“No está mal ser bella,
lo que está mal es la obligación de serlo”
– Susan Sontag.
Así como las estrellas son parte de un ilusionismo cósmico, muchas de nuestras dolencias son fruto de un imaginario agravado por los estereotipos estéticos trasmitidos –cual virus– generación tras generación. Una perniciosa sintomatología que trae consigo una somatización que la artista visual Cecilia Avendaño (Santiago, 1980) hace visible a través de estas Enfermedades Preciosas, que gracias a la colaboración con Isabel Croxatto Galería, llega a la Sala de Arte CCU, bajo la curaduría de Andrea Jösch.
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Un perenne proyecto investigativo en el cual Cecilia, además ha contado con el apoyo de artistas, actores, curadores diseñadores y expertos en botánica, quienes por casi cinco años han aportado a un trabajo en el que intenta demostrar –mediante una mixtura entre el retrato clásico y la postproducción digital– qué tan susceptibles somos de contraer enfermedades más graves e invasivas que las patologías que intenta sanar la medicina tradicional. Estas, al estar posicionadas en nuestro inconsciente, no sólo se mantienen en estado larvario, sino que se enquistan como un síntoma socio-cultural que encubre una realidad abyecta que en la práctica se sublima, pero que aun así en Enfermedades Preciosas se instala desde la provocación, una vez que evidencia parte del derruir estético propiciado y procesado a través de los medios, el que se contrapesa en el hecho de ennoblecer las figuras de sus protagonistas con una sutil puerilidad, pero disonante imaginería botánica.
Esto implica un nuevo modo de representación, donde la artista reconfigura la identidad desde de la desazón, lo que genera un quiebre de la simetría y la desfiguración de los cánones idealizados por siglos. De este modo logra dar paso a una nueva estirpe, creada bajo el influjo de una anomalía en la cual sus portadoras se liberan desde el momento en que la artista emplea lo dispar como una impugnación directa a una sociedad que caratula y estandariza.
Un mirar de soslayo que se convierte en un lenguaje compartido por 19 imágenes donde desenmaraña una serie de dolencias que la cotidianeidad oculta. Un velo que desde su concepción incuba una solapada precarización marcada por barreras estéticas y convencionalismos los cuales se desploman a partir de un “metarrelato” elaborado, a través de la hibridación de elementos vegetales que en definitiva se transforman en un recorrido experiencial-sensorial precisado por la misma artista: “Es una reflexión en profundidad sobre la necesidad patológica de conectar con los principios naturales que rigen nuestros principios vitales, y de extrañamiento en relación a la maquinaria de ocultamiento que construye “imágenes adecuadas”, para la vida en la sociedad contemporánea”. A todos esos factores se suma el hecho de que exterioriza verazmente, aquello que se oculta y estigmatiza.
Aunque también es una vuelta al origen, tanto a lo primigenio de nuestras raíces con la botánica, como en el hecho de volver la mirada a nuestra propia naturaleza y aceptar lo que somos con nuestro entorno. En contraposición a eso, amalgama además esa otra cara menos amable ligada a una ritualidad artificial que Avendaño contrasta magistralmente con la inserción de ese brote vegetal que progresivamente se apodera de cada musa inspiradora de esta introspección estética con la que devela esta pulsión secreta en la que congenia lo residual y lo lúdico, como componentes basales de un proyecto que –obviando la intervención fotográfica– está impulsada por la memoria, de quien además se reconcilia con lo atávico, creando sus propios códigos y transformándolos en un germen capaz de trastocar con su propuesta los patrones de la belleza. A lo que adiciona otros modelos no aceptados y canalizados, no desde el ornamento –como aparenta– sino desde la exploración minuciosa de quien ausculta hasta el agotamiento una temática colmada de ambivalencias, donde se desafía y de manera manifiesta toda la escala valórica con la que se expresa.
Es clave entender entonces que en Enfermedades Preciosas, la artista más allá de oponerse a la banalización de la belleza, emite una señal de alerta con la cual busca hacerse parte de la discusión, al proponer un modelo de representación que privilegie una imagen no consensuada, sino creada entre el prurito y el encanto.