Desde el mítico palacio de Cnosos, el adentrarse en un laberinto impone toda una encrucijada para encontrar la salida, sorteando una infinidad de pasadizos y vericuetos dispuestos a desorientarnos, que en el caso de Alain Tergny (1944, Saintes, Francia), propone un sorpresivo cambio mediante la muestra Laberintos Geométricos, exhibida este verano en la sala de exposiciones de la Corporación Cultural de Viña del Mar.
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Un reto que concuerda con ese elemental fundamento pitagórico: «La felicidad consiste en poder unir el principio con el fin». Máxima que logra al descomponer varios cubos de acrílico (esmerilados y translúcidos) para crear una hipótesis lumínica con la que formula una geométrica experiencia determinada por una serie de esculturas poliédricas con las que desplaza la críptica noción de “laberinto”.
De hecho, al no existir ningún intríngulis o encrucijada por vencer, apenas uno ingresa a la sala siente una profunda comunión entre los cubos. Armonía que en cierto sentido permite al visitante dejarse llevar por un transcurrir que desde ya genera una unidad corpórea donde cada poliedro, es un cuerpo celeste autónomo que adquiere vida propia y como tal, se impone participando del orden natural propuesto por este hipotético y geométrico desafío.
En estricto rigor Alain Tergny como señala Mario Fonseca: “Domina a voluntad las tecnologías de los materiales y los sistemas de iluminación que ocupa en sus esculturas, convirtiendo lo opaco en traslúcido y lo traslúcido en rutilante, más una mirada sensible podrá percibir la poesía inmanente en cada plano, en cada quiebre”. En otras palabras, lo significativo en esta muestra, es que se nota que este artista trabajó por más de 30 años diseñando lámparas, y no se conforma con la rígida musculatura del acrílico, la economía visual del cubo, o la desprestigiada idea de laberinto, y decide crear un juego de confluencias, con una visión holística donde prima la poesía. Un trasmutar que de por sí va por sobre las denominaciones o series propuestas: Mosaic, Ruban, Feuille, Cube o Box, para que cada cual reinterprete libremente.
Así también, vemos como la economía de la forma, se complementa además de la luz y el color con aquellos espacios vacíos que, más que signos de ausencia, en un símil con lo musical –hacen las veces de silencios– los que se dejan oír y en este caso ver a través de espacios virtuosos o neutros que mediante una oportuna pausa, reducen los elementos al mínimo y generan una síntesis de lenguaje visual sin saltos ni artificios. Esto propicia un curso de evocaciones en cuyo ritmo sostenido se vigoriza sobremanera esta ingrávida secuencia donde lo que a primera vista podría presentarse como algo en extremo frío, da origen a un conjunto minimalista de volúmenes “combinables”, donde por sobre la materialidad y la estatuaria estructura, afloran ciertos rasgos metafísicos, con los que el autor devela una emocionalidad que como decía T.S. Elliot: “El único modo de expresar una emoción en forma de arte es encontrando un –correlativo objetivo– en otras palabras, un grupo de objetos, una situación, una cadena de acontecimientos que sean la fórmula de esa emoción particular”.
En suma, las bases donde reposan estas esculturas están centradas en articular una atmósfera donde la anatomía de un cubo de seis caras, termine siendo una incontrovertible y a la vez prodigiosa excusa para convertirse en una pieza desmontable y re-armable, que desde ya active, además del imaginario, la idea de volver de nuevo la mirada hacia aquello que instintivamente la forma comunica, con su crudeza, con su angulosa frialdad, pero así mismo con esa generosa ductilidad de una figura geométrica con la que Tergny confronta ángulos rectos con planos oblicuos y cóncavos con convexos, otorgándole un sentido de significación mucho más vasto a la superficie sugerida. Tema no menor, ya que muchos artistas han visto en el cubo el eje movilizador de su obra, como Víctor Vasarely, M. C. Escher, Jesús Soto, Julio Le Parc, Omar Rayo, Francisco Sobrino, Pere Aragay, Lukas Ulmi, e incluso los arquitectos Pieterjan Gijs y Arnout Van Vaerenbergh quienes crearon un descomunal laberinto a partir del cubo; así como tantos otros creadores que ven en esta lógica matemática una posibilidad estética de ilimitado desarrollo.
Ahora, volviendo a Laberintos Geométricos, lo interesante es que el autor pone el acento en la percepción espacial, creando universos dialogantes mediante una dimensionalidad que al trascender su origen, da cabida para que el espectador desde su particular e intuitiva óptica, pueda reconocer cómo el cubo se desdobla, tomando una nueva ruta donde el ilusionismo de la forma –a ratos invisible– se materializa a través del color y una luz que se torna fundamental al momento de articular una sombra que al quedar en evidencia, ofrece otras posibilidades de lectura. Remarcando el interés del artista por el detalle, pero muy especialmente por la filiación con otros espacios reflexivos, proyectados en una muestra que de por sí rompe la cláusula y cual amotinado minotauro abre las puertas de su imaginario laberinto.