La artista visual y poeta Cecilia Vicuña se convirtió en la primera mujer chilena en recibir el León de Oro en la Bienal de Venecia 2022, un galardón que reconoce tanto su trayectoria artística como su esencial activismo en el rescate de la culturas originarias de América Latina, entre ellas las civilizaciones andinas que inspiraron sus instalaciones textiles Quipus, destacados como una obra fundamental en la lucha decolonial propia del arte latinoamericano.
Eres la primera artista chilena en obtener el León de Oro en la Bienal de Venecia. ¿Qué simboliza ese reconocimiento para ti?
Un cambio de mundo, para el arte y para mí.
Desde la Bienal de Venecia, la curadora de la muestra actual, Cecilia Alemani, enfatizó en que durante tu carrera artística has sido una activista por los derechos de los pueblos indígenas de Chile y de América Latina. ¿Cómo ves o sientes el hecho que desde Europa se te destaque por esta labor?
Admirable, es la misma razón por la que se me ridiculizó y/o ignoró en Chile durante décadas.
Y pensando en ese reconocimiento que se ha hecho desde afuera, ¿consideras que el discurso decolonial está haciendo sentido en Occidente?
Si, a algunos intelectuales, pero no a la élite dominante. Nosotros, los colonizados también somos parte de Occidente, pero la parte silenciada, porque a los artistas y pensadores nativos de América, Asia y África siempre les hizo sentido, desde la llegada misma de los colonizadores hace 500 años. Pero al mundo del poder que fue y sigue siendo colonizador no le hizo ni le hará sentido nunca, porque no se perciben a sí mismos como “colonizadores”, sino como “civilizadores”. Y aunque ese discurso ahora se disfraza, su intención y percepción no ha cambiado, sólo el disfraz se adapta para ocultar mejor su intención.
¿Qué lugar podría ocupar una figura como el Quipu, tan importante en tu obra, al respecto y a nivel internacional? ¿Se comprenderá su importancia?
Debiera comprenderse que el Quipu es una obra fundamental, obra de la creatividad indoamericana, que hay que reconocer, para que no se extinga. Pero falta mucho para que la complejidad y magnificencia del sistema Quipu que estuvo vigente en el mundo andino durante más de dos mil años se haga evidente. Tendría que haber un cambio histórico en las culturas colonizadas y los sistema educativos del mundo andino. Es decir, valorar la visión del mundo nativo. Esa transformación está sucediendo cada vez con más fuerza. La prueba es el estallido social en Chile y los símbolos, los lenguajes, sonidos y arte callejero que lo expresaron.
El León de Oro que te han otorgado refleja un reconocimiento del arte chileno contemporáneo a nivel mundial, pero más allá del reconocer, es importante que se comprenda lo que ese arte significa hoy, fuera de los márgenes de Occidente. ¿Consideras que estamos cerca de lograr ese objetivo?
No. Hasta ahora ha habido siempre reconocimientos individuales a muchos artistas chilenos y chilenas, pero no creo que haya una percepción ni desde nosotros, ni desde afuera de algo reconocible como “arte chileno.” En la Bienal de Venecia se sintió un atisbo de lo que podría ser ese “arte chileno”, con una representación poderosa que incluía a Violeta Parra, Sandra Vázquez de la Horra y el magnífico pabellón chileno “Turbatol Hol Hol”, dedicado a la protección de las turberas que son nuestra principal defensa contra el calentamiento global.
Citando tu frase: “La historia del norte excluye la del sur, y la historia del sur se excluye a sí misma, abarcando sólo los reflejos del norte”, me pregunto, desde el arte, ¿cómo podemos lograr la construcción de nuestra propia historia?
Creando grandes obras que trasciendan el tiempo. En Chile esa construcción de una historia propia la han logrado los grandes poetas. No sé si podemos decir lo mismo del arte. Aunque hay muy buenos artistas en Chile, aún falta una interacción más intensa con la vida de la calle, una participación activa del arte en la sociedad, la educación, la ciencia, y todos los ámbitos que se beneficiarían con el intercambio. También falta el cuerpo crítico, la valoración e investigación constante en torno a la creación, no sólo de los estudiosos, sino del público. Todavía se siente una gran aislación, separación de los mundos del arte y la sociedad en general, y lo que es claro, una herencia aún no sacudida de la dictadura, y de la influencia de la sociedad norteamericana que mercantilizó el arte.
En América Latina, ¿qué pasos tomamos para llegar a una decolonización de la enseñanza y de la práctica del arte?
Todo está por hacerse en cuanto a la descolonización. Hace falta mirar hacía sí, y a nuestro alrededor a la vez, repensar lo propio. Aunque han existido autores y autoras descolonizadores desde el comienzo, su pensamiento y obra rara vez ha sido considerada o integrada a la educación. Hace más de 10 años publiqué una antología de poesía latinoamericana: The Oxford Book of Latin American Poetry, 500 años de poesía en varias lenguas, incluidas 7 lenguas indígenas. Trabajé 12 años leyendo obras admirables, descubriendo que ese pensamiento ya estaba, pero era ignorado. Habría que empezar por leernos y escucharnos unos a otros, oír a las poetas y sabias orales de América, y a los niños que sueñan, porque sus sueños transmiten la memoria y la inteligencia colectiva que viaja por medios que no son libros.