La obra Nadie lee fuego mientras todo se está quemando se lleva a cabo en un espacio reducido y oscuro, donde el juego de luces, sonidos y relatos acompañan los acotados movimientos de ambos personajes, condicionados por el peso que cada uno carga y que alude a su relación con la marginalidad y la desesperación que consigo trae.
Una revisita a la obra Hambre del año 2005, Cartas de Los Vigilantes, de Diamela Eltit, y un extracto de Bonzo, de Maximiliano Andrade, componen la puesta en escena presentada en el Teatro La Memoria, de la compañía Niño Proletario. Francisco Medina como el hijo, es el personaje cegado por una clásica cubeta ocupada para la construcción y con dificultades para modular. Su diálogo, el poema, representa los pensamientos que reinciden en la idea del fuego como símbolo de protesta e iluminación contra un espacio frío, sombrío y desigual.
- Te podría interesar
Diamela Eltit – Dios guiones, mucha discusión.
Mano de Obra | ¿Una sátira sobre la miseria?
Los vigilantes son representados por luces fugaces y sonidos de helicóptero que angustian al hijo y silencian a la madre, interpretada por Luz Jiménez, quien fue grabada leyendo una carta y luego reproducida a través de una proyección que da inicio a la obra. Reaparece después, imposibilitada de moverse por sí misma, derrotada por los años, el hambre y la eterna búsqueda de libertad. Dirigida por Luis Guenel, la presentación tiene un guion que relata la desesperación de la mente en un cuerpo y espacio que no fueron ni serán nunca propios, arrebatados por un sistema excluyente, en un país desigual, donde las calles se vuelven el hogar y el presidio del hijo y su mamá.
El espacio reducido condiciona el desplazamiento de los personajes en la escena. Yendo y viniendo, tratando de escapar sin llegar demasiado lejos. La dimensión cobra sentido cuando de Los Vigilantes se escucha: “Es verídico que las avenidas principales han perdido todo su prestigio y que los vecinos más poderosos ahora trepan hacia los confines, cerca de las planicies cordilleranas, para sortear la pesadumbre de la crisis”, contrastando con lo que los ojos ven: a los protagonistas desplazándose en círculos, comparando las posibilidades de desplazamiento, heredadas de generación en generación, por los distintos estratos socio económicos.
Pero el espacio no es el único legado. Luego de arrastrar, limpiar y mantener despierta a su madre, el hijo debe cargarla en su espalda, haciendo literal el peso de la memoria sobre sus hombros: “La arrastro. Esta noche y las noches y el día. La cabeza de mamá PAC PAC PAC PAC se golpea contra el suelo. Tiene hambre. Lo sé. Hambre.” Se plantea incógnitas sin respuestas y circunstancias que cuestionan el escenario nacional hasta llegar a la exasperación: “¿por qué escribir fuego y no quemarse a lo bonzo?”, se cuestiona Medina, la misma primera pregunta del libro Bonzo. Por lo tanto, cuando el fuego representa una forma profunda y válida de protesta ¿quién sería capaz de ignorar las llamas de la ciudad, lo suficiente, como para solamente leer “fuego”?
Es indispensable considerar la primera acción del hijo como una alegoría de la relación entre él y su madre. Luego de finalizada la grabación proyectada en una plataforma metálica cubierta de telas y plásticos, él desmantela, apresurado, cada objeto que cubre la plataforma, de a uno los dobla y ordena a un lado del escenario. Haciendo propia la imagen de la madre, sus palabras y sentir, transforma lo que en algún momento fue la proyección de ella, en su propio escenario e incluso reutiliza los materiales para cubrirse y habitar en ellos, como si de alguna forma, así, ella lo envolviera, mientras el público la observa en un cuerpo endeble, imposibilitado de moverse por sí mismo, entonces lo que en algún momento fue, es lo único que queda de ella para su hijo.
Nadie lee fuego mientras todo se está quemando
Se presentó en: Teatro La Memoria
Dirección: Luis Guenel
Elenco: Luz Jiménez y Francisco Medina
Dramaturgia: Teatro Niño Proletario