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“conocer es simplemente trabajar con la metáfora

favorita de uno… porque la construcción de metáforas

es el instinto fundamental del hombre”

– Friedrich Nietzsche

La guerra no ha cesado durante dos milenios. Apolo ha acribillado a Dionisios todo este tiempo. El campo de batalla está donde cada hombre. El culpable de la guerra es Sócrates; el cómplice, Platón. El motivo siempre es el poder. Los apolíneos se consideran baluartes de una supuesta Moral, Verdad y Belleza; los dionisíacos, lo son del Éxtasis, del Desenfreno, de las Pasiones. La guerra persistirá en tanto no exista un diálogo entre los dos ejércitos.

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La obra de la artista Miriannys Montes de Oca (Matanzas, Cuba, 1993) dota de un nutrido repertorio de imágenes al estado de esta guerra en la actualidad que es más inefable y existencial que comprobable empíricamente. Un conflicto que transcurre hoy por cauces más sutiles a la vez que efectivos que la espada sangrienta del cruzado o la hoguera del inquisidor, pues se encuentra en el discurso velado del animado infantil, en la publicidad, en el comentario de la familia, en el juego con el amigo, en la lección del maestro… Apolíneos y dionisíacos han sofisticado sus métodos. Su campo de batalla está hoy en la ideología. Sus mensajes son cada vez más efectivos y esparcen  sobre el hombre una avalancha enajenante de la cual solo atina a experimentar sus consecuencias, sintetizadas bajo el diagnóstico de la angustia sostenida. Hoy se produce una guerra silenciosa.

Revolución de la serie Escenas, 2015. Esmalte sobre vinil, 115 x 150 cm.

Revolución de la serie Escenas, 2015. Esmalte sobre vinil, 115 x 150 cm.

A Miriannys Montes de Oca le afecta la indiferencia de su generación, de su país. Siente la tristeza en las miradas de los hombres y representa en sus pinturas a esos sujetos que como su padre se han visto obligados a enterrar sus sueños para ajustarse a los requerimientos del tejido social.

El ojo de Miriannys está puesto sobre el hombre. Le motivan no los grandes relatos de héroes o líderes sino la historia micro, la que puede conocer a través del diálogo directo con sus protagonistas o la que espía desde la ventana de su casa o en su andar cauteloso por la ciudad. Observa el devenir vital de diferentes sujetos. Cada una de sus piezas forma parte de una gran narración donde reinterpreta desde el arte un dilema perenne en el cual se encuentra sumido el sujeto: la fractura entre el deber ser social de signo apolíneo y las expectativas y necesidades del Yo. De tal suerte en cada una de sus series aparece por un lado el hombre en encuentro consigo mismo, en su individualidad y por el otro el tejido social, la oleada amenazante de los otros.

Después de los Rolling Stones de la serie Escenas, 2016. Esmalte sobre vinil, 125 x 250 cm

Después de los Rolling Stones de la serie Escenas, 2016. Esmalte sobre vinil, 125 x 250 cm

La historia que impulsó la creación de la serie Los soportables pesos del ser,  que además significó su ejercicio de graduación en la Universidad de las Artes (ISA), fue la de su propio padre, el típico hippie utópico y soñador del pelo largo de los setenta cubanos que escuchaba escondido a The Beatles. Infancia, adolescencia, juventud y adultez son registradas en clave metafórica por Miriannys en una pintura puramente cinematográfica que desenlaza en un suicidio simbólico en representación de la muerte de la utopía. Junto al padre como elemento sígnico central aparecen también otros personajes que se refieren a los sujetos que lo acompañan en su vida: la esposa, los hijos, los vecinos y los amigos de sus hijos y vecinos, los cuales vendrían a simbolizar a los otros.

A Miriannys Montes de Oca le afecta la indiferencia de su generación, de su país. Siente la tristeza en las miradas de los hombres y representa en sus pinturas a esos sujetos que como su padre se han visto obligados a enterrar sus sueños para ajustarse a los requerimientos del tejido social. En términos nietzscheanos la dimensión apolínea intrínseca a la metafísica occidental ha condenado a esos sujetos a una prisión perpetua sobre sí mismos y, por tanto, obligados a simular como estrategia de supervivencia frente a las presiones de la sociedad se han despojado lentamente de su autenticidad, de su transparencia.

Escena II de la serie Escenas, 2015. 120cm x120cm. 2015. Esmalte sobre vinil, 120 x 120 cm

Escena II de la serie Escenas, 2015. 120cm x120cm. 2015. Esmalte sobre vinil, 120 x 120 cm

La visualidad que adquirían los otros en las series Escenas y Decadencias, las cuales nacieron a partir de fotografías que la artista tomó de presentaciones de teatro y danza contemporánea,  como podemos advertir en las obras Escena II o La revolución era esencialmente fantasmagórica. Sus cuerpos caricaturescos y cadavéricos apestaban a muerte, bilis y ruina. Los Otros se lanzaban sobre el sujeto como una máquina devoradora, fantasmagórica y escalofriante y visualmente se encontraban emparentados con los códigos propios del cine expresionista alemán, lo cual no sería nada gratuito si trazamos líneas de contacto entre las tesis estéticas de Miriannys y las del movimiento alemán, el que nació en una Europa sumida en una peliaguda crisis existencial al tiempo que se desmoronaban los grandes metarrelatos metafísicos cuando corría la voz de que su Dios había muerto, el mismo dios que durante siglos movió el espíritu de su pueblo hacia la trascendencia condenando a los confines del infierno a todo sujeto que persiguiera un camino dionisíaco. El cine expresionista, como la obra de esta joven artista, denunció a gritos las consecuencias de una “modernidad perversa”, esa que tiene como consecuencia velada la profunda angustia existencial, el constreñido y excluyente ejercicio hegemónico de la Razón y la automatización del sujeto en función de una carrera histérica por la trascendencia.

Los otros de Los soportables pesos del ser tienen una dimensión también expresionista, pero no de signo negativo, hecho que se produce como consecuencia del propio proceso de creación. Son aquí la representación de familiares, amigos y vecinos que Miriannys reunió, vistió, maquilló e insertó en escenas y ambientes que ella misma había construido en un teatro. Fueron fotografiados y tomados como motivo para la construcción de los cuadros. Los otros, esa masa que su pintura configuró como fantasmagórica, amenazante e inquisidora en otras series, alcanza aquí tintes más naturalistas y amables. Sabe que también junto con su padre son víctimas de un estado de cosas apolíneas. Ellos también han sufrido y han perdido de a poco su autenticidad. De ahí que estas piezas se vuelvan menos fantasmagóricas que aquellas. Los otros como los que aparecen en La marcha de las antorchas y Amanda, la niña vecina del frente han dejado de ser esa avalancha amenazante sobre el sujeto en tanto también se han convertido en heridos.

Amanda,la niña vecina del frente de la serie Los soportables pesos del ser,2016.Óleo sobre lienzo, 145 x 100cm.

Amanda,la niña vecina del frente de la serie Los soportables pesos del ser,2016.Óleo sobre lienzo, 145 x 100cm.

El teatro y la teatralidad misma funcionan en clave metafórica para aludir a una vida, la occidental, que transcurre históricamente como una gran puesta en escena, donde el hombre ha de desempeñar constantemente un papel, ha de simular comportamientos, ideologías, sentimientos para encajar en los requerimientos que el tejido social, los otros, exigen, lo cual por un lado genera frustración, fractura entre los impulsos apolíneo/dionisíaco, y por el otro, es un instinto de supervivencia porque “a veces necesitamos la ceguera y debemos permitir que ciertos errores y artículos de fe permanezcan intactos en nosotros mientras nos mantengan con vida”, explica Hans Vaihinger en «La voluntad de ilusión en Nietzsche».

El hombre ha de acudir a lo artificial para enmascarar sus debilidades y mantenerse con vida, a lo cual justamente alude la artista en su serie Aderezo. El sujeto se arma de revestimientos, de decoraciones, de artilugios que enmascara sus carencias. Lo artificial disfraza la decadencia, el deterioro, la podredumbre. Considera, en específico, que la flor plástica, objeto decorativo presente en casi todos los hogares cubanos, sustituye el elemento natural que toda casa debería poseer. En la serie Aderezo toma prestada la visualidad de las flores artificiales que decoran los hogares y la lleva al arte. En ocasiones, no solo su imagen, sino también la flor misma, pues la descompone y la dispersa a modo de abstracción en el lienzo.

Muchas propuestas supuestamente artísticas tienen el mismo sentido kitsch, hedonista y decorativo de la flor plástica y muchos sujetos no experimentan frente a ellas experiencias estéticas puramente desinteresadas. El arte para estos es solamente una posesión material a exhibir, un signo que denota un status de poder elevado, una mercancía que comercializar. El arte como la flor plástica también enmascara las carencias del sujeto y se vuelve tan vacío, frío y artificial como aquella. En Aderezo, utiliza en las obras telas estampadas y flores que recopila en la casa de su familia o en las de sus amigos. Lleva el elemento popular, kitsch al “templo” del arte y por una parte aparece un cuestionamiento a su arcana sacralidad, su carácter aurático y su filiación con “la alta cultura”; por la otra, la propuesta de intentar desautomatizar una percepción estética embotada por un arte carente de sorpresa y que trabaja con fórmulas manidas.

La marcha de las antorchas de la serie Los soportables pesos del ser, 2016. Óleo sobre lienzo, 100x145 cm

La marcha de las antorchas de la serie Los soportables pesos del ser, 2016. Óleo sobre lienzo, 100×145 cm

La visualidad de toda su obra se encuentra marcada por una condición dual: de un lado, lo tétrico, lo dramático, lo asimétrico y teatral de unos personajes profundamente perturbadores y enigmáticos; del otro, “lo bello”, el arabesco, las flores y el detalle tierno de un tipo de pintura que pudiera ser malinterpretada como decorativa. Pero, ojo, lo que pudiera parecer hermoso en su obra es solo un simulacro que justamente alude a todos los artificios de los que se arma el hombre para cubrir sus cicatrices, su miseria, y la frustración que implica ser una y otra vez acribillado por Apolo. Dionisios de nuevo pierde. La culpa siempre es de Sócrates. El hombre ha de soportar su ser.