Para que el ser humano pueda trasladarse de un lugar a otro existen muchos medios: un automóvil, un avión, un barco o sus propios pies. La única variable que no cambia es todo lo que ocurre durante el traslado del punto A al punto B, a esa experiencia que le llamamos viaje. El viaje incita la reflexión, la observación y reconocimiento del camino es, en sí mismo, un acto de recolección de imágenes. Desde el impresionismo, la relación entre el artista y el paisaje se afianza, pero no termina ahí, el arte contemporáneo también encuentra su lugar en el no lugar del traslado.
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Estas reflexiones son producto del ensimismamiento durante el recorrido hacia Matucana 100 en bicicleta, me dirijo a la exposición Las enseñanzas del cerezo del Colectivo MICH (Museo Internacional de Chile), grupo integrado por: Simón Catalán, Pilar Quinteros, Sebastián Riffo, Héctor Vergara y Carolina Herrera, quienes nos proponen un experimento que intenta volver a posicionar la práctica del dibujo en el panorama actual del arte chileno.
El recorrido de MICH traza un eje transversal uniendo costa, valle y cordillera, como una línea primitiva que incide sobre la representación geográfica de nuestro país en el mapamundi. El territorio inexplorado sirve como detonante creativo y la relación directa del cuerpo con la naturaleza incita a un hacer por hacer intensivo. Nos enseña nuevas aproximaciones al dibujo, entendiéndolo como un lenguaje gráfico que construye realidad.
La muestra se destaca por la diversidad de piezas, las más comunes como el dibujo al muro comparten espacio con el video y la escultura. Como si fuese un enorme taller con proyectos que se encuentran en pleno proceso de investigación.
Lo primero que salta a la vista son un par de moles de gran presencia que al mismo tiempo son blandas y orgánicas. Se ubican de forma sugestiva al lado de un cubo que sirve de soporte para más dibujos, la interacción desafiante entre la forma orgánica y el rigor geométrico pareciera estar dándonos una lección de dibujo clásico. Estas piezas provocan una sensación ambigua entre carpas de camping y muros rocosos, compuestas de fragmentos cocidos para generar volumen. En este caso, el dibujo pareciera estar ausente en el formato, sin embargo, una segunda mirada nos revela que el sistema constructivo de la costura es semejante al dibujo, la línea que une dos puntos.
En el piso se encuentra un libro de gran formato que reúne esbozos realizados durante el viaje, una aproximación más tradicional al territorio, como un mapa rudimentario o el registro de hallazgos orgánicos. Los trazos parecen más metódicos que expresionistas, más como un mapa físico que un test de Rorschach. Cabe destacar el gesto de la manufactura, la encuadernación tradicional y el dibujo como nexo entre la mano del artista y la obra.
Recorrer los mismos paisajes que podría haber pisado un pintor viajero como Rugendas, recolectando material como una labor ensimismada y solitaria, en este caso se transforma en una experiencia colectiva, lo que aporta amplitud de miradas y conversaciones. MICH se define como un proyecto de gestión autónoma que cuida los vínculos afectivos y efectivos entre sus integrantes, la conciencia de colectividad se ve representada en la muestra cuando podemos identificar diferentes gestualidades. En los muros de Matucana 100 una serie de dibujos dialogan en el espacio virtual del fondo blanco, una especia de cadáver exquisito formado por retratos, dibujos de botánica, relieves geográficos, etc.
La convergencia de líneas de trabajo entre los artistas no son las únicas presentes en la sala, la muestra se abre hacia el público con la ayuda de “Mesas de dibujo”, las que se realizaron en 4 sesiones donde la modalidad permitía el diálogo y participación de nuevas visiones estéticas, culturales y generacionales. El taller donde se realizan estas sesiones forma parte de la exhibición, sin embargo, mientras no se realizan las mesas de dibujo parece casi privado, en reposo hasta que la presencia de gente lo active.
Después de recorrer la muestra por un tiempo, los muros blancos de la museografía se tornan más seductores y comienzan a parecerse a una hoja en blanco. El dibujo nos enseña que la unión de dos puntos a través de una línea puede representar el mundo entero, entonces ¿Cómo frenar este impulso primitivo tan humano? Quizás estampando una huella en una cueva, calcando la sombra de un ser querido proyectada en la pared, trazando los planos de una iglesia barroca, dibujando naturaleza al aire libre o grafiteando por las calles de la ciudad.