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“Pedro es voz, es escritura transformista que se vuelve voz, pero, para mí, Pedro es, fundamentalmente: ojos (en plural), y no una sino muchas miradas: voyeur o mirón, de lujo, es Pedro Lemebel, así como más que un flaneur, yo lo considero un caminador, un errabundo, un callejero, un trotacalles, un caminante privilegiado que nos transforma a nosotros, lectores y mirones, curiosos, en espectadores excepcionales porque Pedro nos muestra y hacer ver a personas”.

–          Soledad Bianchi.

“Lemebel”, escrito por Soledad Bianchi y editado por Montacerdos Editorial, cuenta en primera persona la relación que tuvo la crítica literaria con el reconocido escritor chileno Pedro Lemebel, sus apreciaciones sobre la calidad de su obra, los juicios de aquellas personas que se encontraban con él y las reacciones que su trabajo suscitaba.

Ordenado de manera capitular, el libro compila 8 publicaciones que Soledad realizó a lo largo de su carrera, referentes al escritor. Sin respetar un orden cronológico, cada artículo posee un llamativo título, haciendo en alusiones a los libros de Pedro, mientras que en otros genera comparaciones literarias, análisis de su forma de escritura y un perfil sobre el artista. “Lemebel de reojo” 2018, “Pedro Lemebel, pupila equis de la transición” 1995, “El cronista Pedro Lemebel” 1996, “Un guante de áspero terciopelo” 1997, “El ojo copuchento” 1999, “Como saltar al cielo, pero al revés” 2008, “Cercanías: Pedro Lemebel y Edgardo Rodríguez Juliá”, “Del neobarroco o ´la inestabilidad del taco alto’ (¿Un neobarroco chilensis?)” 2014.

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Tacones, tacones, tacones. Llenan los espacios divisorios entre las páginas del libro de Soledad, llenaban parte de la vida de Pedro cada vez que salía a escena o decidía usarlos para estar más alto, para demostrar una diferencia real. Taco alto está en el último texto de la crítica literaria chilena para hacer énfasis a “una opción por el ‘taco alto’ que le hace observar y elaborar las realidades que le interesan desde perspectivas diferentes, menos fijas, más oscilantes y mutables, sin rigideces, opuestas a los prejuicios con que él es percibido por quebrantarlos al impugnar cartabones definitivos, no solo en su apariencia sino, también, en sus producciones porque –para él y en estas– arte y vida son unidad”, explica Soledad.

Soledad Bianchi

Soledad Bianchi

“La abundancia de adjetivos, en la concentración de cada frase (…) en el manipuleo con las palabras que travesamente, y con placer, son atracadas, torcidas, invertidas, disfrazadas, hasta que expresen lo que se busca, por el imperioso deseo de exhibir todo lo que se quiere, absolutamente todo”.

Y son los tacones también un elemento de convergencia entre los textos. Soledad se cruza entre la vida, real, emocional, amistosa de Pedro Lemebel y la calidad de sus textos literarios, de sus crónicas, de sus performances. Se cruza como si no existiera una barrera entre las artes desarrolladas por el artista y logra hacer que el lector se inserte en su imaginario –sobre todo en “Lemebel de reojo”­–. De esta manera logra vincular su propia vida a la del artista chileno, contando anécdotas íntimas, como cuando ella junto al pintor Guillermo Núñez, su compañero de vida, iban entrando al Teatro Cariola a una actividad en favor del candidato a presidente Patricio Aylwin y ambos permitieron el ingreso de Pedro con Pancho Casas, “arropadísimos y con abrigos o impermeables largos, muy cerrados. Se nos acercaron y nos pidieron entrar con nosotros. Supusimos que algo planeaban y que sería interesante y trastocador…” explica la escritora sobre aquella escena en la que las Yeguas del Apocalipsis, en traje de baños femeninos, ocuparon el escenario con un cartel que decía “Homosexuales por el cambio”.

Sus textos dejan explícita la relación entre ambos, junto a otros intelectuales chilenos de los 90, de los 2000. Conocía a Pedro a fondo, a tal punto que incluso explica que jamás fue pareja amorosa de Pancho Casas, solamente artística; a tal punto que vivió, junto a ellos, las miradas “…enjuiciadoras, llenas de prejuicios, despectivas, burlonas” fuera de alguna tienda o en la calle. Porque Pedro Lemebel no siempre fue un escritor famoso, y Soledad también hace hincapié a su origen en el Zanjón de la Aguada. En su vinculación al mundo Mapuche y su sentir por la oralidad, “si para los mapuche ‘la palabra escrita se pierde, pero la palabra oída dura para siempre’, como dice Ernesto Cardenal, Lemebel tampoco cree en la fugacidad de lo hablado (…) Entonces, como desconfiando de los latinos que decían que la escritura hace perseverar, opta por hacer oír el lenguaje, como si se fiara de los mapuche o de Sócrates, quien nada escribió…”. Así también, refuerza el travestismo frente a la represiva sociedad de la urbe santiaguina, “temerosa de la diferencia, ansiosa de vigilar”.

“Lemebel” es un libro fascinante en el que convive una buena escritura, con historias reales y a la vez pone aún más en valor la obra del artista. Es un libro cercano para cualquier persona, incluso para aquellos que no conocen del todo la obra de Pedro Lemebel, definitivamente un must para cualquier amante de la literatura.