozzama

Sin embargo, no quisiera concluir este artículo, sin darme un gusto de mencionar a Ronnie Wood, bajista de Rolling Stones y esa estupenda recreación de Guernica de Picasso, exhibida en Londres a fines del 2019.

© Roser Bru

© Roser Bru

© Marco López

© Marco López

© Lluis Barba

© Lluis Barba

© Joel Peter Witkin

© Joel Peter Witkin

Imagen de portada: @José Luis Carranza.