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Mella, de Priscilla Cajales, es un poemario publicado por Overol ediciones con una fascinante portada en blanco y negro, de ángulos con sentidos que se oponen e invierten. La estética acude a ciudades donde prima el abandono, la soledad y los rastros de comida que quedan en la comisura de los labios.

Como quien mira de reojo, es decir, con el borde de sus ojos, casi de soslayo, casi mirando fuera; en Mella hay varias menciones a las comidas que quedan marcadas en el rostro de los comensales al permanecer en la comisura de los labios, entre los dientes, en las mejillas. Como un daño o desgaste de la presentación personal que habla de la falta de autocuidado, de la falta de honestidad o preocupación que hay hacia el manchado por las personas que le rodean. “Yo me concentro en los anuncios de publicidad / y en el hilo de saliva y mostaza / que cuelga de su boca”. Así, la hablante lírica es una observadora silente que calla ante las desviaciones de las normas de higiene que no puede dejar de notar, por más que su interlocutora demuestre dotes artísticas al realizar una imitación de la cantante Palmenia Pizarro. Es a la vez lo urbano, lo popular, lo mismo sucede en “Ana y Pancho” donde esta vez es la hablante quien tiene la mancha, la mella en su imagen personal: “Yo sigo con la empanada en la mano y un poco de aceite / en la comisura derecha del labio / nada que no pueda limpiarse / basta con estirar la lengua y terminar de comer”. Hay casi un gusto en la espera, en la postergación consciente de la limpieza personal, en notar que se tiene control sobre la suciedad que desborda la boca, en dejar a la vista los rastros de la comida típica chilena. Luego viene el gesto de estirar la lengua y rescatar así el último resabio que queda por digerir. Control. El dominio de las emociones frente a las huellas de la comida se hace presente también en “Fotografía”, poema en que la observación de un niño lleva a notar “migas de pan en la cara / que no provocan ternura”.

“Aunque miraron por la misma ventana

vieron ciudades distintas

amor y distancia son palabras

el reflejo y el calor

en cambio”

Las relaciones dañadas son una constante en Mella, la dificultad para compartir la misma experiencia, el desgaste de de la comunicación y el aumento del silencio como un pacto de no agresión, un reino de tregua que se quiebra con la apertura de la boca, o  los diferentes anhelos a pesar de compartir una relación: uno quiere frío, otro tardes anaranjadas. La falta de consenso pero la continuación de la convivencia da cuenta de una falta de voluntad, del abandono de la búsqueda del bienestar personal y la entrega al conformismo, a la continuación de una rutina insatisfactoria, a la falta de deseo de realización personal. Un alma dañada habla, el pasado ha hecho mella en su proyección del futuro. Relaciones que no son ni frías ni calientes, neutralidad de las conversaciones que no alcanzan ni alegría ni tristezas, como cuando dice “esta tibieza que en nada se parece al amor / o a la nostalgia”

Priscilla Cajales

Priscilla Cajales

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Hay una sincronía en la literatura chilena que se transparenta en el poema que da nombre a este poemario, Mella. Ahí ocurre un velorio como el que se ve en Piñen de Daniela Catrileo. Un barrio, los niños jugando mientras los adultos recuerdan al fallecido, las mujeres comparando las edades de los niños, la música popular y las canciones de las barras de fútbol. Son pasajes donde no hay privacidad, donde el dolor debe ser en público por decisión propia o porque la construcción de las casas no deja otra opción. Mella es el último poema pero esta exposición pública del dolor está presente en los primeros versos del volumen que entrega Ediciones Overol en la pluma de Cajales: “Mi papá está llorando dos piezas más allá / lo puedo escuchar / porque nunca hubo puertas”. ¿Qué hace una niña que oye llorar a su padre? Crece mellada.