“Un libro debe ser el hacha
que rompa el mar helado
que hay dentro de nosotros” (Franz Kafka).
Alentado por la lectura, Mauricio Garrido propone un mundo impensado y al que nadie se resiste a entrar, desarrollando una aproximación lateral autobiográfica, en la cual esa aparente levedad de las palabras dan forma a un alegórico manual que brota de un imaginario enclaustrado entre las hojas de un libro, pero que aun así emprende el vuelo con esta invitación a Leer desde el Centro Cultural de las Condes. Con esta interesante muestra donde a través del collage y una serie de performances, ausculta el alma del espectador mediante un viaje representacional que nos insta a reflexionar sobre las páginas que han marcado su existencia.
- Te podría interesar:
BARCÚ, sumérgete en un mundo de arte y cultura
Ignacio Gumucio | “Considero más excitante ser Scorsese que Picasso”
Punto de partida de por sí complejo, ya que debe recrear cada uno de los textos escogidos y dar espacio a la obra para que ésta hable por sí sola, cosa que logra con propiedad tras desguazar una infinidad de libros. Su lei motiv es hacer de esta relectura una antología personal de cuentos favoritos. Viaje en reversa, que por cierto da cuenta de la minuciosidad en la ejecución, de un bagaje plástico y lector que lo faculta para reconocer en la memoria un fragmento donde subrepticiamente arma y rearma el crucigrama de su más íntima visualidad, en una suerte de insólita aleatoriedad representada en ese libro que te guiña un ojo desde un estante… de inmediato la seducción te hace ver al “Hombre invisible” de H.G Wells, que en este compendio de cuadros-cuentos destaca sobre manera por ser la única obra en blanco y negro donde el artista evoca una visualidad opuesta, simbolizada en la ausencia de color como una implícita no presencia. Giro que desde ya sorprende, dado que se desmarca del vivaz delirio cromático al cual nos tiene acostumbrados, pero del cual sale airoso, pues la sublime atmósfera sugerida atrapa al extremo de absorberte.
Aquí Mauricio Garrido nos demuestra que un modo de infringir la soledad es internarse en ese territorio siempre virgen que es la lectura, respondiendo a un imaginario que fomenta el reordenar una iconografía cargada de significados, como en “Alice in Wonderland” y “Alice through the looking glass” de Lewis Carroll, donde el artista adopta el papel de ese conejo blanco que cruza el espejo, proponiendo un periplo en el cual suspende el tiempo a través de una alucinante relectura donde la premeditación, la intuición y el azar son las aspas que hacen rotar aquellos mecanismos que permanecen confinados en su inconsciente y que aquí se confabulan, para imaginariamente continuar ensamblando esta magnífica serie de alegorías visuales, engastadas en una armazón donde el encantamiento se sigue expandiendo como en “A poison tree” de William Blake o en “El color que cayó del cielo” de H.P. Lovecraft .
Su lei motiv es hacer de esta relectura una antología personal de cuentos favoritos. Viaje en reversa, que por cierto da cuenta de la minuciosidad en la ejecución, de un bagaje plástico y lector que lo faculta para reconocer en la memoria un fragmento donde subrepticiamente arma y rearma el crucigrama de su más íntima visualidad
Leer termina siendo un sorprendente ejercicio indagatorio en el cual el autor busca reconocerse a sí mismo en cada relato, y aun cuando cada imagen pretende hacer prevalecer su autonomía, Garrido sabe domesticarlas poniendo la tensión en ciertos elementos que le dan sincronía a una composición, donde el hecho narrativo tiene la impronta de su inigualable sello, determinado por un milimétrico ensamblaje y por el influjo perceptivo de quien reinterpreta el orden natural de esos bellos retazos repatriados del interior de un libro o de un enciclopédico diccionario, otorgándoles un renovado hábitat.
La reconversión se refleja en cada collage aquí expuesto, donde el autor permea nuestro asombro mediante una estética exuberante que va de la mano de la hibridación, estableciendo un perenne diálogo con esos millares de órganos vitales que extrae para darles nueva vida, multiplicando la correspondencia entre los textos que brotan de la memoria y el consiguiente acto físico de recortar y pegar todo ese alborotado caudal de imágenes que suman y siguen hasta completar este mapeo antológico, donde el artista asume la difícil tarea de concebir collages que presuponen una relectura personal u obseso placer, que guarda estrecha relación con el plano emocional y compositivo de quien invita a emprender, como dijo Enrique Lihn: “Un viaje por esos países fantasmas a los que vuelves de memoria”. En una transfiguración que permite reencontrarnos con obras cumbres como “La Tempestad” de Shakespeare, El tríptico basado en “La Odisea” de Homero, “Las medias de los flamencos” de Horacio Quiroga y esa espléndida serie sobre “La isla del tesoro” de Robert L. Stevenson.
Así tal cual un árbol que desenrosca sus raíces, Garrido va desenmarañando su yo interior, para en paralelo contarnos su versión desde la espesura de un lenguaje neobarroco, con el que se aventura a hacer una revisión de obras clásicas. Claro está, luego de cernirlas en su mágico cedazo. El resultado es esta irrupción de alegorías visuales que en virtud de un ejercicio recopilatorio el artista recompone cada “portal o ventana dimensional”, espacio en el cual conviven Circe, Mampato, Ogú y Patoruzito con prístinos querubines y zoomórficas pin-up que flirtean con viejos astros de la revista Estadio, como parte de un rasgo distintivo, donde el autor articula un cuerpo de obra tan lúdico como surreal, en el que hasta el más ínfimo y pretérito recuerdo es captado por su agudeza y extraordinario oficio libre de todo canon.