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En la Divina comedia, cuando Dante se encontraba en el noveno y más profundo círculo del infierno, donde estaban los traidores a la patria. De repente, un movimiento auVista previa (se abre en una ventana nueva)daz de Virgilio sortea el diablo, y logra hundirse hacia el centro de la tierra. El cambio de eje logra sacarlos a los dos y llevarlos al purgatorio. Esta analogía no está muy distante de la propuesta que TRansHisTor(ia) plantea por medio de la exposición La Nariz del Diablo, que ocupa tres pisos del Espacio Odeón.

La muestra profundiza en la idea de progreso que han vendido implementado las políticas de turismo y la minería durante más de 40 años, para mejorar las cifras del Producto Interno Bruto.

El título de la exposición alude a un lugar que queda a medio camino entre Bogotá y los pueblos: Melgar, Girardot y Peñón. Lugares destinados en 1950 a ser foco de turismo y que, hoy en día, están llenos de fincas deshabitadas y clubes de descanso. El colectivo de curadores explica en su investigación que: «su leyenda inició durante la construcción de la carretera hace setenta años, cuando en la zona de Boquerón los trabajadores dinamitaron una gran roca para proyectar la vía cerca al cauce del río Sumapaz. Tras varias explosiones la piedra resistió y dejó una gigante protuberancia en forma de nariz, lo que impulsó a varios testigos a sostener que el diablo habitaba esa zona».

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San Andres de Antonio Caro_Foto Felipe Suarez

San Andres de Antonio Caro_Foto Felipe Suarez

La muestra profundiza en la idea de progreso que han vendido implementado las políticas de turismo y la minería durante más de 40 años, para mejorar las cifras del Producto Interno Bruto. De esta manera, una selección de doce artistas colombianos cuestionan la condición de vida de sus habitantes con respecto a la idea primitiva de progreso, o la afectación que tiene la explotación minera o la inversión extranjera por el cuidado de la biodiversidad. A continuación, los nombres propios mencionados en las obras hacen alusión a destinos turísticos o lugares de reservas naturales de Colombia.

Doce artistas colombianos cuestionan la condición de vida de sus habitantes con respecto a la idea primitiva de progreso, o la afectación que tiene la explotación minera o la inversión extranjera por el cuidado de la biodiversidad

El engaño visual del progreso

Así comienza un viaje por el imaginario turístico que repasa la idea de «lugar paradisiaco», equiparable al relato de Dante describiendo a Mefistófeles cuya «su fealdad iguala su belleza cuando contra el criador alzó los ojos». El artista Andrés Buitrago interpreta con agudeza los contrastes entre el paisaje visible para extranjeros y personas que viven en un “Paisaje invisible”. La muestra está compuesta por una serie de paisajes acompañada por la mirada de los habitantes de Cartagena o Chocontá. En contraste, están puestos al lado los mapas de San Andrés y, hecho con monedas que tienen por un lado el croquis de la isla, con la que se representa la relación del territorio con las políticas de inversión. Realizado por Antonio Caro a finales de los 80 cuando circulaba una moneda de baja denominación con el croquis de la isla promoviendo una imagen de puerto extranjero y comercio entre las islas del Caribe.

«Afección Turística» de Juan David Laserna muestra una selección de postales y afiches que fueron utilizados entre los 80 y los 90 para promover el turismo. «La historia de tanta publicidad es quizá un interminable ejercicio que acaba en el anonimato» plantean los curadores en su postulado. Esta reflexión lleva a otro paisaje, el que se escapa de los bordes de las cámaras digitales compactas, que apuntan al progreso y lo maravilloso.

Al trabajo de Laserna y Buitrago, se les une en el mismo piso la obra “Libertalia” de Elkin Calderón. Un video aéreo de una península atiborrada por palafitos y chozas de bahareque, que muestra la densidad poblacional de un lugar muy pobre en medio de la zona marítima con problemas de sobrepoblación. Este proceso de gentrificación afecta la habitabilidad, puesto que no cuentan con recursos para mantener el estilo de vida, ni servicios básicos como agua potable o electricidad.

Soplo de oro de Nadin Ospina_Foto Felipe Suarez

Soplo de oro de Nadin Ospina_Foto Felipe Suarez

Le acompaña en el tercer piso el mediometraje “Se llamaría Colombia” del cineasta Francisco Norden y el cortometraje «Pa’ Colombia» de Carlos Lersundy, grabados durante la década del 70. Por aquella época el gobierno estaba promoviendo la Ley de Sobreprecio, que sirvió para la promoción del cine nacional, estos dos proyectos narran la transformación de la vida rural en urbana a causa del crecimiento del comercio y el imaginario de obtener mayores oportunidades laborales en las ciudades. Esta selección es también un homenaje a la historia del cine en Colombia y su manera llevar al público historias sobre la transformación del país.

Siguiendo el recorrido, en todo el pasillo que da vista al segundo piso está una estatua dorada hecha por Nadín Ospina que lleva el título «Soplo de Oro». La obra de Ospina se caracteriza por mezclar técnicas antiguas con formas e imágenes modernas y mediáticas. Así pues, en esta pieza reproduce una imagen diseñada por Theodor de Bry (1528-1598), quien nunca estuvo en América pero que le encomendaron la ilustración de muchos libros acerca del continente recién descubierto. Su desconocimiento por las culturas que allí habitaban lo llevó a hacer figuras y crear situaciones que se alejaban mucho de las imágenes reales. En esta, particularmente, recrea la preparación de un cacique que los están bañando en oro para un ritual y que motivó a los colonizadores del siglo XVI a invertir su capital en la búsqueda del lugar imaginario conocido como El Dorado.

Un país ajeno

No sólo han sido engaños con imágenes, sino que también están exhibidas obras que muestran la ambivalencia de ese sentido patriótico por medio la explotación de la tierra. La obra “Minería”, de Caro, está compuesta por una bandera de Colombia con una franja pintada de negro y la palabra que le da el título. La franja manchada es la amarilla, que significa la riqueza del país y, en su propuesta, el artista conceptual pone en evidencia los problemas de minería que tiene el país producto de licencias de extracción de minerales a compañías extranjeras. De igual manera, el artista Jeison Castillo presenta su obra “Santurbán” de la serie Páramos. Una apuesta por problematizar un dilema similar el que tiene San Andrés, puesto que Santurbán es un lugar que debe ser protegido por su riqueza hídrica y el gobierno le está dando licencias de explotación al proyecto Minesa.

Columbia de Fernando Arias_Foto Felipe Suarez

Columbia de Fernando Arias_Foto Felipe Suarez

A esto lo acompaña el trabajo de Fernando Arias, con tres obras: “Columbia”, una adaptación al trabajo de Antonio Caro “Colombia Coca-Cola”; el nombre de Colombia escrito con las letras de Coca-Cola, pero en el caso de Arias reemplazó la O por una U, imitando la pronunciación anglófona de personas que no conocen el país y lo pronuncian mal.

Otro de los proyectos de Arias que se tomó el tercer piso de Odeón fue la obra “El país de los demás”: una serie de cordones de terciopelo utilizados como separadores que simulan el croquis de Colombia, impidiendo el paso del público por una gran parte del piso. Arias explica que «esta obra fue pensada por que Colombia es el país de todos menos de uno, de los que somos de aquí, vendida a empresas extranjeras, políticos y terratenientes que tienen en sus manos la mayoría del territorio nacional».

Exposición La Nariz del Diablo_Foto Felipe Suarez

Exposición La Nariz del Diablo_Foto Felipe Suarez

Por una genealogía de la cultura visual

La muestra se sumerge en un concepto que parece tocar fibras sensibles de las políticas equivocadas para mejorar las condiciones de vida del país y los lleva a otro extremo por medio de esa ruptura en trabajos artísticos que critican la imagen como medio de propaganda política y cuestiona la falsa felicidad de la publicidad. Además, los curadores se arriesgaron al mezclar arte conceptual de pleno siglo XXI con afiches publicitarios ochenteros y noventeros, y argumentales muy en boga de la década del 70, época dorada que buscó independizarse del cine norteamericano.

La Nariz del diablo no es la primera exposición que realiza el colectivo TRansHitor(ia). A partir de un proceso que ha venido realizando en otras exposiciones como la de Rojo y más rojo, acerca del taller de arte gráfico que reunió algunos artistas para cuestionar por medio del arte problemas políticos; Múltiples y originales, una mirada a la cultura visual colombiana de los años setenta, o un trabajo de documentación de los Salones Regional de la Zona Centro, para luego crear un proyecto curatorial que reinterpretara ese trabajo, de la mano de los artistas Felipe Arturo, Leila Cardenas, Nicolás Consuegra, Ximena Díaz y Monica Páez. Por todo, esta exposición es un capítulo más de esa genealogía que ha estado reconstruyendo el equipo curatorial por medio de sus investigaciones.

David Felipe Suárez

Periodista cultural y museólogo