Arte, música e historia son optativos en la malla curricular 2020, una decisión que por consecuencia minimiza su importancia y segrega aún más a aquellos estudiantes ya distanciados de la escena cultural en Chile. La educación es nuevamente interceptada por las necesidades de un mercado laboral limitado, poco sensible a la innovación y precario. “No son 30 pesos, son 30 años”, años en los que vimos las problemáticas de este modelo educacional tomarse las calles, desencadenando protestas emblemáticas como la revolución pingüina desde el 2006, o aquellas protagonizadas por REPROFICH, la red de profesores/as de filosofía de Chile en 2016. Este nuevo año comenzó con el boicot a la PSU, prueba de selección universitaria, criticada por la ACES por ser discriminadora y segregadora. De alternativas, con un resultado susceptible a la desigualdad y excluyente de habilidades blandas, las mismas que se adquieren a través de los ramos ahora optativos, ¿basta con cambiar la forma sino cambia el fondo?
El concepto de Capital Cultural, acuñado y popularizado por Pierre Bourdieu, implica que las instituciones educativas tengan un papel más claro en la democratización de la apreciación cultural. Comúnmente perseguido por socialdemócratas, el ideal se practica con mayor rigurosidad en estados de bienestar potentes como los nórdicos o europeos, no solo porque es parte de una formación integral, sino también porque reduce las brechas de acceso cultural entregando conocimientos y herramientas que muchos niños y niñas no obtienen de su contexto familiar.
“Atrapados entre un mercado laboral que no muta, respaldado por una estructura social que enaltece determinadas ocupaciones; y un sistema educacional que responde a los requerimientos de aquel mercado, ¿cómo irrumpimos en este dialelo?”
¿Por qué responsabilizar la educación escolar y no a los apoderados? El 2016 Chile fue el país de la OCDE con mayor desigualdad: el 1% más adinerado concentra el 26% de las riquezas del país. No por nada los cánticos y panfletos de las calles claman por cambios concretos respecto al tema. El sociólogo Pedro Güell explica que la desigualdad de ingresos se asocia a menor educación, y esta a menor acceso cultural. Lo que comienza siendo solo dinero decanta en la transgresión de las capacidades culturales, por ejemplo, tener menor disposición de tiempo libre para acceder y disfrutar la cultura. En ese sentido, el acceso se vuelve un lujo: “Hay quienes tienen más afinidades con la cultura, pero esas afinidades están estructuradas por la estratificación social en la que nos encontramos, reforzando el distanciamiento de los grupos que tienen menos familiaridad, menos educación, menos recursos lingüísticos, etc.” Añade María Luisa Méndez, Directora del Centro de estudios de Conflicto y Cohesión Social (COES).
El cientista político, Modesto Gayo, quien ha enfocado su trabajo en el comportamiento político y en las prácticas culturales de las clases medias, explica que las familias más humildes -pensando en la transmisión intergeneracional- apoyan hasta cierto punto la formación de sus hijos. Se cree más necesario que hagan otras tareas y les es suficiente que sean parte de un sistema educativo, el cual en Chile “carece de los medios para proporcionar una educación completa, que permita instalarse, interiorizar y proyectar un código social y lingüístico con el que una persona se pueda manejar”. Es por esto que las clases medias y medias altas siempre tendrán un código más elaborado. “No educarse es una etapa, pero otra etapa es contar con herramientas para que seas un individuo intelectualmente más autónomo. El sistema educativo provee unas mínimas. La combinación escuela – familia es un obstáculo más que una base de apoyo aquí, en Chile, donde hay mucha población excluida”, añade Gayo.
CÍRCULO VICIOSO
¿Quién no ha sido influenciado para ojalá “querer ser” abogado, médico o ingeniero? Nadie quiere ver a su hijo/a fracasar por interesarse en una ocupación con un mercado laboral, como es el caso de las artes, menospreciado. Méndez plantea que la educación chilena ha estado llevando las demandas del mercado ocupacional hacia la esfera educativa, priorizando competencias asociadas a una buena inserción, sin atender ámbitos fundamentales en la formación como el pensamiento crítico, la apreciación estética y la sensibilidad frente a la diversidad. A su vez, la estructura social y el mercado laboral privilegian dichas competencias y ocupaciones. Como resultado tenemos un modelo poco sensible a la innovación y a la diversificación de espacios profesionales, un ejemplo de esto es el mismo Estado, que como espacio laboral es bastante limitado: “No hay, en los ministerios, unidades de desarrollo o estudios de innovación como en Francia, por ejemplo, que al contar con estas unidades atraen a distintas ocupaciones. Pueden haber filósofos, matemáticos y sociólogos trabajando a la par. Hay una estructura social más diversificada donde se aprecia el valor que tienen otros tipos de formaciones. En cambio, el sistema chileno premia a ciertos tipos de profesiones y materias, en desmedro de la formación en las otras áreas”, explica María Luisa.
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La cultura despertó y hay que levantarla
Atrapados entre un mercado laboral que no muta, respaldado por una estructura social que enaltece determinadas ocupaciones; y un sistema educacional que responde a los requerimientos de aquel mercado, ¿cómo irrumpimos en este dialelo? Considerando que hay áreas respecto del pensamiento crítico, la autonomía reflexiva y la empatía que se entienden desde las humanidades y ciencias sociales. La directora del COES argumenta: “Son áreas que muchas veces no se pueden tratar exclusivamente desde una perspectiva formal. Se deben tratar desde un punto de vista afectivo, emocional y estético”.
El Estudio sobre el aporte de la educación artística a las competencias laborales transversales publicado el año 2013 por el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, concluyó que la participación en talleres artísticos explica las diferencias en cuanto al desarrollo de habilidades socio afectivas, aquellas contenidas principalmente en el ámbito personal como la orientación al logro, la capacidad para expresar y elaborar ideas y la toma de decisiones; y en las habilidades de tipo social, como la capacidad para establecer normas, trabajar en grupo y la participación.
Encontrándose, desde el año 2013 -si no fue antes- tantos beneficios en una educación artística ¿por qué se mantiene como optativa? Y aunque fuese obligatoria, es necesario hilar aún más fino al respecto, porque lo que aquí se plantea va más allá de aprender a tomar un pincel o construir maquetas (lo que es también importante). Pedro Güell, quien fue además director de políticas públicas del segundo gobierno de Michelle Bachelet, afirma que no se trata solo de la cantidad de horas, sino del qué pasa durante esas horas: “No basta con enseñar quienes son los grandes (músicos o artistas). Deben enseñarte a navegar en la oferta cultural. Menos ramos de memoria y más ramos “caja de herramientas” que al identificar y disfrutar de los bienes las personas desarrollen la capacidad de conformar una sociedad con mayor cultura cívica y con mejor capacidad de construirse en democracia”.
Pareciera que el conocimiento y disfrute artístico cultural debiese validarse a través de la “ganancia” de otras habilidades para ser incorporado en la educación, relativizando la existencia de una escena cultural hoy devaluada. “Más allá del desempeño profesional que tengas, el ámbito cultural en Chile se vería muy beneficiado de tener un público abierto a consumir bienes culturales y atender los ámbitos artísticos. No nos podemos quejar de que no hay público sino lo producimos hoy”, agrega Modesto Gayo, teniendo además en consideración que muchos talentos “de los barrios pobres” se pierden, y la recuperación de todos esos talentos perdidos podría sacar a la luz nuevas ideas y oportunidades: “El fomento de la imaginación puede inducir en la industria de forma positiva. La rebeldía, en ese sentido, como algo constructivo. Aprovecharla para cambiar paradigmas”.
Para finalizar, y más allá de la malla curricular 2020, ¿qué rol debiese cumplir el Estado en todo esto? Güell agrega: “Entender el arte como un lenguaje que evoluciona muchas veces de forma radical y que posiblemente pueda llegar a herir sensibilidades, lo que no significa que el Estado deba crear prejuicios en torno a las formas de arte, ni mucho menos vandalizarlas. Debe entenderlas y permitir que la sociedad descubra qué es arte y qué no, porque el Estado no está llamado a ser árbitro de una estética”.