1.- De la ética de los sapientes
¿Qué harían los críticos si Avelina Lésper no les hubiera dado motivos para indignarse y emprender una cruzada en favor de la verdad ‒que, lógicamente, no es sino su verdad‒, y ocasión para hacer gala de lo que creen son suficientes razones para despellejarla viva? Puestos, como dicen, a presentar sus (de ella) contradicciones y sus (de ella) mentiras, no analizaremos sus (de ellos) intenciones con la sospechosa psicología y no diremos que hagan proyección, en sus escritos, de sus (de ellos) propias falsedades y gala, a su pesar, de su (de ellos) ignorancia, pues nos basta y nos sobra con las evidencias de cuanto dicen en ellos.
Estos sapientes, que casi siempre son gentes con una determinada carga ideológica y con un concepto de sí mismos como de seres que poseen una superioridad intelectual –y, dicho sea de paso, también, moral–, son quienes quieren mostrarnos la verdad. Su ideología no es necesario deducirla por la interpretación de sus textos, sino que la pregonan ellos abiertamente con un conjuro: All you fascists bound to lose. Pero, si tal conjuro poseyera alguna eficacia, esta podría destruirse con otro opuesto: All you ideologists bound to lose. Una cita no puede presentarse como confirmación de lo que se está defendiendo cuando lo que se refiere no es más que un deseo. La referencia ni es elegante ni elevada, por lo que quien la presenta queda muy lejos de ser el ser superior que finge ser. Las citas deben hacerse de frases inteligentes que confirmen, por parte de un tercero, la argumentación que uno hace; el deseo de uno no se convierte, por citarle, en argumento de otro. Lo desiderativo es cosa de la fantasía y del sueño, no de la racionalidad.
La mala fe queda probada. La necesidad de indignarse la expresan, igualmente, abiertamente, pues parece ser que lo que dice esta señora, colmando su paciencia, les enerva, pero ¡ojalá que les enervara en el otro y original significado de la palabra! Como todo ciudadano ilustrado, los críticos saben que, para poder ejercer el derecho del bueno a hacer el mal (primera máxima social), se necesita una justificación admitida por la sociedad ‒salvo cuando las huestes sociales deciden emprender la acción directa‒. Justificada su pretensión con su indignación, la llevan a cabo.
No pretendemos defender las ideas de la señora Lésper ‒con quien, sin embargo, coincidimos en dos cuestiones incontrovertibles: la superior calidad de la factura del arte del pasado con respecto a la del arte del presente y la inconcebible valoración económica del arte actual, en especial, la del conceptual‒. Lo que planteamos es que, si se quiere cuestionar una opinión, habrá que hacerlo con mejor criterio que el que nos presentan los sapientes, de lo contrario, estaríamos ante una discusión sobre opiniones, que no se diferenciaría de una discusión sobre gustos.
2.- De los defectos de los que los mismos sapientes adolecen
Una de las quejas de los sapientes al cuestionar las ideas de esta señora es que no queda claro su concepto de lo que es el arte. Pues bien, para echarle eso en cara, ellos deberían tener claro cuál es el concepto del arte, porque acusarla del mismo defecto que ellos padecen es todo un ejercicio de desfachatez. Aunque hay que reconocer que son unos expertos manipuladores, puesto que nunca hemos oído ninguna queja en ese sentido ‒o bien, los destinatarios de sus palabras están tan aborregados que admiten toda ocurrencia de cualquier ideólogo con un cargo social.
Esa desfachatez de los teóricos ya la hemos comentado cuando hemos hecho referencia a las distintas supuestas teorías del arte que son auténticas memeces. Y es por ello que les llamamos sapientes, pues no son sabios (que es quien sabe qué hacer con los conocimientos), aunque sepan muchas cosas (sapientes), pero resulta que tampoco conocen lo esencial de su campo (la teoría) por lo que son ignorantes.
Dicen que arte es lo que llamamos arte; que arte es lo que hay en los muesos; que arte es lo que hacen los artistas; que el arte es la sublimación de un deseo reprimido; que el arte no se puede definir; o, al contrario, que su definición es abierta y cambiante; y la más estrambótica de todas, que existen los artistas y las obras de arte, pero no el arte. Ninguna de estas tesis requiere explicación del absurdo que suponen salvo que el lector lo sea en mayor grado que las tesis citadas.
La única teoría superada, teóricamente, es la teoría institucional, aunque bien se puede decir que, en la práctica, sigue siendo, sino una verdad, sí una realidad.
Pero, por absurdas que sean estas y otras tesis nadie las cuestiona o no se hace con el éxito debido contra las falsas imposiciones, demostrándose que, socialmente, la verdad es un hecho social y no una definición de la realidad natural, y que es una falsificación creada para configurar la realidad social a gusto y conveniencia del poderoso, que resulta ser un falsario.
3.- Del desconocimiento de los sapientes de los aspectos de la obra
A pesar de las quejas de los sapientes, cuya ignorancia hemos mencionado, la señora objeto de sus críticas tiene razón en una cosa más, pues el arte requiere del artista tanto de la intuición como de destreza y práctica. El arte posee diversos aspectos, el primero de ellos, el estilo, y la configuración del estilo es cosa intuitiva, pues ningún estilo se ha producido por mediación de la razón. Otro aspecto del arte es el de la realización de la obra, para lo que se precisan los conocimientos de la práctica del arte concreto (en pintura, saber pintar; en escultura, saber esculpir; en arquitectura, saber diseñar…) y la imprescindible experiencia.
4.- De los conceptos de arte y de Bellas Artes
El problema que tienen los sapientes para entender esto es su ignorancia y su dificultad para pensar correctamente. Así, por ejemplo, suponen que, como los griegos decían que el arte era el dominio de una técnica, concluyen que el Arte griego no era Arte, y que era solo técnica. Lo que ocurría era que, en aquella época, no se habían llegado a establecer las diferencias conceptuales entre una serie de cosas y se presentaban unidas cosas diferentes por el hecho de poseer alguna cualidad en común.
Como, en el Renacimiento, se definió el concepto del arte y se distinguía entre artista y artesano, entonces, dicen los sapientes, que ya había arte. Este absurdo no puede ser la conclusión de un sabio, será la de un necio. Como hemos dicho en artículos anteriores, el arte es técnica, pero no solo técnica, es también, y principalmente, estilo; además, la obra precisa de un tema y su creación tiene una intención, bien por parte del artista, bien por parte del mecenas que la encarga, aspectos que ni siquiera hoy son comprendidos.
En un pueblo primitivo tenían diversos nombres para cada tipo de ave, pero no tenían ninguna palabra para el conjunto de los pájaros. No por ello, dejaban de existir los pájaros como una forma de vida animal diferente de los peces o de los mamíferos. Pero pájaro es un concepto que se genera por la lógica, en este caso, por el desarrollo de la biología, cosa innecesaria para verlos o cazarlos. Lo que queda claro es que el concepto no crea la cosa sino que este se limita a definirla, cuando existe, con palabras. Por ello, podemos decir que el arte existe desde la prehistoria, aunque no existiera, inicialmente, el concepto o, aunque en otro tiempo, ese concepto no fuese perfecto y se haya ido perfeccionando con el paso del tiempo.
5.- Del concepto de Arte en Grecia
Por lo demás, no es exacto pensar que, en Grecia, el arte se definiera sólo como técnica (téchnē), que sería la capacidad de poner en práctica correctamente unos conocimientos. En Grecia se clasificaban los conocimientos en dos grupos, los productivos y los teóricos. Los primeros eran aquellos que permitían crear cosas, ya fuera la arquitectura o la agricultura y la ganadería, y se les tenía por artes vulgares o inferiores o serviles, por ser manuales e indignas de los hombres libres. Los segundos, como, la gramática, la aritmética, la geometría y la astronomía, etc., se las consideraba artes liberales, por ser intelectuales. La inspiración de las musas generaba la poesía, la música, el baile, la tragedia o la comedia. La pintura y la escultura no se las consideraba artes (ni vulgares ni liberales), puesto que no se veía que tuvieran una finalidad productiva o teórica, pues eran mera imitación, por lo que tampoco podían ser producto de la inspiración de las musas. Lo que hoy entendemos por Bellas Artes, en Grecia, se hallaba dividido entre las artes vulgares, las liberales, la inspiración y la mímesis, debido a que equivocaban el concepto que se debía emplear para su correcta clasificación ya que ese concepto no se había desarrollado y, como pasa siempre que una cosa es desconocida, se interpreta como otra conocida. Así que, como cada una de Las Bellas Artes tenía algunos aspectos en común con otras artes y cosas, se las clasificaba con ellas en su mismo grupo.
A este respecto, cabe recordar que los griegos consideraban unidas la música, la poesía y la danza, y que, tras la diferenciación por la lógica, nosotros las identificamos individualmente. De esta forma, confirmamos nuestra anterior aseveración, es decir, que, en Grecia, no tenían claros los conceptos sobre estas cuestiones y reducían, a una sola, un conjunto de cosas distintas.
Lo que ya veían los griegos era la existencia de la técnica, en unos casos, y de la intuición o la mímesis en otros, pero, sin una lógica bien desarrollada, no era posible clasificar esas actividades mejor de lo que lo hicieron. En Grecia no existía el concepto de Bellas Artes, aunque, de hecho, Las Bellas Artes existieran. Las Bellas Artes son una cosa (una realidad material), y, el concepto de Bellas Artes, otra (una definición racional), pero los sabios reducen dos cosas distintas a una sola. En Atenas, no faltaron esas Artes, faltaba el concepto de esas Artes, no saber distinguir esto es de necios.
Abundando en la cuestión, diremos que el arte se manifiesta a través de obras de pintura, escultura, arquitectita, música, etc., y que, en Grecia, existían obras de pintura, escultura, arquitectura, música, etc., por lo que podemos afirmar que, en Grecia, ya había Arte y que el Arte existe desde la prehistoria. Gracias a la fe en la razón, los sapientes necios son capaces de negar hasta las evidencias, lo cual es el mayor absurdo que puede cometer un pensador.
La racionalidad ha sido empleada por los mayores manipuladores de la sociedad (los ideólogos autoritarios disfrazados de filósofos que dicen que quieren hacernos el favor de sacarnos de nuestra ignorancia) para tergiversar la verdad y lo han hecho hasta tal punto que ya ni ellos son capaces de apreciar las evidencias sin un argumento lógico, y antes creen en lo que dicen las palabras o sus propias elucubraciones que lo que perciben por los sentidos. La fe en la razón conduce a la idiocia. El público debe tener en cuenta que no se debe ser demasiado racional ni se deben leer demasiados libros si no se tiene un criterio suficientemente formado como para comprender lo que se está leyendo, porque no todo lo escrito ni todo lo admitido por la sociedad es una verdad. La sociedad la han construido los poderosos a base de mentiras y con ellas se mantiene.
6.- Del mal uso del concepto del Arte en el presente
En cuanto a la mezcla de diversas artes en un mismo concepto, podemos ver que, hoy en día, muchas veces se incluyen, entre las Artes, prácticas no artísticas y tipos de cultura confundiéndolos con los tipos de Artes, como podemos ver en alguna relación de tipos de artes, en la que se incluyen, junto a la pintura y la escultura, que son tipos de artes, el arte bizantino, que no es un tipo de arte sino un estilo artístico de un período concreto de la cultura occidental; El arte precolombino, que no es un arte sino un conjunto de diversas culturas americanas; El arte culinario, y, aunque no negamos que la cocina requiera de arte, se trata de otro tipo de arte, por lo que no se puede incluir entre las Artes Bellas; como no se podrían incluir las artes de pesca, las artes amatorias o el arte de torear. El hecho de que algunas actividades requieran para su desarrollo del dominio de una técnica no las convierte en Arte (Arte Bella), sino en arte (téchnē).
Si hoy todavía se cometen estos errores, no podemos dejar de disculpar que lo hicieran hace tantos siglos. Pero lo que no disculpamos es que se cometan ahora, porque estas cuestiones ya están claras y, confundirlas, es ignorancia. Y especialmente grave y muestra de la falta de rigor en las reflexiones de los sapientes es que se cuestione la existencia del Arte antes de la aparición del concepto. Y, como ya sabemos de qué hablamos cuando tratamos del Arte, nos dejaremos de las mayúsculas.
7.- De la supuesta inintencionalidad del arte
Cuando alguien nos dice que no cree que el arte tenga una intención, huyamos, nos la va a presentar y a imponer. Con esa afirmación, nos quiere decir que él es un ser honesto, verídico, angelical y virginal, digno de nuestra confianza, y lo suelta poco después de haber hecho toda una declaración de malas intenciones. La finalidad de los teóricos ya la hemos visto: ser creídos, imponer su criterio y controlar las instituciones desde las que pretenden educarnos sobre el arte, ya que ellos carecen de intenciones y que nos quieren enseñar a pensar, precisamente para que no pensemos otra cosa que sus pensamientos y lleguemos, voluntariamente, a sus mismas conclusiones.
8.- De la comunicación artística y no artística
Cuando un sapiente ignorante hace referencia a la cuestión de la comunicación en el arte y no es claro (lo que ya hemos tratado en artículos anteriores) y además nos cuenta que hay formas de comunicación no artística ‒lo que es tan obvio que no precisa mencionarse y ni viene al caso hacerlo‒, está claro que no sabe de lo que habla. El arte comunica, puesto que se destina a un espectador, a un lector o a un oyente. La comunicación artística tiene una cualidad particular sin la cual no podríamos distinguirla de esas otras formas de comunicación. Esa cualidad es la de ser la forma de comunicación subjetiva de su tiempo, a diferencia de otras formas de comunicación que se puedan emplear. Pero, dado que el arte es comunicación, tiene que tener algo en común con esas otras formas con las que está emparentado. Y lo que tienen en común es el empleo de los mismos elementos para confeccionar el mensaje que, en el caso del arte, se llama obra de arte. Esos elementos son: Imágenes, palabras, sonidos, gestos, acciones, signos, símbolos… y eso supone que el arte se percibe de diversas formas: por la vista, el oído, la razón y, ahora, también, por los demás sentidos (incluso existe el eat art). Aunque el proceso de la aparición de la comunicación fue a la inversa del indicado: Dada la capacidad del ser humano de percibir datos del exterior a través de los distintos sentidos, se han desarrollado diversas formas de comunicación, atendiendo a las formas de percepción del receptor de los mensajes.
9.- De la apreciación del arte del pasado
Si somos capaces de apreciar el arte de otra época, déjense de sandeces (ya está bien de sandeces), es debido a su grandeza. Lo que desborda nuestro conocimiento en sus distintas formas se conoce como lo sublime. Hay obras, como las pirámides, donde lo que nos sobrecoge es el tamaño, y es lo que se conoce como lo sublime matemático (espacio y tiempo). Cuando lo que encontramos son obras muy trabajadas, nos enfrentamos a lo sublime dinámico (energía), que, aunque generalmente se refiere a las fuerzas de la naturaleza, también, sobrecoge el esfuerzo humano necesario para realizar la obra que estamos apreciando. Y, para continuar con este análisis, es posible que precisemos de nuevos términos no empleados por los sabios del pasado.
En esa apreciación que hemos visto por ahora de la creación humana no es requisito ser un crítico que sepa valorar la calidad artística (lo sublime técnico), basta con que la obra sea capaz de sobrecogernos por el enorme tamaño de lo construido o por el enorme esfuerzo necesario para realizarla, pero el experto accede a otro aspecto de la obra al que no llega el lego. Y, especialmente, resulta sublime la belleza (lo sublime formal) de las obras. Lo sublime, en todas sus formas, produce, en el hombre sensible, emociones.
10.- De la apreciación del arte de cada época
La apreciación del arte de su época por cada sujeto no se diferencia en nada de la apreciación del arte del pasado, pues las formas de percepción de uno y otro son las mismas. Lo que, evidentemente, resulta diferente es la novedad que, en su tiempo, presenta el artista en las formas, esto es, la aparición de un nuevo estilo, que, salvo en nuestro tiempo, siempre había sido mejor comprendido que el antiguo, por corresponder al modo de sentir de ese momento.
En cuanto a la suposición de que la apreciación del arte del pasado es posible por la apreciación de los arquetipos que pudieran aparecer en las obras, esa sería una cuestión relativa al tema, no a las dimensiones o esfuerzos manuales de su creación, ni a la perfección de la forma, por la cual apreciamos la belleza, o al dominio de ese arte. Lo que sobrepasa al hombre es lo resulta apreciable para valorar el arte, y eso que puede superarle es la energía, la materia, la técnica (en cuanto leyes como la geometría derivada del espacio) y el tiempo, pero no el contenido, que se percibe a posteriori y que puede no entenderse.
¿De qué forma podrían los arquetipos explicar la comprensión del arte del pasado? De ninguna. El hombre puede reconocer los arquetipos en el arte y en otras formas de expresión, pero eso lleva a comprender el tema, no el arte, ni el del presente ni el del pasado. Una persona podría desconocer el significado de la representación y, aun así, admirar el trabajo artístico. La calidad de la obra y su contenido son dos cosas distintas, pero los ignorantes reducen a una sola cosa lo que son dos.
La teoría de los arquetipos es más un falso estereotipo (presentado por incompetentes y falsarios) que una realidad. La psicología no es útil en todas las circunstancias (si es que lo es en alguna, pero, nunca, la mala), pero los titulados procurarán imponerla, especialmente, si nadie presenta una razonable oposición.
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