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“La mente es el campo de batalla de la fotografía”

– Latoya Ruby Frazier.

Determinante acto de liberación que hace del fotógrafo un francotirador con la capacidad de traspasar el alma. Algo que Gertrudis Conitzer o Gertrudis de Moses (1900 – 1997), logró con su clásica Leica, adquirida en su Alemania natal en 1937, luego de que al huir del nazismo se radicara en Chile, convirtiéndose en una de las fundadoras del Foto Cine Club de Chile (FCCCH), y en una reconocida fotógrafa.

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Desde el Centro Cultural Estación Mapocho (CCEM), nos sorprende con Gertrudis de Moses El cuerpo imaginado. 1964-1977, serie de 14 imágenes en blanco y negro, en las que despliega parte de su campo representacional, poniendo el acento en la figura femenina a la cual agrega un sentido dicotómico al traslucir tanto su faceta más nostálgica, como aquella donde evidencia su cercanía con el inconsciente, la abstracción, el surrealismo o lo derechamente experimental, dando a la doble exposición o traslape de negativos e imágenes, un papel preferente al momento de componer. Tarea descrita en su autobiográfica Caminata: memorias de una fotógrafa (Editorial Universitaria, 1989): “Fui al laboratorio para juntar dos películas de una escultura y otra de una mujer sin cuerpo. Esta combinación para mi representaba la tristeza”.

Sin caer en un excesivo lirismo, de Moses crea una atmósfera de enigmáticas sutilezas que el espectador descubre mediante esta ensoñación de claroscuros, creando una interconexión que rompe con el dualismo, desde el momento en que ella explora no sólo nuevos lenguajes, sino que abre la alforja de su alma, fundiéndola con la de su leitmotiv (mujer y símil), otorgándole a la obra además del valor estético, un sustancial grado de resiliencia, al utilizar los temores y constantes tragedias como significado y el cuerpo como un indispensable significante. Transmigración que además recalcan sus curadores Andrea Aguad Ch. y Samuel Salgado T.: “Gertrudis de Moses abordó el género como construcción social, interpretando y representando una voluntad de profundizar en sus emociones, de lograr una conciencia más clara del mundo de los sentidos. El cuerpo como campo de batalla, pero también como territorio de poder.”

Un planteamiento donde El cuerpo imaginado, no precisa explicaciones, sino más bien se deja llevar por el desintegrar de la forma, y por el re-imaginar de un encuadre que opera en favor de lo onírico, haciendo que lo que semeja un monólogo se disipe, envolviéndonos en un halo de interminables metáforas ejemplificadas desde esa Ventana en la noche o esa Fantasía con cubos, o más aún por esos cuerpos que emergen de la oscuridad, como queriendo huir de un imaginario averno. Lugar común que en paralelo escapa del inconsciente de la artista como un nuevo Infierno, sitiado no por el fuego, sino por el abrazador poder del agua y las rocas, y una mujer atrapada en esa encrucijada, lo que también puede entenderse como una secreta aspiración por liberarse del machismo opresor. Alegórica apuesta de la que también se hace cargo esa joven que intenta escapar de su Pesadilla o terrible sombra que se cierne amenazante. La que sin duda personifica los miedos de esta artista y parte de su fatídica experiencia, explicitada en estas simbólicas huidas.

Vertiginoso escape que se complementa además con un arduo trabajo de dueña de casa y en ir a hurtadillas a “Mignon”, su preciado estudio: “tenía la costumbre de trabajar en la cámara obscura, desde muy temprano en la mañana, porque así nadie me molestaba”. Menester que aun así, produjo un delirio melancólico, haciendo de la doble exposición un complemento que junto con dar frescura y agilidad, rebasó el tiempo (1964-1977); como una potencial entelequia que además enfatiza la idea de que el quehacer del fotógrafo no fija sus límites en la toma, sino en extraer el alma oculta. Esa otra cara que mira de soslayo y hace de las sombras su aliada o esa silueta que apenas se insinúa, pero que se replica como un dulce estribillo, que el visitante tararea visualmente, en una muestra que sugiere mirar y mirarse, en una doble y reflexiva exposición de nosotros mismos ante la vida. Una pregunta obligada que esta fotógrafa ya se formuló cuando tras la muerte de su primer hijo y su marido, se enfocó de lleno a eso que llamó “combinación de negativos”, haciendo del fotomontaje un poderoso recurso con el que expandió y de manera decisiva su campo de acción. Lo que prontamente le traerían el reconocimiento internacional obteniendo la medalla de bronce de la Kodak Mundial (1964) y la distinción Ansel Adams del Instituto Chileno Norteamericano de Cultura (1992), e incluso el Foto Cine Club de Chile, en un justo y merecido homenaje, instauró un premio que lleva su nombre.

En suma, si bien en Gertrudis de Moses se advierte un claro transcurrir desde los sentidos al cuerpo, también existe una manifiesta preocupación por el oficio, un espíritu de constante búsqueda y un grado de pertinencia casi innata. Algo que queda demostrado además de esta muestra concebida como un homenaje y en la totalidad de su obra, pero principalmente en la visión de una artista para muchos desconocida u olvidada, pero ante todo una fotógrafa de vanguardia que supo emanciparse de lo negativo imaginando desde el cuerpo.