Mis días sin Victoria, la obra argentina exhibida en el contexto de StgoOff, el Festival chileno de Artes Escénicas y Música, es una experiencia visual y sensorial, que desde la incomodidad nos aproxima a la naturalidad del cuerpo humano y al desamor. Durante 90 minutos su director y protagonista, Rodrigo Arena, junto a Micaela Ghioldi, quien hace el papel de Victoria aunque es llamada por su nombre real durante la obra, realizan un recorrido por una noche apasionada entre ambos, cuando Rodrigo, en el presente hombre trans, era aún una mujer lesbiana y Victoria una mujer bailarina con un novio cis heterosexual.
Una introducción musical alegra y pone en confianza al público que termina por corear los clásicos que una banda de ficción canta para los aún enamorados personajes: «Y así pasan los días / Y yo desesperado / Y tú, tú contestando / Quizás, quizás, quizás». Se toman de las manos, sus cuerpos se acercan cada vez más a medida que la canción llega a su fin, y en ese último momento se besan. El monólogo de Rodrigo comienza mientras una luz acusadora, parecida a la de un interrogatorio, apunta directamente al serio, rudo y desinteresado rostro de Micaela. Tras unos minutos comienza: «Mis días sin Victoria es un diario sobre una obra que nunca hice, sobre un cuento que escribí. En abril del 2014 conocí a Victoria…»
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48 horas seguidas de ficción, mucho vino y Soda Stereo desencadenaron la pasión. El crudo soliloquio finaliza con una dura orden: «Micaela por favor, realiza el baile que Victoria hizo aquella noche», suena Lunes por la madrugada y Micaela baila hasta quedar en ropa interior, delgada, con un cuerpo tonificado que está por demostrar de lo que es capaz físicamente.
Cambian las luces. Música clásica. Ambos con tutú. Rodrigo relata un poema. Se comparan las exigencias del ballet con el entrenamiento militar. Sometimiento, humillación y disciplina. Se recalca el distanciamiento absoluto entre la danza y el arte basándose en una diferencia: el arte perdona lo que la danza juzga.
Fue necesario que Rodrigo aclarara que había consentimiento para los movimientos, mejor dicho golpes, que el público presenciaba. Y las destrezas físicas de Micaela se observan en el escenario, saltaba realizando piruetas y caía como un saco de papas, al suelo, nuevamente, una y otra vez, no se detenía, solo aumentaba la dificultad de las acrobacias a medida que Rodrigo se lo pedía. Él hablaba de la muerte y el amor, pero el impacto del cuerpo contra el suelo y su perseverancia -que podía interpretarse como masoquista-, distraían de las palabras que corrían por el micrófono.
Las personas ¿no son así? Enamoradas del amor romántico, amantes del dolor, no evitan el sufrimiento, más bien perfeccionan su técnica ante el drama, preparándose para la siguiente caída sabiendo, y queriendo que no sea la última.
Pocas veces las palabras se detienen, una de aquellas fue cuando Rodrigo se desprendió de su ropa exhibiendo su encierro: su cuerpo de mujer. Es bañado en pintura roja que funciona luego como lubricante para la secuencia de danza moderna basada en la técnica Graham, La caída del corazón, mientras suena Lady in Red. Se lee conmovedor, es en realidad un poco irónico. Las contracciones y palmadas no comienzan sin antes una invitación al público para quienes quieran vivir aquella expresión de arte, libertad y claro, desnudez. ¿Cuántos pensaron en participar hasta escuchar la palabra «desnudos»? En el escenario aparecen cuatro cuerpos más, todos bañados en rojo arrastrándose y levantándose una y otra vez. El cuerpo ya no produce morbo ni vergüenza, es un recurso del relato como las luces o la selección musical, en la que por cierto, se dispone de rock anglo de los 80 y algunos ritmos cumbieros más recientes. Puede ser por eso que las luces toman tanta personalidad: la luz roja nunca había tenido tal intensidad.
En telas negras, ajustadas y delgadas Rodrigo vuelve del break con una nueva temática: Su odio por los auto proclamados artistas contemporáneos, acompañado de un poco de sarcasmo. Escenas como estas completan una obra que dice más de lo que muestra, aunque cueste creerlo, no por nada su director fue merecedor del premio Mejor Dirección otorgado por La Bienal de Arte Joven, para asistir al Director’s Lab en Lincoln Center, Nueva York. También Frida Kahlo es parte de la historia y en realidad cada personaje, destacando de sobremanera el trabajo actoral de Micaela, toma sentido al igual que cada palabra dicha por Rodrigo, que aunque cause risas, ruborización e impacto, cumple su objetivo: tocar temas como el suicidio, la gordura, las disidencias sexuales y el desamor.