Dar por sentado que un término debe tener una indesmentible unidireccionalidad, puede darnos una idea de lo errado que estamos frente a cómo el arte baraja sus cartas. Por ejemplo, al hablar de zumbido mantenemos la creencia de que se trata de un efecto vibratorio repetido hasta decir basta y que un estereotipo es algo preconcebido, inmutable y que está tácitamente arraigado como parte de un patrón interno. Sin embargo, Tully Satre en Zumbido y Rodrigo Moya en Estereotipo, pretenden romper esa convención, cada uno con una muestra individual desde la Galería Posada del Corregidor.
Desafío que asume en gran medida Tully Satre (1989), artista visual estadounidense con un proyecto elaborado a partir de una serie de retratos base (cuatro veces más grandes que la obra final), los cuales pinta y luego disecciona, para con esas tiras de tela rasgada y extendida vertical y horizontalmente, ir formando una trama donde superpone el plano físico tejido contra un plano pictórico, logrando un nuevo y sorprendente retrato o pintura-objeto que rompe con el zumbido tradicional al crear una nueva tesitura visual en cuyos acordes resuena esta grilla que, por su volumen, fragmentación e imperfección se desmarca del bastidor monocorde al cual intentan acostumbrarnos.
En otras palabras, el entender este Zumbido, no radica sólo en la dinámica del hacer o repetir sostenidamente una determinada fórmula, sino en cómo se aborda la imagen, partiéndo por las numerosas capas que se van transformando en algo novedoso hasta para el propio artista, ya que si bien mantiene cierto control de los retazos, al ir traslapando una facción con otra, éstas toman posesión de la cara resultante, tal cual un zumbido permanente, remarca el mismo Satre: “Para mí hay un movimiento en esta fragmentación, de la que sigo aprendiendo y trabajando, pero en general siento que mi obra no se siente como un resultado estático sino más bien como una animación”. Un trabajo en el cual curiosamente se trenzan en este espacio reticular, además algunos zumbidos tecnológicos o informáticos tan notorios como el Glitch que para el caso evidencia aún más esa característica no prevista, pero muy sobre manera el Pixel, ya que si bien esta serie no está conformada por un mapa de bits, a ratos parece que si lo fuera, aunque manualmente elaborada. Lo que por supuesto, opera como un latente zumbido disciplinar.
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En esa misma línea surge Rodrigo Moya con Estereotipo, una serie que descansa sobre dos enfoques complementarios. El primero surgido de la exploración en torno al estereotipo de belleza clásica, como un elemento determinante en la cultura occidental. Asumiendo que desde el Renacimiento se desprenden los referentes icónicos que reproducimos hasta hoy en la historia del arte, que en el caso de este proyecto se reconocen en Leocares, Miguel Ángel, Boticelli o Da Vinci, en revistas de moda como Vogue y en la modelo y actriz neerlandesa Lara Stone. Impronta que Moya potencia al incorporar en su trabajo la idea de copiar estos íconos, imitando manualmente la trama del offset y otros sistemas de impresión mecánicos, en un ejercicio que rompe con el paradigma estético-funcional, articulando un modo de operar que contradice toda lógica. Lo que deviene necesariamente en una inversión del semitono o trama de puntos, haciendo que su pintura dé un giro “retroactivo” al volver a hacer manual lo mecánico, logrando un producto acabado notable, donde a simple vista no se diferencia lo supuestamente industrial con lo hecho a mano. Un traspaso que, sin duda, pudiese potenciarse interviniendo con mayor propiedad los referentes y no fiándose tanto de su excesiva reproducción, permitiendo así que la eventual “intromisión” redirija la iconicidad y pregnancia del estereotipo.
Por otra parte, lo que unifica a estos artistas, es que en sus proyectos se vislumbra un deseo de cuestionar en torno a la matriz pictórica y en cómo el artista aprovecha esa instancia para reformular la materialidad de su obra, haciendo muchas veces que el soporte se vea como una transitoria superficie donde sus contenidos se decantan, pero a la vez un trampolín para atreverse a más. En ese contexto, existen otros elementos que los complementa, y es el hecho de querer alterar la percepción visual del espectador, derivada de esa permanente restructuración de la obra a partir de un cuerpo fragmentario expresado en líneas o tiras y en puntos o tramas, las que al unísono dialogan fluidamente con cada propuesta. Así, contrario a lo que aparenta, las obras están realizadas integra y manualmente, lo que redobla el mérito de la muestra, ya que la tecnología termina siendo un componente revocable, que como respuesta trae consigo a una interacción que repercute en un constante –rewind– desde y hacia el hacer.
En último término, lo que hace interesante a Zumbidos y Estereotipos, es que ambos rompen con la unidireccionalidad del proceso, y van en busca de nuevas posibilidades plásticas y estéticas, prescindiendo de los efectismos tecnológicos y asumiendo a la par tanto la atemporalidad, como la proximidad que los mismos materiales otorgan, generando una complicidad indesmentible entre el artista y los elementos.