En la novela, Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce, 1984, cuentan la vida de Ángel Ros, narrador y protagonista, que desea ser escritor, y que junto a su novia viven diversos episodios de violencia, provocando asaltos y asesinatos por Barcelona.
La novela, presenta una descripción de la vida del protagonista a través de sus reflexiones. Ángel Ros, es un escritor sin publicaciones que pasa la narración entera intentando terminar su obra “Cant Dèdalus anunciant fi”, basada en su vida y en la de su pareja Ana Ríos Ricardi. Ella es una misteriosa joven latinoamericana, que vive la vida con liviandad tanto en sus relaciones amorosas como en sus acciones de violencia, sin temer a la policía ni a la muerte. Mientras, Ángel, sufre diversas confusiones por sus libros y acciones sobre las cuales parece dejarse llevar sin cuestionar la necesidad o su propia voluntad, solo preocupado de sus adicciones a Joyce, Morrison y la escritura.
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La novela, es contraria a la caída de los metarrelatos, pues se puede observar que ambos personajes tienen creencias y esperanzas de una vida mejor. Las utopías, se presentan con Ana desde el comienzo de su relación: “hacía juiciosos planes para el futuro, tendríamos una casa más grande, adquiriría la nacionalidad española y trabajaría legalmente, yo me dedicaría a escribir” (Bolaño & García, 1984, p. 57). También se observa en el viaje a Francia que ambos desean realizar; en la esperanza de no ser descubiertos; en los escapes de Ángel dentro de la literatura, en Joyce y en las flores que desea ir a dejar a la tumba de Morrison.
Sus vidas se ven como un transe, un viaje que acabará cuando logren salir de Barcelona, dejar la violencia y llegar al país donde formarán una nueva vida: “Después… la vida color de rosa. Ella estudiaría francés y haría limpieza en casas del barrio de Passy y yo escribiría, ¡sin parar!, encerrado en nuestra cómoda chambre de bonne” (Ibíd, p. 64).
Sobre los valores de los personajes, se observa la distorsión, y el liberalismo, de estos en múltiples circunstancias. La violencia en la que caen ambos parece irreflexiva desde la primera vez que asesinan a alguien, es más Ángel se muestra sumamente estoico frente a la situación, incluso, como andaba drogado pareció olvidarla: “Tu no parecías nervioso y después de preguntarme cuánto dinero había te pusiste a registrar el resto de la casa”. La muerte, de esta manera, muestra a la vida como un sin valor. Como un bien que no es preciado por los protagonistas. Esto se observa en cada asesinato en el que incurren pues ambos se muestran estoicos, como si fuera un paso necesario en la vida de todos los participantes, como si de otro modo la vida no fuera a continuar y tuvieran que pasar por estos momentos extremos.
Así, cuando Ana asesina al esposo de la poeta y su empleada filipina, Ángel pareciera tomar conciencia de la fealdad de la escena , al advertirle a la poeta “No mires” (Ibíd, p. 55), mientras ella se abalanzaba, tras un grito al cuerpo de su esposo, con una reacción absolutamente normal al ver a un ser querido muerto; sin embargo, a los pocos minutos ella también caería en este juego del sinsentido. Tras ser golpeada por Ángel para que retome la cordura, y acarrear a Ana hacia la habitación de huéspedes para que retome la conciencia, ofrece “preparar el té” (Ibíd, p. 56).
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Finalmente, Ángel, cuando ve a Ana muerta no sufre, no la vuelve a mencionar más que en el recuerdo constante que parecen alucinaciones: “Ana estaba tirada en el suelo, de lado y con un agujero en la frente. La miré sin acercarme pero con cuidado (…) Aguantando el asco y la desidia busqué en su chaqueta hasta encontrar la otra granada” (Ibid, p. 132). La nostalgia sobre la muerte de su amada, con la que proyectaba su escape y vida, solo se aprecia en las cartas que escribe a la madre de esta, pero con una brutalidad singular “Lamento tener que comunicarle la muerte de Ana (…), Total, Ana ya está muerta…” (Ibíd, p. 137), así menciona sus ganas de llorar, de tener una foto de ella, pero no se refleja una gran pena, ni angustia existencial. Por el contrario, es capaz de rehacer su vida rápidamente.
Quizás, la poca desesperación con la que se enfrentan a la policía en distintas ocasiones, también se presenta como un relato de las distorsiones valóricas en los personajes. Ninguno de ellos moralista, ninguno con un discurso tradicional convencional. Ambos, dispuestos a vivir sin temor a las consecuencias de un mundo reglamentado.
La liberalidad, se observa en las relacione sexuales de Ana “Al medio año de vivir juntos empezó a salir con otros. Me propuso que nos separáramos pero no quise. Le dije que por mí no había problema” (Ibíd, p. 58). Lo que también ocurre cuando Ana vuelve, después de haberlo dejado. Ángel le pregunta con quien estaba y si es que se había acostado con él, ella responde que con Juancho, y que sí, habían tenido relaciones. Pero nuevamente, a Ángel no le importa, sus sentimientos no se ven afectados por la vida sexual de su compañera, tienen una relación libre, sin trabas, pero con lealtad (Pf. Ibíd, p. 119-120).
Los únicos valores que se conservan, son la lealtad entre ambos, la idea de pasar la vida juntos independiente de lo que hagan o no hagan. Existía el metarrelato de una vida mejor, una especie de valor trascendental que se manifiesta por sobre la cotidianidad, incluso cuando Ana deja a Ángel, y él desespera, no la juzga a su regreso. Solo le hace un par de preguntas y vuelven a la vida de siempre, un robo más y a Francia, un robo más y a cumplir su utopía. “¿Qué vamos a hacer? – pregunté. El estudio parecía vacío. / – Me iré contigo. Estoy bien así”. Eso fue todo lo necesario para que retomaran la relación que se había acabado sin despidos, o quizás, que jamás acabó y solo se dio una pausa.
La violencia. Es el eje fundamental del texto, sin ella se caería el suspenso, se olvidarían los personajes y la narración abandonaría el sentido. Preferentemente, se manifiesta en Ana, quien actúa como mujer fatal: insaciable sexualmente, mantiene relaciones con Ángel y diversos amigos latinos; se muestra sin limites, o bien, poseedora de gustos poco tradicionales, como cuando le dice a Ángel que tenga relaciones con la filipina o la poeta, con la excusa de que está caliente (Pf. Ibid, p. 49).
De esta manera, ella logra manipular situaciones, llegando a los bordes de las situaciones, experimentando emociones fuertes y pasionales. Al respecto, Bolaño y García Porta, la presentan de manera determinista: ella es la mujer mala, viene de mala cuna pues su madre es una inmigrante, latina e ilegal, y no se sabe mucho más de su procedencia, por tanto, como mujer fatal, como mujer pecadora debe pagar sus pecados con la muerte, ya que demás, es ella quien asesina a todos los que mueren durante la narración, ella quien toma las decisiones de los lugares que atracaran, ella quien dirige a Ángel hacia todas las desventuras, mostrándolo a él como un hombre sumiso y enamorado.
Enamorado hasta más no poder y del cual se espera redención por no ser el “malo” de la película, pues él es el protagonista, quien narra la historia y se deja llevar por el descontrol de ella. Cuando se separan, Ángel, solo es capaz de asaltar una farmacia, por necesidad; cuando Ana muere, él deja la vida de violencia y asume una vida normal, tranquila, agradable. La redención de quien no es malo de cuna, quien no viene con pecado desde el nacimiento y cuyos mismos padres culpan a Ana de llevarlo a estas circunstancias, como le cuenta su madre: “figúrate que los padres de Ángel me vinieron a decir que tú lo habías metido en esto, que toda la culpa era tuya y mía” (Ibíd, p. 41), es algo esperable. El hombre atrapado por la mujer fatal, es perdonado y redimido por la vida.
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Consejos de un díscípulo de Morrison a un fanático de Joyce, es un texto muy bien escrito. Posee una estructura narrativa clara, que a veces logra confundir en cuanto a los tiempos literarios, o entre las ideas y palabras del autor, pero sin hacer perder el eje central del texto. Un texto que muestra la vida del personaje, con sus distintos matices y penas, a la veces de sus alegrías menoscabadas por las situaciones que vive. El modernismo se hace presente en cada página, como si aún no agotáramos la esencia de lo que reinó el siglo pasado, como si existiera una redención del ser, y fuéramos a llegar a ella independiente de nuestros pecados.