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El Círculo es una obra de teatro que tiene un elenco compuesto mitad por palestinos, mitad por judíos. Una producción chilena que desde su génesis provoca expectación con lo que pueda suceder sobre el escenario. Los resentimientos previos a la función no escapan a la trama de la obra, al contrario, la construcción del guion está permeada de resentimientos y noticias de matanzas. Incluso al otro lado del mundo, en un lugar llamado Chile, a un círculo de hombres y mujeres les cuesta ponerse de acuerdo sobre lo que debe decir la obra sobre dos grupos que no puedan sentarse a compartir un café. El resultado de meses de ensayo se estrenó con sola repleta en M100 y tiene funciones hasta el 9 de junio.

“-Voy a ser palestino 1
-Yo judío 3, buenas tardes.
-Buenas, yo seré palestino 3, ¿quieres café?
-No, gracias, me da taquicardia.”

Esta reunión inicia la trama de la obra, aunque previamente los seis intérpretes en escena lanzan en conjunto una pregunta al público “Estando los 6 juntos, ¿podrías decir quién es palestino y quién es judío?”. La pregunta se refuerza cuando proyectan fotografías de grupos familiares y los actores imitan las poses, dejando ver que las facciones de ambos grupos étnicos tienen visibles similitudes. Hay otro cuestionamiento que se repite una y otra vez a lo largo de la obra ¿Hay que decir conflicto u ocupación? No hay acuerdo al principio. Quizás sea mejor cambiar la temática y hacer una obra mapuche, sugiere alguien.
Pero no pueden, saben que por ser el grupo que son –con esa mixtura, en este país- pueden usar la palestra para decir algo que importe en sus comunidades. Decirlo a través de Shakespeare o con una temática mapuche está bien en lo representativo que pueden ser los grandes conflictos dramáticos, pero algunos tienen la urgencia de dar voz a los conflictos actuales. “Yo no quiero que me prohíban entrar al país en que nací por estar en esta obra, mejor hagamos un musical”. El tiempo pasa, no hay acuerdo.

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La siguiente reunión del elenco que se muestra al público tiene lugar seis meses después. Ríen, tocan instrumentos, las mujeres bailan mostrando sus ombligos. A un lado del escenario Shlomit Baytelman es la narradora, la voz del astronauta y una mujer real que recibió amenazas de muerte al cuestionar el gobierno de Israel. En el centro de la escena están Samantha Manzur, Antonio Zisis, Moisés Norambuena, Constantino Marzuqa y Juan Carlos Saffie. Aunque en un principio se tratan de sentar a un lado los judíos y a un lado los palestinos, después de meses de reuniones ya están juntos y revueltos. Y al público se le confunden como los colores de plasticina después de juntarse. Distinguir es desatender el drama, la búsqueda de un sentido para la obra. “Yo no puedo decir conflicto porque sé que son niños de este porte con piedras, que pelean contra soldados que tienen armas automáticas, eso para mí es ocupación”. Alguien pregunta si quieren café. “Lo que pasa es que aquí no se escuchan” ¿Café? “Todos hablan pero nadie está dispuesto a escuchar” ¿Vas a querer café o no? “Llevo seis meses diciéndote que no tomo café porque me da taquicardia, ¿te das cuenta que ni entre nosotros nos escuchamos?”

“-Yo no vine a interpretar a un soldado, no creo que pueda actuarlo.
-Yo no soy una soldado, soy mi abuela partisana que peleó contra los nazis después que mataron a su madre al lado de ella, en ella me inspiro para este cuadro.”

Hacen una pausa para volver a mirar la fotografía de la abuela, para contar esa historia a fondo. La judía 2 cuenta la historia y dice “mi gente necesita un país, me impacta que una fecha que significa la liberación para mi pueblo sea todo lo contrario para ustedes”. La fecha a la que refiere es el 14 de mayo de 1948, cuando se declara la creación del estado de Israel. Siguen ensayando, vuelven a adoptar poses de combate.

Uno de los actores hizo el servicio militar y le muestra al resto como sostener un arma. Gritos, disciplina. En este cuadro mostrarán un allanamiento en Gaza. Es una representación del video que apareció en tus redes sociales y no quisiste mirar. Una mirada al rostro del horror. Y sin embargo, tampoco quieren convertir la obra en un texto de denuncia. Hay familias y tradiciones que quieren recordar. Quizás la obra necesita una mirada externa.
¿Y que hay más externo que el espacio exterior? Un astronauta, la marioneta de un astronauta, mira el planeta: un pequeño círculo azul. Desde allá no distingue fronteras, solo ve su hogar. Arriba todo es diferente y, sin embargo, el atardecer visto desde la luna lo llena de melancolía. Quizás encontró una respuesta, un camino para la paz.
Mismo camino-búsqueda que hizo reír y llorar a la audiencia de la obra. Con la dirección de Andrea Giadach y Alejandra Díaz Scharager, El Círculo se presenta de jueves a domingo en el espacio Patricio Bunster de M100 hasta el 6 de junio.