Mella, de Priscilla Cajales, es un poemario publicado por Overol ediciones con una fascinante portada en blanco y negro, de ángulos con sentidos que se oponen e invierten. La estética acude a ciudades donde prima el abandono, la soledad y los rastros de comida que quedan en la comisura de los labios.
“Aunque miraron por la misma ventana
vieron ciudades distintas
amor y distancia son palabras
el reflejo y el calor
en cambio”
Las relaciones dañadas son una constante en Mella, la dificultad para compartir la misma experiencia, el desgaste de de la comunicación y el aumento del silencio como un pacto de no agresión, un reino de tregua que se quiebra con la apertura de la boca, o los diferentes anhelos a pesar de compartir una relación: uno quiere frío, otro tardes anaranjadas. La falta de consenso pero la continuación de la convivencia da cuenta de una falta de voluntad, del abandono de la búsqueda del bienestar personal y la entrega al conformismo, a la continuación de una rutina insatisfactoria, a la falta de deseo de realización personal. Un alma dañada habla, el pasado ha hecho mella en su proyección del futuro. Relaciones que no son ni frías ni calientes, neutralidad de las conversaciones que no alcanzan ni alegría ni tristezas, como cuando dice “esta tibieza que en nada se parece al amor / o a la nostalgia”
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Hay una sincronía en la literatura chilena que se transparenta en el poema que da nombre a este poemario, Mella. Ahí ocurre un velorio como el que se ve en Piñen de Daniela Catrileo. Un barrio, los niños jugando mientras los adultos recuerdan al fallecido, las mujeres comparando las edades de los niños, la música popular y las canciones de las barras de fútbol. Son pasajes donde no hay privacidad, donde el dolor debe ser en público por decisión propia o porque la construcción de las casas no deja otra opción. Mella es el último poema pero esta exposición pública del dolor está presente en los primeros versos del volumen que entrega Ediciones Overol en la pluma de Cajales: “Mi papá está llorando dos piezas más allá / lo puedo escuchar / porque nunca hubo puertas”. ¿Qué hace una niña que oye llorar a su padre? Crece mellada.