Skip to main content

“Imagino el misterio de Dios como una aguja

(o como un pequeño pincel en mis manos)” (Turner)

Con la agudeza que sólo un maestro puede alcanzar, estas líneas escritas por Joseph Mallord William Turner (1771-1851), revelan un nivel de sensibilidad próxima a lo sobrenatural, que se pueden apreciar en la muestra J.M.Turner: Acuarelas, Tate Collection, desde el 27 de marzo en el Centro Cultural La Moneda. Por primera vez llega a Chile, esta exposición viaja acompañada de su curador David Blayney Brown, quien tendrá una intensa agenda donde dictará conferencias y charlas en torno a su obra y a esta exposición que abarca 50 años de este inigualable artista.

  • Te podría interesar:

¡Queda poco para la exposición de Anish Kapoor en Corpartes!

Andrea Lihn | “Yo no quiero hacer que Enrique Lihn se vuelva ´famoso´, sino más bien, que se mantenga vigente”

A veces resulta incomprensible entender cómo alguien pudo obtener ese nivel de desarrollo, y lo digo por encima de cualquier consideración o elogio. Al visitar Acuarelas, de inmediato uno se siente subyugado por esa sublime majestuosidad que tanto renombre le ha dado al artista, tal como lo revelaran las palabras de su crítico y coetáneo John Ruskin: “El más grande de su era, el padre del arte moderno”. Turner, además fue reconocido como el precursor de los impresionistas y el expresionismo abstracto.

En cuanto a la muestra, algo importante a destacar es el hecho que por razones de conservación y contenido los niveles de luminosidad fueron levemente atenuados, otorgándole al conjunto el aura ideal para exaltar aún más las obras donde la luz es su guía, pero además porque ahonda de mejor forma en el temperamento introvertido del artista. Turner fortaleció su personalidad a través de una incansable búsqueda, algo que es posible constatar en bocetos que no fueron pensados para ser exhibidos y que el artista siempre supuso serían destruidos a su partida y, sin embargo, dieron lugar a obras llenas de originalidad y que denotan un grado de experimentación y osadía difícil de imaginar. En una época minada por el exceso de convencionalismos, de la cual Turner rehuía, hacía de la acuarela un recurso propicio para que el gouache dialogue con el tono del papel que utiliza como fondo (bodycolour), originando una técnica que se manifiesta en El artista y sus admiradores (1827) y El funeral de Sir Thomas Lawrence: boceto de memoria (1830), que luego amplifica a trabajos posteriores donde además deja áreas sin tratar.

Sorpresivas derivaciones pueden reconocerse en varias de las 85 obras aquí exhibidas, incluso en aquellas sin terminar que le sirvieron de apunte, para traer al óleo recursos propios de la acuarela, donde su rigurosidad técnica se manifiesta en detalles tan prosaicos como rasgar con la uña las capas de pintura para que el blanco del papel aflore como una revelación, que se complementa con el hecho de difuminar la bruma, creando una atmósfera onírica que oscila mágicamente de las tinieblas a la luz, como lo prueban las nubes que se agolpan como una muchedumbre en Claro de luna sobre el mar, con distantes acantilados (1796-1797) y en Navío o navíos sobre el río Tamar: crepúsculo (1811-1814).

De a poco va insinuando la volubilidad de un cielo que amenazante se cierne sobre él, y que a partir de 1790 se constituye en el sello característico de alguien que partió en la arquitectura, como se aprecia en la Catedral de Burham, el interior con vista hacia el este a lo largo de la nave sur (1797-1798) y en Diagrama 65 de clase magistral, interior de una prisión (1810), pero luego es seducido por la fuerza desbordante de la naturaleza, como se ve en los obsesivos estudios de color como son Richmond, Yorshire (1797-1798) y Castillo de Norham (1798) en los cuales se reconocen atisbos de una síntesis de lenguaje que intempestivamente toma cuerpo en Un naufragio probablemente relacionado con El Faro “Longships, Land’s End (1834), Castillo de Harlech (1834-1835) y Castillo de Bamburgh, Northumberland (1837), iniciando un viaje a la transparencia con el cual se conecta además de su interior, con un exterior pulcramente tratado en Venecia vista a través de la Laguna en el crepúsculo (1840), Lago Lucerna con el Rigi (1841-1842) y en Mar y cielo (1845) tres ejemplos donde la abstracción al tomar posesión, se acerca cada vez más a la esencia, lo que lo hizo afirmar: “El peso de la luz sobre los objetos contiene al mundo. Se trata de un poderoso faro alejado de todas las costas a las que arribamos”.

Aunque el carácter envolvente y etéreo no se concibe sin su formación académica en la Royal Academy, donde perfeccionó sus estudios de arquitectura y su interés por un paisaje que complementó con minuciosos “comienzos de color” relativos a la acuarela y desde donde aseguró: “No tener un proceso establecido, sino manejar los colores hasta haber expresado las ideas de su mente”, deliberaciones que muchas veces terminaban en bases de aguadas aplicadas a gran velocidad, las que le daban un frescor que después plasmaba en sus lienzos. Ahora si a eso le agregamos los detallados dibujos de sus expediciones y viajes que lo llevaron a recorrer gran parte de Europa, en un periplo que lo hizo transitar de lo arquitectónico a lo épico, de lo pastoral a lo histórico y de lo romántico a lo naturalista y pintoresco, pero sobre todo a tener la claridad para distinguir la elocuencia de la naturaleza; la que se percibe desde su obra más temprana a la más tardía, donde al ver la constante lucha de los elementos, se esmera en la disolución del plano físico, dando paso a una idealización del entorno, que le permitió adelantarse casi dos siglos y convertirse en el artista inglés más influyente de su tiempo. Muestra de ello es que el premio más importante del arte contemporáneo otorgado por el Reino Unido, lleva su nombre.