Javier Ibarra Letelier (34) es el fundador y director de Teatro del Terror, compañía que lleva a cuestas once producciones y que busca revolucionar a través de un género poco abarcado por el mundo teatral: el terror.
El teatro nunca fue realmente lo suyo. Este actor, quien lleva siempre una sonrisa en el rostro, confiesa que era más cercano a las matemáticas y a la música. Tras salir de cuarto medio había pensado en entrar a Arquitectura, carrera que mezcla bien los números con las artes, pero tras un acto impulsivo, Javier optó por Teatro en la Universidad de Chile. Con miedo, empezó a avanzar en las pruebas especializadas de la carrera, desafiando sus propias capacidades y adentrándose poco a poco al mundo desconocido de las tablas.
Sin una incursión previa en algún taller u obra, afirma que se sentía como chancho en misa frente a sus compañeros, pero con el paso del tiempo fue conociendo sus historias y dándose cuenta que no era tan complejo como se había imaginado. En primer año surge su interés por la dirección y producción: empezó a fijarse más en la realización de los ejercicios en clase que en lo que él debía hacer como intérprete, complementando su mente científica con la veta teatral. “Para mí dirigir es una organización de todos los talentos, las capacidades de cada grupo humano artístico que trabaja en pos de una creación”, opina.
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Desde ese entonces empezó a fijarse en la iluminación, estética y efectos especiales que un montaje podría tener para ser un espectáculo memorable y de calidad. Ad portas de su egreso escribió y dirigió la obra “Dolores”, historia con tintes de terror sobre una mujer que huye de su ex marido junto a su hija y que deciden hospedarse en una cabaña a cargo de un hombre misterioso. El montaje fue reconocido en 2007 como la mejor dirección del 6° Festival para Nuevos Directores Teatrales, organizado por el Magíster en Dirección de su misma casa de estudios.
Sobre el reto de escribir y presentar historias propias, Ibarra afirma que es más desafiante montar obras ajenas. “Ya hay una autoría en base a ese texto y lo que uno tiene que hacer es darle un sello, una identidad a esa historia, y ahí está la dificultad: empezar a compartir y dialogar en base a un trabajo hecho por otra persona, que en la mayoría de los casos no conozco o somos de épocas distintas”.
Teatro y terror: temores frívolos
El miedo es una de las emociones más primitivas del ser humano, sin embargo, una de las menos exploradas en el mundo teatral. Javier afirma que no existen registros o referencias sobre obras que trabajen esta emoción a cabalidad. “Hay compañías chilenas que trabajan desde la oscuridad y la tragedia, pero no profundizan en el terror en sí. Es por esto que decidimos jugárnoslas por este género”.
Así surge la compañía Teatro del Terror, la cual a la fecha ha estrenado once obras y ha marcado pauta respecto a un nuevo uso del lenguaje en la escena nacional. Han obtenido en seis ocasiones el premio FONDART para ejecutar cinco de sus obras y giras nacionales, además de ganar el premio a la mejor dirección por el montaje “Macbeth” en el Festival de Dirección Teatral 2014 y participar en el Festival Santiago a Mil el año pasado con “El Pelícano”.
Sus producciones se caracterizan por tomar relatos clásicos, como “Ricardo III” de William Shakespeare y “La sonata de los espectros” de August Strindberg, pero en su última obra titulada “La Espera” decidieron aterrizar el terror al sur de nuestro país, en la región del Maule de 1936. Sobre la recepción, Ibarra comenta que “nos sentimos bastante conformes porque hicimos algo nuevo: tocar un tema relacionado a nuestras raíces. Ya no estamos tomando textos de Inglaterra de 1500 o de Suecia de 1900” .
Respecto al trabajo del miedo en sus producciones, Javier opina que gran parte de las obras vinculadas al terror que ha visto no exploran este sentimiento en profundidad, sino que se quedan en el ámbito más superficial de la sensación. “Viví un año en Barcelona y vi mucho teatro. Me llamó la atención una compañía sueca llamada Jakop Ahlbom, que tiene muchos recursos y que hace una gran puesta en escena con tremendos efectos que, si bien uno puede identificarlo como terror, es más bien un terror espectacular, casi un freak show. No alcanza a cautivarte con algo más profundo como la historia”, recuerda, refiriéndose al montaje “Horror”.
Lo que busca Javier y su compañía es cautivar al espectador a través de una conexión más profunda con los personajes. Busca que la audiencia se refleje en sus historias y acciones para que, finalmente, se cuestione hasta qué punto se puede identificar con aquellas emociones incómodas y algo ocultas del ser humano.
Se abre el telón, caen los miedos
Javier toma de forma pausada su café expresso, atento a la siguiente interrogación. Le pregunto si tiene miedos, a lo que me contesta que sí, como todo el mundo. “¿Cuáles son tus principales miedos?” le pregunto de vuelta. Se tarda más en contestar y mira a través de la ventana de la cafetería, buscando su más grande temor. “Tiene que ver con la incertidumbre de lo que viene. El oficio teatral es súper inestable: yo soy mi propio gestor, productor, realizador de todo lo que hacemos, aunque lo bueno es que trabajamos en comunidad, pero el futuro siempre es incierto”, reflexiona.
No sabe qué será de él el próximo verano ni de qué tratarán sus proyectos. Le gustaría un poco más de estabilidad en su oficio, pero admite que se sentiría ahogado si llegase a cumplir un horario o rutinas específicas. La libertad que le entrega el teatro es un factor que no cambiaría por nada del mundo, a pesar de sus inseguridades y riesgos. No duda en exponer su ansiedad en las distintas historias que produce, temores frecuentes de una sociedad que vive mil por hora, con el fin de transformar la escena en terapia para el mismo y para su audiencia.
Sin embargo, uno imagina que Javier es una persona que piensa constantemente en miedos o en lo perverso de los seres humanos, pero es todo lo contrario. Se declara admirador del director David Lynch y su postura positiva ante la vida. “El terror me ayuda a sacar mi oscuridad, pero trato de ver la vida de forma más optimista. Lo que más me enriquece en ese espacio fuera del teatro es mi hija, a quien le entrego todo lo que más pueda”, concluye.
“Hay compañías chilenas que trabajan desde la oscuridad y la tragedia, pero no profundizan en el terror en sí. Es por esto que decidimos jugárnoslas por este género”.
Sobre el miedo al fracaso, Ibarra piensa que no hay que autoengañarse y que hay que ser más leal a uno mismo, por mucho que se quiera complacer a otros o al mismo público de la compañía. Gran parte de estos temores los expone en ensayos y reuniones con el resto de los actores para dar a entender lo que quiere transmitir en el escenario. “Aunque uno maquille toda la puesta en escena con un estilo de terror, los personajes de la obra finalmente tratan temas muy humanos. Ahí es cuando tenemos que hacer un trabajo bien autobiográfico”, revela.
Acerca de los temores de la humanidad, Javier opina que el cine es su principal referente: demonios, zombies y monstruos han sido por años los responsables de agitar nuestros corazones ante lo incierto. El miedo es una sensación primaria y cautivante, que siempre se encuentra escondida bajo llave y que es inevitable que nos sorprenda. Es aquello que produce extrañeza y escalofríos con tan solo imaginarlo. “Hay que preguntarse a qué le tenemos miedo hoy porque ya no creemos en nada. Nos relacionamos menos, siempre estamos online, yo creo que tiene que ver con eso: la desconexión del ser humano y el control a través de estos aparatos”, concluye, tomando su propio IPhone para ejemplificar.