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La galería barcelonesa Miguel Marcos acoge la excepcional obra del artista brasileño, residente en Madrid, Renato Costa. Bajo el título NESSUM DORMA, abrirá sus puertas, el jueves 4 de octubre, la primera muestra personal del artista en dichas salas. A propósito de ello nuestrocolaborador en España, el crítico y curador cubano Andrés Isaac Santana, nos hace llegar esta publicación en la que el propio artistas -precedido por un breve comentario del crítico- diserta sobre el nuevo paisaje conceptual y narrativo de su obra.

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Respecto de la obra de Renato, señala Andrés Isaac “He leído un mar de páginas sobre la obra de este artista. Y lo cierto es que todas esas miradas críticas no hacen sino alimentar -más si cabe- un instinto bulímico que se asienta en la enajenación analítica y en una declarada torpeza discursiva. Esas lecturas, en su mayoría, comulgan en lugares comunes desde los que poder argumentar -o en el peor de los casos justificar- la valía y pertinencia de su discurso artístico, como si tal cosa resultase necesaria. Ante tamaño desliz, he de maniobrar sobre dos tesis que se me antojan esenciales frente a tal grado de ceguera. La primera, es que Renato no es un artista pertinente; es, al contrario, un artista impertinente. La segunda, quizás más problemática, se refiere al hecho de que tampoco es un pintor en el sentido más reduccionista del término; sino y habida cuenta de un recorrido por toda su propuesta, resulta un sujeto interpelante que usa la pintura, en diálogo directo con otros medios, para cuestionar la dinámica de relaciones sobre las que se sustentan las maniobras de poder a las que todos, sin excepción, nos vemos abocados y replegados. Impertinente e interpelante, vienen a ser, entonces, dos términos que califican no sólo al sujeto del arte sino al objeto arte en sí mismo. El trabajo de Renato no engrosa esa amplia lista de creadores atrapados en el dominio de lo artesanal en tanto que espacio donde se decreta la defunción de las ideas. Muy distante de ello, su hacer activa el carácter discursivo de la pintura enfatizando el potencial retórico de la misma y de sus desvíos. Logra, por medio de argucias del oficio y del pensamiento, hacer de este medio un espacio de reflexión crítica que abraza los impulsos emancipatorios.

Comenta Renato, acerca de su propuesta, que:

Nessum Dorma (que en su traducción al castellano significa “que nadie duerma”), es un ejercicio expedito de apropiación manifiesta del arias más conocidas -para tenor- perteneciente al tercer acto de la ópera Turandot, con música de Giacomo Puccini y libreto en italiano de Giuseppe Adami y Renato Simoni. La tensión “incómoda” que parecieran expresar las obras que articulan la trama discursiva de esta exposición, surge -me temo- como resultado de la interfaz entre la historia de la cruel de la princesa Turandot y el príncipe Calaf [El Ignato]. Ello, obviamente, agasajado por el espíritu de una actualidad que se descubre marcada por el [re]surgir, cada vez más explícito y abrumador, de valores arcaicos y retrógrados en una sociedad líquida, donde la velocidad es la realidad vigente, como instrumento de salvación, de una humanidad que patina sobre hielo fino[1].

Eros tal como afirma Levinas es diferente de la posesión y del poder; no es una batalla ni una fusión, y tampoco es conocimiento[2]. Eros es “una relación con la alteridad, con el misterio; es decir, con el futuro, con lo que está ausente del mundo que contiene a todo lo que es…” “El pathos del amor consiste en la insuperable dualidad de los seres”. Los intentos de superar esa dualidad, de dominar lo díscolo y controlar lo que no tiene freno, de hacer previsible lo incognoscible y de encadenar lo errante, suponen la sentencia de muerte del amor. Eros no sobrevive a la dualidad. En lo que al amor se refiere, la posesión, el poder, la fusión y el desencanto son los cuatros Jinetes del Apocalipsis.

Nadie duerma! Nadie duerma, hasta que se sepa el nombre del desafiante pretendiente…

La exposición establece una relación -enfática y reflexiva siempre- entre el pasado y el presente. Utilizando, en este caso y como punto de partida, la historia de la cruel da la princesa Turandot, que en forma venganza, a otro sujeto femenino de la saga familiar, somete a sus pretendientes, bajo pena de muerte, a contestar de forma correcta a tres acertijos. Trátese, entonces, de un simple relato, inscrito en el texto literario universal, que nutre el imaginario colectivo. Ese en el que el amor -al final- vence frente al mal. Diría, mejor, que el amor vence al miedo. Una suerte de malabar de relaciones que tienden al estereotipo y al cumplimiento de la polaridad: bueno-malo, sano-enfermo, amor-odio, mal-bien, activo-pasivo, negativo-positivo.

Las preguntas serían entonces ¿Qué resultaría más necesario y urgente, para el sujeto contemporáneo, que vencer el miedo que le doblega y le supedita?  ¿Qué pudiera resultar más necesario que comprender lo que ocurre con el amor, entendido éste como el grado máximo de humanización, en una civilización que derrota a las emociones a favor de la tecnología? ¿Cómo encajar la cuestión de la alteridad en una época donde el concepto de “vida líquida” (entendido como la vida que tenemos que vivir en una “sociedad moderna líquida”, aquella sociedad en que las condiciones de actuación de sus miembros cambian antes de que las formas de actuar se consoliden en unos hábitos y en unas rutinas determinadas) se presenta como una imposibilidad de mantener su forma y su rumbo durante mucho tiempo?[3]

Qué oportuna y curiosa utilización, en el relato de Turandot, del factor información. Si el pretendiente tiene la información adecuada, conquistaría su amor, si le falla la información, le espera la muerte. Si la misma Turandot, logra ser informada a tiempo sobre el nombre del pretendiente, seguiría adelante con sus acertijos y el miedo se mantendría. Fue el amor, transformado en habitáculo de máxima seguridad, que pudo mantener la aniquiladora información en secreto.

En la exposición, aparece una serie de obras que hace referencia a los enigmas de Turandot. Trátese de una serie de imágenes que insinúan la lucha animal por la supervivencia, donde unos leones se hacen con sus presas. Estas obras, tituladas con las respuestas de los respectivos acertijos utilizados en el cuento, aparecen como una crítica a la guerra y a la manipulación informativa, la espectacularización de la política y el exceso de ruido: ¡QUE NADIE DUERMA!

Si alteramos el contexto de la advertencia de Turandot y la “escucháramos” -entonces- desde nuestros actuales fones de oído, conectados al teléfono móvil que nos transmite desde el autobús, durante el camino de vuelta a casa, el programa de tertulia política de turno, seguramente percibiríamos tal advertencia y la asumiríamos como una noticia más, donde los medios de comunicación nos alertan de los peligros vigentes de la inestabilidad política/económica global, y seguiríamos el resto del transcurso del rutinario trayecto, imaginando formas de salvaguardar lo conseguido, o peor, alegrándonos por no perder mucho.

Inmersos en un permanente estado de exceso de velocidad, nos encontramos en una circunstancia que casi nos remite a un comportamiento de “partículas cuánticas”, que capaces de ir en dos direcciones a la vez, logra meternos de lleno en la paradoja conexión/desconexión, donde el miedo es el ojo del huracán, el centro del control y el espacio que dispensa -como recetas y prospectos- los modelos de actuación.

Este exceso de velocidad, ese ciclón vertiginoso, que hace que las noticias y los acontecimientos, nos lleguen todos al mismo tiempo, como si fueran olas que, no una detrás otra, pero sí todas  a la vez, irrumpiesen de golpe sobre las piedras, o tal vez como una hélice de avión que de tan rápido movimiento genera la sensación indolente de inmovilidad, dificultan de forma extrema la lectura y comprensión de los hechos, haciendo casi imposible obtener una visión clara sobre lo realmente importante, y por consiguiente, obtener un grado mayor de conciencia de voluntad crítica frente al hecho en cuestión. Estamos metidos de lleno en el ojo del huracán, metidos de lleno en la nada.

Miradas sobre la nada, “La esfera de doble ventana”.

Nihilismo: Negación de todo, apoteosis de la nada.

 

El tiempo de la nada. Nuestro tiempo.

¿Cómo representar la nada? Imaginemos una esfera. Dentro de ella, un abismo, un vacío. Así es la nada: Un abismo, un vacío, dentro de una esfera.

La esfera la hemos creado nosotros: Ideologías, filosofías, paradigmas científicos… La esfera somos nosotros. El abismo, por el contrario, siempre estuvo ahí, no lo hemos creado, nos es ajeno. Ya estaba antes de.

Sigamos imaginando. En la esfera hay dos ventanas. Si miramos a través de una de ellas, veremos un puente. Ese puente nos conduce a la nada como plenitud mística, como comunión con el todo, con el ser, con Dios. Pero la imagen será distinta si miramos a través de la otra ventana: ahí vemos un ciclón desencadenado que todo lo destruye a su paso, el ciclón del nihilismo y de la civilización de la técnica: otra forma, otra manifestación de la nada.

Hoy nos hallamos, colectivamente hablando, en el ojo de ese ciclón. Aquel que, precisamente, veíamos por la segunda ventana: hemos sido succionados por él y nos hemos instalados en su corazón de éste. Hemos apurado el desafío y todo se nos muestra con un inequívoco color final. Pero también se presenta una oportunidad desde dentro de la esfera. Es desde esa perspectiva que hemos empezado a ver nuevas grietas, nuevas ventanas, nuevas aperturas que nos invitan a saltar fuera del ciclón, al otro lado de la esfera, al otro lado de la nada. El tiempo del post-nihilismo, ese extraño lugar que abrazamos sin saber bien porqué…

Podemos sentir esa nada, su presencia espectral, su peligrosa sombra. O percibirla también, por qué no, como una perenne tentación del encuentro con el lecho último, en el que por fin hallar reposo. Podemos sentir la nada, pero no encárnala. No podemos conferir a la nada materia ni forma, pero somos permanentemente capaces de pensarla. En esta capacidad de abstracción intuitiva de la nada es donde reside la propia condición humana.

“El pánico a la nada como también su fatal atracción vertiginosa, acompañan al ser humano como una sombra. Lo descubrimos en la Biblia, en Homero, en las mil y una noches, también en cualesquiera relatos del origen… Nos han acompañado hasta hoy, y nos acompañaran mañana, si es que nos queda un mañana. Ese terror y esa atracción consustanciales a la condición humana: es el precio que hay que pagar la conciencia de sí. Un ser incapaz de verse a sí mismo desde fuera, podría contentarse con una existencia de objetos, con una vida reducida a una relación mecánica del sujeto con las cosas, relación reglada a su vez por instintos bien organizados.” En cierto modo, hacia eso camina el ser humano bajo el condicionamiento psicológico de la era de la técnica: Hacia una deshumanización. Pero al ser que sabe verse a sí mismo desde fuera, al que mantiene por tanto la conciencia autónoma de sí, no le basta el mundo de los objetos, sino que necesita, además, darles un sentido”[4].

La conquista del sentido es algo más que un progreso decisivo en el proceso de hominización; es la condición misma de la cultura. Cuando este sentido desaparece, cuando deja de verse en el horizonte, entonces emerge el miedo a la nada: un miedo que paraliza la acción y la reflexión, y que es tanto más intenso cuanto menos somos de asumir su representación per se. A eso que llamamos “nada”. Una cultura construida no sobre la búsqueda del sentido, sino sobre el cortejo a la nada, es una cultura abocada a la extinción.

Renato Costa

Madrid, otoño de 2018.

RENATO COSTA Considerado una de las voces más relevantes dentro del discurso pictórico brasileño en su diáspora (y en su alteridad), Renato Costa despliega una obra en la que activa el carácter narrativo de la pintura y la posibilidad de gestionar -desde el mismo centro de esta- el tan deseado “desvío retórico”. Nace en la ciudad de Rio de Janeiro (1974). Hijo del pintor Manoel Raimundo Pereira da Costa (1943 – conocido artísticamente como Manoel Costa) y de Luzia Rodrígues Costa (1949). De forma muy temprana muestra señales de interés y aptitudes artísticas. Iniciando, por lo tanto, su formación junto a su padre, que le anima sobre todo a establecer un proceso de aprendizaje casi autodidacta, basado en la práctica diaria y constante del dibujo y en la observación del entorno. Esta “práctica” establecida por su padre tenía como finalidad promover un alto grado de libertad y fortalecimiento de la propia intuición. A los 15 años de edad empieza a colaborar con algunas de las galerías de arte más importantes de su ciudad, que se dedicaban, en aquel momento, al arte Moderno Brasileño e internacional, como la Galería de arte Borghese (Rio de Janeiro). Estos años de colaboración con estas Galerías, le permiten construir un cierto “oficio” en su quehacer artístico. En 2005 se traslada a Madrid (España), ciudad donde, unos años después, ingresaría en la Facultad de Bellas Artes de la Complutense. En 2007, también en Madrid, conoce a la periodista Maritcha Ruiz Mateos la que sería su futura esposa y madre de su hijo Renato (2013). Cuenta, en su haber, con un amplísimo repertorio de exposiciones individuales y colectivas dentro y fuera de España. Su obra ha sido validada por algunas voces críticas y refrendada en medios y revistas especializadas del ámbito latinoamericano. Actualmente, acaba de fichar como artista exclusivo de la Galería Miguel Marcos en Barcelona.

[1] Tal como señaló Ralph Waldo Emerson, cuando un patina sobre hielo fino, la salvación es la velocidad.
[2] Emmanuel Levinas: Le temps et làutre, Presses Universitaires, París, France, 1991, pp. 81 y 78 (traducción al español: El tiempo y el otro, Barcelona, Paidós, 1993).

[3] Zygmunt Bauman: Vida Líquida. 2005. Paidós.
[4] José Javier Esparza. Los ocho pecados capitales del arte contemporáneo. Ed. Almuzara, 2007.