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Galia fue invadida por los romanos. La sacerdotisa druida, Norma, tuvo dos hijos con Pollione, procónsul romano que la hizo faltar a sus votos de castidad. Ahora su pueblo le pide a Norma que declare la guerra contra los invasores y su amor se lo impide. Sin embargo, a sus espaldas, Pollione se ha enamorado de Adalgisa.

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A poco tiempo de comenzar la función de Norma, el aria «Casta diva” –la pieza más conocida de esta ópera– destruye cualquier duda que pueda tener el espectador, por la soberbia interpretación que Irina Churilova hace de la composición de Bellini, la cual causa una oleada de aplausos antes de la primera bajada del telón, predisponiendo a la audiencia para disfrutar el resto de la obra. La calidad vocal de los cantantes se luce en los duetos de Norma y Adalgisa (Churilova y Sekerina). Aquella audición en Berlín, durante 2016, acertó con las dos sopranos que interpretan los roles principales. Sí, porque en Norma, Pollione, el romano causante de la dicha y desdicha de la heroína, no se roba el protagonismo como suele ocurrir en las tragedias. Pero antes del hablar de la historia, hablemos de la puesta en escena.

Foto: Marcela González Guillén.

Foto: Marcela González Guillén.

Es la resistencia de los indígenas contra colonos, que pareciera ser un paralelismo con la realidad chilena en la que solo cambiaría la forma en que debe leerse esta realización, en algún lugar del sur de Chile hay una Norma con apellido mapuche.

Anacronismo y actualidad del conflicto

Irminsul, el gran árbol colgando del centro del escenario, es el motivo de un rito de ingente belleza, sencillo pero significativo, que da cabida a un gran despliegue escénico donde el coro acude a la festividad religiosa esperando que el oráculo, Norma, les dé la aprobación para declarar la guerra a las fuerzas de ocupación romanas.

El conflicto entre galos y los invasores romanos muestra escenas de la ocupación territorial que hacen empatizar con el pueblo que vive pacíficamente, cuyas únicas armas son las herramientas para labrar la tierra y que aun así se oponen a las espadas romanas. Es la resistencia de los indígenas contra colonos, es la ironía que se puede observar al tomar consciencia de que estas realidades se viven también en nuestro tiempo, en temporalidades y espacio absolutamente diferentes ¿no es el sur de Chile, un espacio de resistencia de indígenas contra colonos en este momento?

Foto: Marcela González Guillén.

Foto: Marcela González Guillén.

Los anacronismos, objetos fuera de lugar histórico, en la vestimenta resaltan la actualidad del conflicto al desprenderse de la época clásica y adoptar estéticas victorianas, la mayoría de la indumentaria toma su inspiración del siglo XIX, es así como tenemos soldados que visten uniformes militares de corte moderno con cascos clásicos romanos, o que los aldeanos de la Galia visten como pueblerinos próximos a enfrentar la primera revolución industrial (otra forma de colonización), a pesar de que el conflicto en escena tiene lugar a casi 50 años de Cristo. El ventanal moderno del templo de Irminsul deja ver las columnas romanas del edificio próximo. Un juego del tiempo que nos enfatiza que Norma pasó y, al mismo tiempo,  se perpetúa en el espacio como una figura eterna que es capaz de sonreírle a su destino trágico.

Norma, no Medea

Al principio del segundo acto vemos a Norma en su habitación, en la cama sus dos niños duermen plácidamente, sin imaginar que la almohada en las manos de su madre será usada para intentar asfixiarlos. Es que su mente es atormentada por el deseo de venganza del hombre que ha sido capaz de seducir a otra sacerdotisa y que no solo ha dejado de amarla, sino también corrompió a Adalgisa, otra de las devotas de Irminsul. Norma está entre el amor por el padre de sus hijos, Pollione, y su deber como sacerdotisa, hija del gran druida Oroveso; entre el despecho y su amor de madre; entre su venganza y la culpa de haber pecado. Norma decide.

Desde varios frentes la tragedia de Norma cobra forma y sentido. La sacerdotisa tiene todo en contra, lo único que tienen a su favor es su amor, inconmensurable amor que no le permite desatar un baño de sangre. Es que no es la Medea parricida, rabiando y maldiciendo a todos los que causaron su dolor al traicionarla, es Norma, que prefiere confesar sus propias faltas antes que desquitarse con la joven Adalgisa, a quien no culpa de enamorarse de Pollione. En su reciente visita a la Universidad de Santiago la filósofa Silvia Federici decía que la mejor respuesta de las mujeres a las agresiones de su entorno hacia las mismas mujeres –y por extensión a los hombres- es fortalecer el tejido social. A esto apunta la inmolación de Norma, ella valora la forma en que su sacrificio puede mantener la tradición de su pueblo de castigar a las sacerdotisas que rompen sus votos y, además, al entregarse ella como amante de Pollione y callar sobre Adalgisa, también alecciona a los espectadores sobre los límites de una venganza pasional. Pollione así lo entiende y la admira. Esta admiración es motivo de regocijo para Norma. La caminata hacia la hoguera tiene una similitud con la caminata de Sísifo colina abajo, sonriente porque se salió con la suya. Al darle sentido a su dolor demuestra una dignidad atemporal.

Foto: Marcela González Guillén.

Foto: Marcela González Guillén.

Es que su mente es atormentada por el deseo de venganza del hombre que ha sido capaz de seducir a otra sacerdotisa y que no solo ha dejado de amarla, sino también corrompió a Adalgisa

La función concluye con un aplauso colmado de gritos de ¡bravo, bravo! que dan cuenta de lo profundo que caló en la audiencia del Teatro Municipal el sólido despliegue musical que presenciaron.