“Cántame una canción inolvidable. Una canción que no termine nunca. Una canción no más. Una canción es lo que pido”, Nicanor Parra.
La vida es un inconveniente que debemos sortear y dentro de lo posible tararear esa cantinela: “Estamos aquí para ser felices”. Lo que según el devenir y las vicisitudes puede entenderse como una falsa promesa que Violeta Parra no estuvo dispuesta a aceptar, y ese 5 de febrero de 1967 en un acto de desesperación, angustia y de mayúscula indocilidad, dejó trunca una obra que, a 55 años de su muerte, sigue dejando al descubierto inigualables destellos de genialidad, los que fueron recuperados gracias a una postal que Daniel Vittet dirigió a Isabel Parra, que decía: “Tengo las pinturas de tu madre”. El hecho sucedió a un año del golpe de Estado en 1974, justo cuando Isabel estaba exiliada en Europa con su hija Milena Rojas, reciben este importante mensaje. El que por cierto, fue determinante para que con el curso de los años, la propia Milena, en su calidad de nieta de Violeta, se convirtiera en la curadora de la presente muestra, quien además, hace un significativo alcance: “Violeta expuso aquí en el ‘68 y ahora regresa a la Universidad Católica después de 54 años. Este es un lazo académico y artístico que viene de hace mucho tiempo”. Por lo que «Violeta Inédita» que se exhibe en la galería del Centro de Extensión UC mediante una serie realizada en papel maché entre 1964 y 1965, en Ginebra. Todas creaciones hechas durante sus últimos años de vida, a las que se agrega un texto desconocido de la Violeta descubierto en su cuaderno de poesía popular que fue resguardado por su familia durante todos estos años, como parte de su legado; lo mismo un afiche que realizó el rector Fernando Castillo Velasco, como un homenaje póstumo, en el año ‘68, con arpilleras de Violeta Parra, el que Isabel Parra atesoró hasta hoy y que tras una restauración vuelve a ser expuesto.
Desolada o llena de vida. Volcánica, rústica y telúrica. Incomprendida artífice, maestra visionaria, lúcida investigadora, eso es Violeta.
Desolada o llena de vida. Volcánica, rústica y telúrica. Incomprendida artífice, maestra visionaria, lúcida investigadora, eso es Violeta. Una mujer que desde el alma narra esta historia en primera persona y en la cual muestra tanto la irracionalidad del poder como los devaneos propios del individuo. Desde lo sombrío a lo diáfano, desde lo humano a lo divino. Algo inherente a una obra que por ser perenne continúa mostrando la irrenunciable postura de una artista que es un ejemplo de consecuencia. Hecho palpable que se evidencia en Genocidio, donde escenifica la represión policial sin tapujos y en cuya carga expresionista marcada por los grumos y la distorsión propia del papel maché (preparadoa su manera usando agua caliente en vez de fría), pintado al temple, al óleo y también al natural. Un detalle que puede parecer menor, pero que retrata de cuerpo entero, a esa Violeta jamás anodina.
Por otra parte, resulta llamativo el hecho de que, pese a que son sólo 10 piezas, uno puede igual armarse una panorámica de cómo esta artista esencial se apropia con total libertad de una materialidad que la remite a sus raíces. Un lugar común desde el cual puede hacer sus descargos, poniendo el foco en la denuncia social y los actos de violencia que consecutivamente han ido castigando a nuestra patria. Con lo que pasa a ser una artista testigo de su tiempo, capaz de recrear aspectos de nuestra idiosincrasia y realidad identitaria, determinada en muchos casos por la injusta iniquidad. Un contexto que a ratos creemos dejar atrás. Sin embargo, este sobresaliente conjunto de piezas nos demuestra consecutivamente lo contrario, podemos afirmar sin temor a equivocarnos, que por encima de los años transcurridos, su vigencia sigue intacta. Así también, las potenciales implicancias referidas a diversos hechos históricos que continúan repitiéndose, lo que de por sí genera una especial conexión con el público que visita la muestra.
Al margen de que esta realidad deba ser contada, Violeta opera como un fiel testigo que moldea y da visibilidad a un prolongado desgarro, donde no cuentan las sutilezas, porque lo que la distingue es su permanente compromiso consigo misma y con su pueblo. Hecho que se puede constatar aún estando lejos, ya que jamás se apartó de Chile, incluso estando en Suiza, donde creó estas magníficas piezas que la salvan de caer en la sobre explicación, lo que a veces puede parecer insólito. Sin embargo, esta forma de expresión está completamente alineada con su espíritu inquieto que deja entrever todo aquello que además está arraigado en el inconsciente colectivo. Un espacio coyuntural en donde este tipo de arte cumple una función primordial, ya que no sólo interpela, sino que hace las veces de espejo de nuestro acervo cultural. Una filiación que no es privativa de un estilo tan propio como el de Violeta, reconocida donde fuera por su eminente contundencia y por su aguerrida posición frente a la injusticia y en especial porque no dejó de mostrar los males que aquejan a nuestra sociedad. Algo que ciertamente, se puede apreciar en cada una de estas obras cargadas de un misterioso simbolismo que trasciende incluso el momento en que fueron hechas. Algo que ilustra de forma certera Gastón Soublette: “Ella supera por mucho su condición individual, es la voz de un colectivo, es la cultura chilena que no quiere morir”.
Un espacio coyuntural en donde este tipo de arte cumple una función primordial, ya que no sólo interpela, sino que hace las veces de espejo de nuestro acervo cultural.
Es indudable que junto con revitalizar su figura, Violeta inédita es todo un exhorto al conformismo y a una mediocridad, en donde además se acorta la brecha entre el arte y la artesanía, ya que sitúa su obra en un punto donde no existe encasillamiento, sino un afán por expresar sin ataduras, ni fórmula, sino como un reflejo de la libertad expresada en una suerte de testimonio, en el que subyace lo ancestral y lo atávico, pero también todo lo que significa percibir esa sensibilidad fuera de borda que ella tenía, lo que debe entenderse además, como un acto de resistencia en donde su propia vida está puesta en prenda.