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Es imposible desconocer que hay momentos y lugares que por ser “un ataque frontal a nuestros sentidos”, quedan grabados por siempre, como un instante a rememorar que transforma al hecho cinematográfico en algo sobrenatural. Tanto así, que la primera vez que fui al cine, me fascinó tanto que no quería por nada irme de ahí. Lo que significó que a mí hermana mayor la reprendieran por cumplir mis deseos y quedarnos a ver otra vez Blancanieves (la misma de Disney de 1937, exhibida 30 años después), junto a ese niño de seis años, seducido por un amor a primera vista que perdura hasta hoy, aun cuando las salas de cine se hayan transformado en barracas, bodegas, bancos y templos, o en su defecto jibarizado por causa y efecto de un mercado que por razones económicas de las convierte en multisalas. Lo que puede verse, pese a todo, como una luz de esperanza. Sin embargo, es sólo el principio de algo mucho peor, ya que toda la magia que el cine nos entrega con su envolvente atmósfera pareciera estar destinada a estar reducida irremediablemente por el streaming.


En cualquier caso, este artículo no busca reverenciar causas perdidas, sino poner en valor el que todavía existan formadoras e investigadoras como Alicia Vega (1931) dispuesta a dedicar su vida a dar a conocer el misterio del cine, al desarrollar un método original de estimulación y apreciación cinematográfica dirigido a niños y niñas de las zonas más desprotegidas del nuestro país, que jamás habían visto una película y menos han logrado ir al cine. Un síntoma más de la precarización en que se encontraban en 1985, año en que se inicia el taller, muchos niños chilenos de las zonas periféricas descubrieron como se gesta el proceso cinematográfico con el juego del zootropo, el rollo mágico, el fantascopio, o el kinetoscopio de Edison, hasta llegar a exhibir una película, pero no cualquier película, sino la creada por los hermanos Lumiêre, con lo que quedaron simplemente fascinados. Momento que quedó registrado en el documental Cien niños esperando un tren (1987), y que da cuenta de la incansable y maravillosa labor desarrollada por esta profesora e investigadora, que en 30 años realizó 35 talleres, en forma ininterrumpida, en sectores urbanos marginales de la Región Metropolitana, y en zonas campesinas de diversas regiones, lo se pudo apreciar en la exposición 30 años del Taller de Cine para Niños de Alicia Vega, emplazada en el primer piso del Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA), como un justo reconocimiento a su obra, y a quien se adjudicó el derecho a entregar conocimiento a aquellos habitantes de un mundo sin magia, que uno a uno se fueron maravillando con lo que esta entrañable artesana del cine les fue develando.

Toda la magia que el cine nos entrega con su envolvente atmósfera pareciera estar destinada a estar reducida irremediablemente por el streaming.


Uno de los aspectos a destacar del proyecto en exhibición es su abnegada y sostenida entrega, la que permitió alfabetizar fílmicamente a más de seis mil niños de diversas comunidades, ávidos de conocer y expresar su sentir en torno al fenómeno cinematográfico. El resto, hay que dejárselo a la imaginación, la que según su etimología se activa a partir de un proceso o una acción donde «imaginación (imaginatio) es la resultante (-ción) de imaginarnos o figurarnos (imaginari) algo en nuestra mente». Una fracción de tiempo que se impone más allá de la razón o el acto consciente, que para el caso los dejó ensimismados producto del asombro y la confluencia de una serie de estímulos propuestos a modo de juegos y trabajos manuales elaborados con cartón, tinta o papel lustre, con los que fueron materializando un sinfín de instantes ligados al cine, en un esfuerzo colaborativo que dio como resultado el comprender que significa un rodaje y las partes que componen una película, reconociendo las puntuaciones cinematográficas, la escala de planos, las angulaciones, los movimientos de cámara o el travelling. Así también los géneros cinematográficos e incluso recorrer la historia del cine con la proyección de películas de Charles Chaplin, Salvador Giambastiani, Walt Disney, James Parot, Albert Lamorisse, Norman Mclaren, Dusan Vucotic, Bert Haanstra, Brëtislav Pojar, Lotte Reiniger, Sergei Einstenstein, Alan Crosland, Pier Paolo Pasolini, Vittorio Taviani y Paolo Taviani, además de Hector Ríos y David Benavente, entre otros.


Sin embargo, por sobre el contenido programático del taller, uno de sus mayores logros fue que ayudó a los niños a fortalecer su creatividad, el rendimiento escolar, mejorar su autoestima e incrementar los hábitos sociales y familiares. Un objetivo transversal que da cuenta además de la calidad formativa de Alicia Vega, más allá de lo que pueda significar y difundir los hitos de la cinematografía y la imagen en movimiento en general. Algo que me hace pensar en lo dicho por Luchino Visconti: “El cine nunca es arte. Es un trabajo de artesanía, de primer orden a veces, de segundo o tercero lo más”.