«Me comería toda la tierra. Me bebería todo el mar”
– Pablo Neruda
A partir de la metáfora inserta en este epígrafe, el proyecto expositivo José Venturelli, 30 años humanista y viajero, resume la extensa travesía realizada por el artista por el mundo y que por estos días se exhibe en el Museo Nacional de Bellas Artes, como un tributo reivindicatorio a su figura y su postura de vida, la que se ve plasmada en este compendio de piezas escogidas, que nos ayudan a tener una óptica más integral de este “hijo de su tiempo”. Premisa que por cierto lo retrata en un recorrido que devela su versatilidad artística expresada en dibujos, grabados, afiches, pinturas, murales e incluso vitrales en los que se percibe la verdadera grandeza de un ser humano que no dudó en asumir un compromiso social y político. Condición crítica que aquí opera en diferentes niveles, que van desde ilustrar situaciones cotidianas a hechos universales, erigiéndose en el portador de un realismo heroico o como afirma su curador Christian Leyssen Silva, “realismo expresionista” que da cuenta de una obra que trasciende cualquier coyuntura histórica.
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De partida esta muestra abre un pórtico invisible en cuyo acceso aparece el hombre con sus vicisitudes, sueños y emblemas; situando al artista no en calidad de observador, sino participando de un proceso que marcó una época colmada de realidades binarias donde por un lado, asoma la lucha de clases, representada en la explotación del hombre por el hombre, pero también el ideal de la tierra prometida, con la instauración de un modelo político que por ese entonces surgía como la urgente respuesta a tanta desigualdad, y que concuerda con el hecho de haber sido el colaborador más cercano de David Alfaro Siqueiros en la realización del mural Muerte al invasor (1942), que el célebre muralista pintó en la escuela México de la ciudad de Chillán, y que a la par del crucial encuentro se tradujo en una amistad, donde además compartirían esa permanente preocupación por el hombre. Una perspectiva largamente expresada en el cronograma de esta muestra, partiendo por la serie de grabados que ilustran la obra de Pablo Neruda con las litografías 28 de enero (1948), La lámpara en la tierra y El Vengador (1950), éstas últimas para la edición clandestina del “Canto General”, donde junto con dar una señal de alerta, desnuda las diversas realidades inenarrables de Latinoamérica. Lo que según su carácter testimonial, también se observa en la serie Sin Paz (serigrafías, 1948) donde su ideario humanista se sirve de una gama tonal que genera una atmósfera maravillosamente agónica, sutil ejemplo de cómo encaró a través de diversos recursos técnicos y cromáticos, lo que la corteza social iba desmembrando.
No obstante, descifrar el significado de su propuesta implica sentirse permeado por un sufrimiento que si bien no le fue propio, lo vivió como tal y lo hizo un motivo recurrente más allá de su patria, retratando niños y niñas de extracción popular, campesinos y obreros que comparecen exhibiendo su simpleza y cotidianeidad, tal como sucede en Retrato de Paz, Ceremonia del té y en Yang Tze, magnífica pieza realizada en tinta en la que rescata todo el influjo de la tradición artística china, mostrando gran capacidad para absorber del entorno (humano y natural), como mucho de lo que vemos en un hacer donde al –impregnarse de realidad– ahondó siempre más allá de lo puramente estético.
Así Venturelli, en esa constante indagación se va desplazando a distintos frentes, y no exclusivamente territoriales, sino más bien ligados a la construcción de un relato que advierte la pérdida de la dignidad representada en los padecimientos de la serie litográfica Hoy es todavía (1949) y el mural para la Librería Universitaria América no invoco tu nombre en vano (1950), donde implícitamente subyace el deseo de recuperarla, tal como se constata en los periodos de Chile (1942-1950/ 1966-1973), China (1952-1959) y Cuba (1959 -1964) en los murales a Camilo Cienfuegos, actual edificio del Ministerio de Salud de la Habana (Cuba, 1962), Al transformar la naturaleza el hombre se transforma a sí mismo (Inacap -1969) y Chile, para el edificio de la UNCTAD III (1972). Algo que acabaría en la progresiva desaparición del sueño, la devastación y luego en una eventual restitución. Tránsito que reconoce además, parte importante de las obras hechas en Suiza (1973-1988), como Las piedras blancas (1980), Recuerdo de un recuerdo (1983) y los primeros tres vitrales: La angustia de los oprimidos, Un saludo para la humanidad y Yo tenía sed y ustedes me dieron de beber para el Templo de la Madelaine en Ginebra (1986) y luego los segundos tres vitrales: El prisionero liberado, Busquen y encontrarán y Muerte y resurrección (1988), como un testimonio fundamental de un artista que hizo suyos los versos de Neruda y continuó su inclaudicable labor sin perder su esencia: “Yo sigo trabajando con los materiales que tengo y que soy”.
Por lo mismo, José Venturelli, 30 años humanista y viajero es un manifiesto de vida –la que vista desde aquí– redunda en una declaración de principios que desde ya se convierte en una entrega incondicional, conformando un espacio de mediación entre el artista y el hecho de no encajar en un mundo saturado de desgarramientos y quebrantos, pero que Venturelli (Santiago, 1924 – Pekín 1988), convierte en todo un mapamundi social y humanista.