Maritza Caneca | Diarios del Agua

El trabajo de Maritza Caneca (Brasil, 1964) enlaza lo que Gastón Bachelard llama las “imágenes de la forma”, con las “imágenes directas de la materia”. Sus obras nos permiten constatar que ciertamente, “la imaginación material del agua es un tipo particular de imaginación (…) No nos bañamos dos veces en el mismo río porque ya en su profundidad, el ser humano tiene el destino del agua que corre”. Somos “seres en vértigo”.

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La conocida sentencia de Heráclito puede adaptarse a las piscinas, nombre que viene del griego piscis, pez, y que tuvieron desde la antigüedad un uso curativo. Igualmente las nociones de inmersión y deleite, transformación o meditación correlacionadas con el agua, atraviesan la historia y están presentes en la obra de Martiza Caneca cuya estética de la liquidez –captada no sólo en las piscinas, sino en acuarios y mares o en materias como el petróleo– fluye entre estados de tiempo, entre el caos y el orden, entre lo biográfico y lo arquetípico.

Caneca inició la Serie de Piscinas en 2012 tras una visita a la hacienda de sus abuelos donde pasaba las vacaciones de su infancia y la piscina era el epicentro de concurridas reuniones y el espacio del deleite y los juegos. Al regresar, tres décadas y media después le impresionó ver “el estado de la casa, y la piscina completamente vacía y abandonada. En esa piscina sólo quedaban residuos y memorias… Me di cuenta de que ese vacío se llenaba de recuerdos. ¡Y cuánta fuerza tenían!”. Esa percepción del vacío espacial y la concurrencia de memorias fue tan fuerte que empezó a investigar en Brasil la existencia de casas abandonadas y por los herederos de un esplendor pasado. “Lo primero que se dejaba de atender, eran las piscinas, que paradójicamente habían sido el reflejo del poder de las generaciones previas”. Poco a poco se convirtió en “la mujer de las piscinas”.

Pero lejos de llegar a una tipología de las piscinas, su cámara se ha ido transformando en un dispositivo de captar memorias en el agua (o en su ausencia en los espacios que deberían recibirla) a través del tránsito que la lleva de una ciudad a otra. La Serie de  Piscinas (llenas y vacías) con la cual ha comenzado a insertarse en el arte contemporáneo, es una obra en curso que ha desarrollado en piscinas captadas como escenarios –al modo de la Escuela de Düselldorf o de “la clase Becher”– en los cuales no es necesaria la presencia de personas para poder contemplar la conjunción entre lo íntimo y lo colectivo que flota en la superficie del agua o que se proyecta en el sedimento de sus suelos, cuando están vacías. Inevitablemente, las piscinas acaban por funcionar como brocal de un pozo donde se miran los propios recuerdos pero también como espejo social de las ciudades.

Ha fotografiado piscinas llenas y vacías en Río de Janeiro, en Sao Paulo, en Estambul y la Habana, en Jerusalén y Cartagena, en Ginebra, Miami, Nueva York, San Francisco, Los Ángeles, San Francisco, Marfa, Nueva Orleans, Boston, Lisboa, Porto, Hanoi, Banbkok y Camboya, y cada fotografía puede leerse como una imagen de un diario visual. No por azar, en otra serie paralela, ha explorado las imágenes de las sábanas destendidas en camas de diversas ciudades del mundo. El rastro de modos de vida cotidiana en las piscinas está tan presente como su propia movilidad de uno a otro lugar.

En septiembre de 2014 visitó Cuba con la idea de fotografiar las piscinas de la isla y se encontró con que las habían mandado vaciar. No era sólo porque fueran signos del antiguo esplendor burgués, sino porque costaba mantenerlas. Pero no eran arquitecturas abandonadas sino adaptadas como nuevos espacios de juego. En la isla, excepcionalmente fotografió las piscinas a la luz del sol, pues suele esperar los días nublados para crear atmósferas con una luz difusa.

El agua es el elemento en donde Caneca captura caligrafías del instante, una “escritura” de formas líquidas en conjunción no sólo con la luz de una hora precisa, sino con las memorias de los juegos en el agua, evanescentes como el fluir de los días. Durante tres largas décadas esta directora de fotografía que hace seis años se volcó al mundo del arte como autora, estudió las lecciones de la luz de Vermeer, de Rembrandt y Caravaggio, tanto como los espacios cotidianos de Edward Hopper. Sus Diarios del agua contienen en el trasfondo otros diálogos con la historia del arte: por ejemplo, con la luz que baña el mundo en las piscinas de Los Ángeles pintadas por David Hockney, pero sus piscinas no contienen en general presencias humanas salvo excepcionales nadadores captados bajo la superficie, con el deleite del ser sumergido en el elemento primigenio.

Si las piscinas vacías hablan del caos, en las piscinas llenas –capturadas en el esplendor de las formas– reina un orden que promete perdurar. La ilusión del instante perfecto funciona en varios niveles: la vista exterior puede contener signos del sistema cultural al cual pertenecen, reforzados por los títulos que explicitan las locaciones y por las arquitecturas contiguas de baños y vestieres; pero a la vez, la liquidez rodea el azar geométrico de los aditamentos usados para sus diversos usos –signos, divisiones, formas de ascenso o descenso–. En otros casos, las piscinas llenas no sólo deparan el deleite estético de las inesperadas geometrías, sino la sensación del agua devolviendo el orden, la plenitud de los días a invitan a modos de inmersión.

Maritza Caneca recuerda también la sensación física del sumergirse hasta el fondo de la piscina y descubrirse en posesión de un momento solo suyo, donde el mundo se silenciaba y sólo parecían existir su cuerpo y el agua en el universo. El ascenso significaba regresar al ruido del mundo: “Rápidamente volvía hacia el fondo, hacia el silencio, tan semejante al del útero materno o a la sensación del ser flotando en la nada”. Un modo de meditación. Ese es el origen del video que titula justamente Inmerssion y que filmó en cámara lenta, capturando la sensación de plenitud de hundirse en el agua como quien suelta el ancla del mundo. De modo que sus fotografías no sólo deparan la evocación de memorias sino la invitación última a sumergirse en el silencio de una inmersión. Por ello, la curaduría privilegió como última experiencia el video Oraziao, filmado con imágenes de oscuro petróleo –esa agua negra– extraído en el océano, pero sobre todo, capaz de transferir la emoción de una inmersión, más allá del tiempo y el espacio, en el misterio.

La exposición puede verse en Clima Art Gallery, Miami. Haz clic acá para más información.

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