«La casa, el hogar o el espacio vivencial, es una piel aparentemente objetiva que se subjetiviza en la medida en la que se adapta a nuestro cuerpo. Ese lugar donde pasamos la mayor parte de nuestro tiempo, es en estos días nuestro refugio. O nuestra cárcel.»
La vida se basa en estructuras de carbono organizadas llamadas moléculas que a su vez se componen de una unidad mínima, el átomo. Cuando lo aíslas, emerge un comportamiento diferente, una nueva forma de manifestar sus propiedades. Desde ese momento empieza a percibir la incapacidad de relacionarse con otros átomos o moléculas, permanece quieto y hace lo posible por eludir las paredes que lo retienen. Existen razones de peso por las que debe estar confinado y es el precio que ha de pagar para entenderse a sí mismo en relación con el entorno. La máquina en la que habita otorga la posibilidad de analizar individualmente su conducta en un ambiente de quietud y silencio, al mismo tiempo que manifiesta sus propiedades como artefacto diseñado para la supervivencia.
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La agonía del mercado del arte
Un espacio apto para la inmovilidad es, en estos días, el artefacto que más debemos engrasar para un perfecto funcionamiento. Además es el continente de huellas cargadas de memoria y experiencias que visten la realidad de quien lo habita, pero también es un lugar político donde las normas y jerarquías actúan al margen del contexto exterior.
La casa, el hogar o el espacio vivencial, es una piel aparentemente objetiva que se subjetiviza en la medida en la que se adapta a nuestro cuerpo. Ese lugar donde pasamos la mayor parte de nuestro tiempo, es en estos días nuestro refugio. O nuestra cárcel. Dualidades que me recuerdan a creaciones que abordan la realidad del espacio doméstico y su relación con el entorno que lo rodea.
Realidad o ficción
La casa, “el escenario donde transcurren nuestros días es nuestro autorretrato en tres dimensiones” decía el arquitecto Gustavo Gili Galfetti. Excepto que tratemos de construir ficciones en su interior. En ese caso, Guy Ben-Ner nos da pistas de como hacerlo. El artista israelí utiliza su casa como escenografía para contar historias que revelan diferentes convenciones sociales y comportamientos arquetípicos. Implicando a su familia, construye narrativas en base a novelas, cuentos populares o películas. Robinson Crusoe, Moby Dick o El pequeño salvaje, son algunas de las referencias a través de las que hace confluir la vida habitual de la familia con los procedimientos de los artistas conceptuales. De ahí que convierta su cocina en una isla desierta para relatar la vida del náufrago o la cuna de su hijo en una cárcel de la que un condenado a muerte se ha escapado. La vida privada es para Ben, un contexto condicionado por la convención donde explorar la brecha existente entre realidad y ficción.
Asimismo, Jeff Wall examina esa frontera cuestionando la inversión de ambos términos. Aunque no siempre, el espacio doméstico es uno de los campos donde Wall desarrolla su investigación artística. Un claro ejemplo de ello es A view from an apartment. El artista canadiense alquiló una casa vacía y le pidió a una amiga que se instalase allí, le dio dinero y le dijo que la convirtiese en su hogar. Un año después, realizó la fotografía. Este espacio real transformado en un meticuloso escenario hace dudar al espectador, al mismo tiempo que genera la pregunta: ¿Cómo se hace un hogar?
Refugio o cárcel
Cuando hablamos de hogar, parece que aludimos a un espacio donde se respira amor, seguridad o protección, pero en ocasiones puede ser una cárcel o un entorno adverso. Bachelard decía que todo espacio habitado contiene la esencia del concepto de hogar, por tanto su tesis desprende dicho concepto de connotaciones únicamente positivas.
En este sentido, Teresa Hubbard / Alexander Birchler representan la hostilidad del hogar en Eight, una vídeo-instalación que gira en torno a una fiesta de cumpleaños de una niña de ocho años en una noche lluviosa. Lo que en un principio parece el jardín exterior de la casa bajo una intensa tormenta se transforma sutilmente en el interior. La sensación interior-exterior se entrelaza y la apariencia de refugio se desvanece. La tormenta se manifiesta tanto dentro como fuera persiguiendo a la niña que deambula de una estancia a otra con el objetivo de salvar su tarta de cumpleaños.
Un sentido similar encontramos en la serie Femme-Maison de Louise Bourgeois. La artista franco-americana revela la relación entre la anatomía humana y la casa mediante imágenes en las que la vivienda sustituye partes del cuerpo de la mujer. En su obra se palpa la idea de la casa como espacio materno. Un entorno aparentemente protector y seguro, es al mismo tiempo un contexto dominado por un padre infiel y autoritario. Bourgeois enfrenta la cualidad de refugio a la de cárcel, resaltando el hogar como un campo de luchas de poder cargado de contradicciones.
Piel o muro
Al parecer, la estructura de una casa puede ser entendida como la anatomía del cuerpo ya que de alguna manera responde a nuestras acciones y se constituye con ellas. Ese autorretrato del que hablaba Gustavo Gilli en las primeras líneas tiene más detalle del que podría aparentar con un somero análisis. De hecho Pallasmaa aludiría a la casa como una metáfora del cuerpo, al mismo tiempo que determinaría el cuerpo como una metáfora de la casa. Por tanto el efecto del espacio artificial no se puede desvincular de la experiencia humana ni entenderse únicamente como un simple elemento de diseño, sino como una segunda piel.
Absalon respaldaría estas ideas con sus Cellulas, espacios autónomos que tratan de distanciarse de la realidad de un mundo caótico. Estos espacios remiten al cuerpo en la medida en que se transforman en la armadura para el desarrollo de una única actividad. Elementos utópicos componen microcosmos para la resistencia, donde la casa o el espacio habitable, se convierte en una extensión del cuerpo humano. Algo parecido propone Xavier Arenós con Madriguera. La instalación del artista valenciano se construye como espacio para el silencio. En este mundo de imágenes en el que estamos constantemente asediados por mensajes superficiales, surge la necesidad de autoexiliarse. A modo de útero materno, el espacio puede ser habitado por el espectador con el fin de que explore su intimidad y reflexione desde un espacio subjetivo acerca del mundo exterior.
Interior o exterior
Poco se habla de las personas que por desgracia no tienen un techo bajo el que refugiarse de la pandemia. A pesar de que algunos países ofrecen albergues para estos colectivos, muchos de ellos continúan expuestos y con menos recursos a consecuencia de la desertificación urbana. A lo largo del siglo XX y XXI algunos artistas han mostrado su compromiso con un sector tan desfavorecido como es el de las personas sin techo a través de proyectos que profundizan en su realidad, convirtiéndose ahora más que nunca, en tentativas para su supervivencia.
Lucy Orta, realizó una investigación en relación a este colectivo y se dio cuenta de que algunos individuos estaban viviendo en la calle por necesidad y otros por temor a vivir en una casa. Por ello creó Refuge wear, una arquitectura corporal concebida como elemento para la supervivencia y enfocado a quienes precisen de forma temporal e inmediata de ropa y refugio. Una estructura habitable predominantemente textil es capaz de convertirse en un vestuario apto para modificarse según las condiciones climáticas o sociales. A su doble función se le suma un sistema de bolsillos que contienen elementos de primera necesidad como alimentos o medicinas. En definitiva, la casa temporal acaba por ocupar el espacio urbano diluyendo la frontera entre lo público y lo privado, generando una manifestación simbólica de la intimidad.
Homeless Vehicle fue una de las intervenciones del artista polaco Krzystof Wodiczko. Su producción trató de explorar la realidad de los sectores sociales más marginados, cuestionando a través de intervenciones críticas las estructuras simbólicas y económicas de la gran ciudad. A finales de los 80 creó uno de sus vehículos como alternativa para la subsistencia de individuos sin casa ni recursos. El carácter nómada de estos artefactos tan sofisticados supone una estrategia para la autosuficiencia que irrumpe en la urbe como elemento crítico y provocativo más que funcional, mostrando las contradicciones y miserias de la sociedad contemporánea.
Tal parece que hoy nos identificamos con algunos de estos espacios, lo que confirma que no hay mejor momento para validar la utopía que en tiempos distópicos. Sin catástrofe aparente surgen visiones que enfrentan tanto realidades ambientales, sociales, políticas o económicas, como racionales o emocionales. El desafío al que nos enfrentamos hace de la casa el único campo de juego de nuestro cuerpo, obligándonos a indagar en todos sus rincones y a desarrollar la imaginación y la creatividad para no caer en la desesperación. A su vez se transforma en el caldo de cultivo de tensiones e inseguridades que empañan con incertidumbre los ojos de familias y comunidades ante un futuro caótico.
¿Acabará el átomo entendiendo a la máquina? Quizás necesite repensar su relación con ese espacio simbólico que arrebata su libertad pero concede experiencia y conocimiento. Ese guardián de lo que somos, vive gracias a nosotros como lugar exclusivo e imagen de nuestra identidad.
No hay lugar como el hogar. No hay máquina como la de habitar.