Al entrar por Libertad 430, NAVE se presenta como un centro cultural, confundiendo al espectador sobre la finalidad del espacio. Sin embargo, basta pasar a la primera sala, la del tragaluz y los camarines, para notar que nave no encaja en esa lógica. Y se encargan de recalcarlo quienes hacen la visita guiada: “es un lugar de creación y residencia”, señalan, mientras que establecen la distancia porque su foco no es tener un show montado todos los viernes a las 20 horas, su atención e intención es la de ser un sitio para la experimentación, para la residencia artística interdisciplinaria, un viaje sin un fin delimitado, desarrollando las disciplinas de las Artes Vivas. El espacio, es el vehículo al que hace referencia el nombre del recinto.
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Su foco no es tener un show montado todos los viernes a las 20 horas, su atención e intención es la de ser un sitio para la experimentación, para la residencia artística multidisciplinaria
Residencias bajo la carpa
La primera sala, Caja Negra, es un gran espacio que está a oscuras. Al fondo, pantallas iluminan los rostros de cuatro personas que controlan equipos de sonido e iluminación. Están en NAVE realizando una residencia en estas dos disciplinas que toda puesta escénica requiere. Las frecuencias de los sonidos determinan la intensidad de las luces, los movimientos lumínicos varían en relación a lo que se escucha, en el fondo las butacas retractiles apenas se distinguen. Un sonido agudo y de alta frecuencia se hace más intenso, se estira mientras los focos van y vienen. Hay una cámara en el techo de la sala que se puede apreciar desde el vestíbulo, todo negro pero los juegos de luces tienen tanto ritmo que se nota que las cuatro personas frente a los controles están bailando. Avanzamos.
El recorrido sigue hacia Sala Blanca, conectada por una gran persiana retráctil con la Sala Negra. Ambos son espacios modulares, expandibles, cómodos para cualquier tipo de performance. No entrar con zapatos. Espejos en los muros. En esta oportunidad no había nada especial, y solamente se podía apreciar el espacio blanco con un suelo especial de danza creado para que los bailarines experimenten.
Subimos al segundo piso. Se acaba la confusión: NAVE, definitivamente, no es un centro cultural. Hay una cocina, baños, habitaciones y una población flotante de creadores/as que van y vienen en residencias de días, semanas o –máximo– un mes. A veces los dormitorios están hirviendo de gente, de artistas. Los residentes se pueden quedar en las instalaciones de NAVE y utilizar las salas para investigar. No es obligación realizar una muestra al finalizar el proceso, de hecho cuando se realizan reciben el nombre de “aperturas” y es muy fácil acceder a ver una de ellas. Sí, el lugar tiene un aire de hermetismo, de lejanía con el público inevitable, pero pensada como tal, y es que buscan darle privacidad a las mentes que están llevando las artes vivas a sus límites. En una especie de amor por el arte, sin buscar un resultado más allá que la investigación, la creación, la compañía de un espacio con el que pocas artes cuentan. Y a pesar del hermetismo, basta un mail para ver lo que el espacio guarda.
Subiendo la larga escalera blanca hasta la azotea del rescatado edifico patrimonial, se accede al lugar ícono de NAVE, que acogió las “danzoteas” y el bingo bailable para los vecinos del Barrio Yungay; la carpa de circo. Aquí conviven el infinito del cielo, la carpa como escenario histórico, y el incendio. Gracias a ordenanzas municipales todos los edificios del sector tienen alturas similares, limitadas, esto hace que la azotea no reciba sombras de rascacielos vecinos, por lo que hay mucho sol y amplias vistas. La carpa como lugar de recreación, removible pero permanente, con identidad propia de circo, de barrio y un escenario de 360 grados para conectar artistas con audiencias, son elementos que se cruzan con la realidad del barrio. Al mirar hacia abajo, por la cornisa, se encuentran los restos de la historia a través del incendio de la propiedad vecina. Aquí todo nuevo, allá las ruinas. Presente y pasado separados por un muro. Presente y pasado unidos por la triste realidad que vivió el Barrio Yungay cuando se declaró Zona Típica y, casualmente, las casas viejas comenzaron a quemarse… ¿cuesta más la restauración que el incendio?
La puesta en escena
En la tarde regreso a ver la apertura de proceso de Tamia Guayasamín. En la misma sala en que la artista ecuatoriana desarrolló su residencia tiene lugar la “apertura” de su proceso investigativo, sobre días de baile y lectura.
Ninacuri (fuego de oro), es el nombre de la investigación de Guayasamín. Toma el nombre de la nana de la princesa inca Curiximay Ocllo. Para explicar su residencia Tamia habla de Susana, una de sus propias cuidadoras que dejó una fuerte impresión en su niñez, también menciona la película “La nana”, para abordar el rol histórico de mujeres que crían hijos de otras mujeres y llama la atención sobre la ausencia de los hombres en estas actividades. Su intención, dice, es darle voz al personaje relegado al rol secundario. Para esto va a la pieza del fondo, a la habitación de servicio, y desde ahí trae al frente a sus protagonistas. A continuación expone, ante la decena de personas que se inscribieron por mail para asistir a la apertura, varios mapas conceptuales, lluvias de ideas, fotos y libros que dan cuenta de su proceso investigativo. Menciona también el rol de la oralidad que transmiten las cuidadoras, reforzando el ch’ixi (tejido) intercultural del continente, donde la migración de la servidumbre matiza con tonos diferentes la niñez. Tras una ronda de comentarios y apreciaciones, Guayasamín finaliza con una demostración de lo que desarrolló durante las dos semanas de su residencia. Comienza a sonar una canción de ritmo andino, marca el paso firme, cuando la música empieza a mezclar lo tradicional con lo sicodélico ella ya se transformó, toda su expresión cambió y ahora es una mujer mucho mayor, agotada, trabajadora, que está marcando el ritmo a pesar de llevar todo el día en repetitivos quehaceres domésticos. Su gesto es el de una mujer cansada de las voces que le piden mil labores, y sin caer en la mímica transmite la jornada de una nana. Objetivo logrado, audiencia de aplauso entusiasta. Tamia Guayasamín no tienen claro cuánto le falta para terminar su pieza de danza ni dónde la estrenará, pero es clarísimo que estas dos semanas de residencia concretaron un sólido punto de partida.
Vuelvo al Barrio Yungay, a apreciar la fachada del centro de creación y residencias, contrasta lo tradicional por fuera y lo contemporáneo del diseño arquitectónico de Smiljan Radic por dentro. En un barrio con mucha historia, NAVE danza el presente.