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“… Y de pronto el amanecer” no es uno de esos filmes para mirar simplemente, su temporalidad corresponde más a la contemplación, como la que experimentaríamos al ver un cuadro o al leer un libro. Es un viaje donde su protagonista está  lejos de querer generar nuevos recuerdos,  al contrario, apela a la recuperación de su propio pasado, su memoria. En medio de los hermosos escenarios del sur de nuestro país, los carismáticos personajes narran una emotiva historia que se construye a partir de flashbacks, poco a poco el espectador se va adentrando en las vivencias y tradiciones de este pequeño pueblo al fin del mundo.

«Las historias vendibles que él planeaba escribir van transformándose en capítulos de una novela»

La nueva película de Silvio Caiozzi (a 14 años del estreno de “Cachimba”) tuvo una ambiciosa producción donde las locaciones corresponden a varios sitios de la Isla Grande de Chiloé y Tongoy, lugar donde el pueblo ficticio fue construido a partir de mingas para mover las antiguas casas. El guion fue co-escrito por Jaime Casas, lo que le otorga el carácter literario y recuerda a otro de sus filmes, “Coronación” de la novela homónima de José Donoso.

La historia comienza con el regreso de Pancho Veloso (Julio Jung) a su tierra natal, siendo un escritor de artículos de farándula que busca redactar una serie de crónicas sobre el pueblo y sus habitantes. Para ello, intenta retomar el contacto con sus amigos de la infancia, ya que son ellos quienes pueden llenar los vacíos que su memoria no alcanza a recuperar. En un principio podemos ver la presión que ejerce sobre él su esposa y el editor de la publicación, con llamadas que lentamente van decayendo a medida que avanza la estadía de Veloso en Chiloé, hasta finalmente desaparecer. Al mismo tiempo, las historias vendibles que él planeaba escribir van transformándose en capítulos de una novela sobre su vida, sus amigos se vuelven en personajes y él, un artista.

Veloso logra contactar a su amigo Miguel (Sergio Hernández) quien en un principio lo mira con cierta inseguridad, como si no creyera del todo que se trate de su viejo amigo El pingüino (apodo de Veloso por su pie plano). En este punto vemos el contraste entre ambos hombres, el que viene de la capital cargado de tecnología en contraste con el que mantiene su sencillez. El personaje de Miguel aporta humor y distensión en los momentos más serios de la trama y es reacio a los recuerdos, pero también es quien guía a Veloso en su travesía.

«Es reconocido en el pueblo como el poeta de los muertos»

La película constantemente hace referencias a “La Odisea” de Ulises, llegando a comparar al protagonista con el héroe griego por su partida y los 40 años que tardó en regresar. En su infancia, quien leía este libro y lo actuaba para la entretención del pueblo era Luciano (Pablo Schawrz), uno de los personajes que más destacan en la historia debido a su carácter teatral y al representar delicadamente la silenciosa homosexualidad de la época. En el presente, Luciano (Arnaldo Berríos), se encuentra aquejado por una diabetes que lo inmoviliza y le impide bailar, por lo que se aísla del pueblo y se dedica a conversar con los muertos pues si les habla ellos aún existen. Es él quien le aconseja a Veloso viajar a la isla de los muertos para honrar sus memorias.

Luciano es el menos activo de los tres ancianos y es un recuerdo constante de que el tiempo es valioso y que la memoria hay que conservarla. La película trabaja la idea del tiempo, incluso en su impresionante duración de 195 min. El constante ir y venir de la línea temporal nos contrapone imágenes de la infancia, juventud y vejez de los personajes, al mismo tiempo que la narración poética reflexiona en torno a la recuperación del tiempo perdido propia de la vejez. Porque la muerte no espera a nadie, como podemos comprobar a lo largo de la narración.

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La muerte es otro de los ejes principales de la trama, debido a que Pancho es hijo del funerario del pueblo. Desde muy pequeño se relaciona con estos rituales para ayudar a su padre (con quien tiene una difícil relación) y es a partir de este oficio es que él descubre su habilidad para la escritura, por lo que en su juventud termina encargándose de la creación de epitafios para los difuntos y es reconocido en el pueblo como el poeta de los muertos.

Es en ese momento de su juventud donde comienzan a verse los primeros signos de la polarización política de nuestro país entre las décadas del 60 y 70. El mismo Veloso sin ser un militante, comienza a tomar conciencia de la desigualdad, el control, y el abuso de poder de las fuerzas armadas. Lo vive directamente pues el rival en su historia de amor es un militar y, si bien la película no es una apología política, utiliza este antecedente ineludible que termina afectando la vida de los personajes y los fractura al igual que a la memoria de nuestro país.

El filme ha sido reconocido con premios tan importantes como Mejor película en el Festival de Cine de Montreal y actualmente se encuentra en plena carrera como candidata a la edición N° 91 de los premios Óscar como Mejor película de habla no inglesa.