Las personas de un barrio están enfrentadas por culpa de un árbol. Algunos quieren cortarlo, otros conservar al centenario ser vegetal. Causó un accidente donde un motociclista casi perdió la vida, esgrimen de un lado. Escuchen, dicen los otros, escuchen. Sopla el viento y el follaje del árbol transmite el pensar de mil hojas. Es Estado Vegetal de Manuela Infante, una invitación a repensar la aparente quietud de las plantas.
“¿Qué tienen los árboles contra mi hijo?”
Muchas voces confluyen en la actuación de Marcela Salinas. De hecho es cerca de una decena de personajes los que pasan por el cuerpo de la actriz antes del final de la función, haciendo del monólogo un recital polifónico, que avanza desde un discurso inicial que debido a su parecido con el stand up causa varias risas en la audiencia, hasta un sentimiento de inquietud generalizada debido a la pregunta que hace la madre del accidentado. La mujer, que culpa a las plantas de dejar a su hijo en estado vegetal, consulta “¿qué tienen los árboles contra mi hijo?”.
Cuando la gente del municipio llega con la maquinaria para talar el árbol se encuentran con una niña instalada en medio de las ramas. Tal como hiciera Lisa Simpson cuando acampa sobre el gran árbol para impedir que lo corten. Esta niña habla lento, responde de manera literal a las preguntas que le hacen, confundiendo y exasperando a sus interlocutores. Quien más se desespera con el ritmo pausado de la joven es la vecina Eva. No es casualidad que su nombre sea el de la mujer castigada por comer el fruto del árbol del conocimiento, del árbol prohibido. La vecina Eva, que lleva tanto tiempo advirtiendo a sus vecinos del peligro que significa ese árbol descontrolado. Orden, por favor vecinos, orden.
“No puedo moverme, no puedo moverme, no puedo moverme, no-pue-do-mo-ver-me”
Como el accidente sucede en la vía pública son muchos los involucrados. La obra nos dará tiempo de escucharlos a todos, incluso a los que han perdido el habla. “¿Cómo dijo? ¿Quiere que lo saque de la maceta y lo ponga en la tierra?” Ahora Salinas es una viejita que vive sola, cuida sus plantas, las sube a una mesa para hablarles, así crecen fuertes, bonitas. Se sube el volumen del audífono para la sordera, está segura de que la planta le dijo algo. Sí, tierra, basta de macetas que limiten el crecimiento. Crecer por siempre, por los cientos de años de años que vive una planta. En esto del crecimiento infinito hay una de las interrogantes más interesantes de la obra, pues cuestiona el antropocentrismo al que estamos acostumbrados ¿qué derecho hay de cortar a un ser que vivirá más que todas las personas que conocemos? ¿Por qué nos sentimos dueños de la Tierra si vivimos tan poco en relación a los gigantes verdes? ¿Tiene razón la niña o la vecina Eva? ¿Qué decidirá el Estado en todo esto? ¿O es también un Estado vegetal?
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Con un encuadre perfecto en el escenario, la actriz se posiciona junto a la mesa, encima el mueble hay una maceta. Es todo el mobiliario que hay sobre las tablas. Tras ella 10 focos la iluminan alternadamente, marcando el paso de los días. Habla en un micrófono, bajo el cual hay un pedal para jugar con los sonidos, generando repeticiones, murmullos, preguntas. ¿El árbol puso un huevo? ¿No es eso una semilla? ¿Cómo puede estar vivo lo que no se mueve? Pero los árboles sí se mueven, crecen lentamente y en todas direcciones, todo el tiempo, parecen quietos pero son incansables. “Se veía venir” dice el funcionario de la junta de vecinos. Él –Salinas- trata de explicar todo lo relativo al accidente, para que quienes decidan puedan juzgar informados. Él vio lo que pasó en el departamento de la señora que plantó en tierra todo lo que tenía en macetas. Él sabe lo que dejo dicho la señora. Ahora es el turno de que el público lo escuche. Toma la hoja, la lectura del testamento comienza.
Hágase su voluntad.
Estado vegetal termina sus funciones en Santiago a Mil este lunes 210 en la sala de teatro de la Universidad Mayor.