El Universo pierde su densidad en una época como la nuestra abarrotada de estímulos sensorio-perceptuales que luchan por mantener su hegemonía. El árbol, el amigo y la ciudad se desvanecen. Nuestro cielo está donde el semáforo deja ver la luz roja. La tierra no existe. En el suelo (pavimentado) aparece una y otra vez el recuerdo de aquella conversación y el listado de las tareas pendientes. Los objetos, las sensaciones, los olores, los sonidos se automatizan. La vida transcurre y con ella perdemos el asombro, la sorpresa. En términos de Susan Buck-Morrs haría falta la constitución de una estética anestésica que solucione la actual crisis de la percepción; lo que significa que lo inminente hoy no sería proveer al ojo de herramientas útiles para admirar objetos estéticos, sino restaurar su capacidad de percepción.
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En oposición a este fenómeno que se agudiza en el mundo contemporáneo, la obra del joven creador Dayron Gallardo (La Habana, Cuba, 1986) propone a su espectador recuperar la capacidad de sentir, de ver, de escuchar y en sentido general de asombrarse frente a determinados aspectos del Universo. Su proceso creativo más reciente se ha encontrado motivado por la impresión que suscitan en él dos elementos: el primero, el cielo, sintetizado en la serie Horizonte de luz; el segundo, la tierra, cuya expresión se ha evidenciado en Far Horizons.
Tal es el caso de Ven conmigo, no al mar que bate y ruge, sino al bosque de rosas que hay al fondo de la selva (2017), pieza de casi ocho metros de longitud, que llama la atención dentro de esta serie por su visualidad. Ante nosotros una obra que sorprende por la paradoja que supone encontrarnos con un artefacto que montado sobre la pared emula a un fragmento de tierra. Se asemeja a este por sus texturas, su color. Justo esa tierra que pisamos, que siempre ha estado en el parque, pero que no habíamos observado hasta que no se produjo el extrañamiento de ser llevada a una galería de arte. Percepción esta que se dilata todavía más cuando en la puesta en escena se muestran el fragmento pictórico-escultórico con los sonidos con los cuales Dayron crea sus imágenes, las composiciones de Jeremy Soule, Inon Zur o Jean Michael Jarret, poesía sonora que remite a bosques desolados. En una suerte de sinestesia la imagen estática comienza a darnos el movimiento de las pequeñas hojas y los insectos, el olor de la tierra y la pequeña roca. Imagen y sonido se imbrican de tal modo que construyen un tipo de obra que nos lleva a experiencias multisensoriales.