Que puedo decir de Paul Klee, que ya no se haya dicho. Llenar de adjetivos que enaltezcan aún más esta figura central de la vanguardia de primera mitad del siglo XX. Apelar a la confluencia de conceptos y significados que le otorguen al lenguaje no semántico un sinfín de interpretaciones ligadas a su desarrollo artístico. Que puedo agregar, que ya no esté presente en esta magnífica retrospectiva Paul Klee en Chile, con 107 piezas, entre notas biográficas, títeres, dibujos, pinturas, acuarelas, fotografías, además de documentos que recorren pasajes de su vida privada. Una exposición que luego de dos años arduo trabajo entre el Zentrum Paul Klee de Berna, y el Centro Cultural La Moneda (CCLM), toma cuerpo maravillándonos con su obra.
Paul Klee, un artista que no tuvo ningún reparo en afirmar – “El color me posee, no tengo necesidad de perseguirlo, sé que me posee para siempre… el color y yo somos una sola cosa. Yo soy pintor”. Oficio que complementó con una frecuente indagatoria de pigmentos, soportes y el confeccionar sus propios materiales. Los que re explora de manera sostenida, redescubriendo y poniendo en práctica una infinidad de usos a través del óleo, la acuarela, la tinta, la tiza, la pasta de color, el lápiz, tempera y el grabado, hasta hacer de la técnica mixta un continuo que flexibiliza esa permanente rigidez compositiva anclada a lo predecible.Más de lo mismo del cual Klee, simplemente se desmarca, dándose licencia para crear un mundillo en el que es libre de proponer y coquetear en paralelo con la arquitectura y la naturaleza. Dos ejes que le sirvieron de base para formular un lenguaje abstracto en el que las apariencias de los objetos fueron desplazadas por sus esencias. Significativa transferencia que acabaría en uno de sus clásicos postulados- «El arte no reproduce lo visible, sino que lo hace visible».
Pendiente de revelar la estructura que habita al interior, explora además de la superficie, aquello que le da vida, y que sólo la visión de un verdadero artista es capaz de traslucir. Lo que por cierto dota a Klee de un talento único para dar relevancia a simples trazos. Estética en la cual reverberan, además la Bauhaus, donde dictó cursos de introducción a la teoría de la forma, enseñando a sus alumnos un proceso que él denominó “configuración viva”. Algo que se certifica en muchas de sus obras como un proceso al cual se suman el constructivismo, el suprematismo, el surrealismo, el expresionismo y la abstracción. Además de un componente que, no puedo dejar de mencionar. Me refiero a los dibujos infantiles, de los que se apropió de su ingenuidad, y un frescor que, al combinarlo con el primitivismo, define un estilo que le es característico donde predominó el rigor por hacer de la representación una síntesis que lo acerque tanto a lo más abstracto como a lo vernáculo.Un transcurrir constructivo que pone de manifiesto su profundo respeto por el desarrollo evolutivo de la obra, en la cual él entendía que el proceso de elaboración era más importante que el resultado. Un proceder que de por sí se iguala al crecimiento de una planta, pero que me aventuro a comparar con una crisálida, que una vez que abre sus ocelos a la luz, se transforma en una bella mariposa que, en su proceso de maduración se hace parte de lo insospechado. Motor que empuja a este artista referente indiscutido del arte universal a seguir adelante con su insomne vocación, pese a que también sufrió los devenires de su tiempo, al ser denunciado por los nazis y ser catalogando su quehacer como “arte degenerado”. Hecho que queda plasmado en Bailes causados por el miedo (1938), y por supuesto en una elocuente réplica – “Cuanto más terrible es este mundo (como ocurre hoy), más abstracto es el arte, mientras que un mundo feliz produce un arte mundano”. Lúcida pincelada que engloba, tanto su visión de mundo, como su obra.
Por último, lo que dota a esta muestra de un valor especial, es que no se limita a exhibir sólo su legado plástico- artístico, sino que se esmera en hacer visible parte de su anatomía emocional, develando importantes pasajes que dan cuenta de lo que fue su vida, tal como lo remarca la curadora jefa y directora de Colección, Exposiciones e Investigación del Zentrum Paul Klee en Berna, Fabienne Eggelhöfer – “La idea es mostrar diversos aspectos, cómo fue evolucionando su trabajo, y también ir recogiendo algunos aspectos que son muy importantes para su obra artística, todo en forma más o menos cronológica, para explorar a Paul Klee”. Lo valedero, sin embargo, está en el ir reconociendo significativos vínculos afectivos, como la relación con la música, heredada de sus padres (una cantante suiza y un profesor de música alemán), secuela que se manifiesta en integrarse a la Orquesta Municipal de Berna y hacer una carrera como concertista en diversas agrupaciones de cámara. Un ejemplo más de su versatilidad, al cual se agrega la inexistencia total de barreras entre otras disciplinas del arte como un hecho demostrable en el que se entremezclan el teatro y el amor por su hijo, a quien le confecciona más de 50 títeres entre los que se encuentran aquí: Fantasma Eléctrico (1923/2007), Payaso orejón (1925/2004), Autorretrato (1922/2004), Poeta con corona (1919/2007) y Fantasma de un espantapájaros (1923/2007), réplicas que acentúan un gesto que desde ya, derriba el mito del artista que suele sólo abanicándose con su ego, actuar que en Klee, pareciera ser -como en todo- la excepción a la regla.