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“Múltiples elementos, que tienen que ver con el brillo,

nos terminan dejando ciegos” (Carlos Rivera).

Arrolladora paradoja, con la cual Carlos Rivera (Luxemburgo 1985), nos invita a la Sala Gasco, a su exposición Sin estrellas, originada en la palabra “Desastre”, una denominación compuesta por el sufijo latino “Dis”, que significa sin, y “Astrum”, que significa estrella. Término que en este caso opera como una plataforma metafórica conformada por un sinfín de disímiles objetos (casquillos de bala, tenedores, clavos, filos de cuchillos, pernos, golillas, anillos) que hacen de pequeños circones citadinos, hallados por el azar y por la idea de poner en valor mucho de nuestros desechos, introduciéndonos en un universo residual, donde por ejemplo la punción de los cuchillos cartoneros adquieren una dimensión que desborda su origen, ampliando el espectro de la posibilidad estética. Tal como asevera Ignacio Szmulewicz R.: “El doble filo de la obra de Carlos Rivera, se encuentra en el doble dramático de los objetos, que en su reverso constante espejean y activan posibilidades de desborde y descontrol. Un peligro no menor para la época finita que habitamos por estos días”.

 

Desde una reversible mirada Carlos Rivera, además reinventa el modo de percibir cómo la luz se puede representar desde la oscuridad y viceversa, proyectando un firmamento citadino, fundado en el hecho de que a muchas estrellas las vemos aun estando extintas, como muchos de los objetos de Sin estrellas, que pese a su condición de desecho cobran vida y relampaguean cual lucero, demostrando una mutable propiedad sustentada en astros que ni siquiera figuran y aun así son capaces de generar esta particular serie de cuadros lumínicos que aparecen y desaparecen, que se encienden, apagan o lisa y llanamente te embisten con su punzante brillantez.

Sin estrellas, además propone una dilatada caminata por Santiago de un artista recolector de objetos olvidados, muchos de los cuales clava sobre una superficie negra lacada, como un filoso insectario luminiscente donde cada estrellado miembro trata de exhibir su evanescente, pero a la vez oxidada ferocidad. Singular contrapunto que puede verse tanto a ras de suelo, como a ras de cielo. Un ámbito intercambiable que sin duda apunta a un cielo que invierte su marco referencial, como un ejercicio limítrofe que difumina las barreras, sirviéndose de elementos sinécticos (aparentemente distantes) que sin querer se conectan formando puntos lumínicos que titilan en un espacio “sideral” plagado de sugerencias, las que se constatan en una bitácora y/o extensa vitrina de objetos encontrados de Suelo Santiago, y luego en Suelo cielo Santiago, como consecuencia de lo que esta andariega búsqueda nos delega.

Dicho de otro modo, esta muestra ofrece todo un tributo a esa suerte de “big bang”, proveniente de cada una de estas denostadas criaturas que sin querer fueron sobrexpuestas al desgaste y la polución. Punto de inflexión que sirve para hacer un interesante paralelo entre los objetos y el flagrante anonimato que a diario enfrentamos, expresado en una serie de 7 piezas realizadas en masking tape sobre vidrio titulada Es como si no existiéramos, superponiendo trozos de papel adhesivos para dar distintos niveles de opacidad y claridad a figuras que luego se iluminan y que a su vez se complementan con Sin estrellas, serie también de 7 piezas de telas en masking tape retroiluminado, donde la gente flota, levita o sencillamente cae al fondo de este arbitrario firmamento, donde nadie viene a socorrerte.

Así, acompasadamente vamos entendiendo el mapeo que el autor propone, al subvertir la función objetual, recurriendo a un millar de filosos cuchillos cartoneros en Vínculos de Proximidad, al masking tape sobre pantalla de cristal en Distante de Oscuridad, o el blackout pintado y retroiluminado en Distante de Luz. Logrando que lo subyacente en dichos objetos se exprese como una carga inagotable de memoria, que pese al deterioro se manifiesta convirtiéndose en una dual metáfora conformada por la ambivalente lectura del suelo –cielo y universo donde cohabitan objetos de desecho y seres víctimas de la atomización citadina–. Esa que en la práctica deja que cada cual se convierta en una estrella solitaria y marchita.

No obstante, lo fundamental de esta muestra no sólo radica en el uso de una materialidad poco convencional, ni en la brillantez o luminiscencia, sino en la preocupación del artista por el hombre y su problemática, enfrentado a una sociedad de consumo atestada de falsos brillantes, oropeles y circones que lo único que hacen es enceguecernos. De ahí la denominación de Sin estrellas, proyectada como una perenne metáfora, que de algún modo ya se vio reflejada en Sombras (Galería AFA-2015), perpetuando ese duelo entre la luz y un opuesto e irrevocable juego que han determinado el quehacer de Carlos Rivera, principalmente por tener un abuelo ciego y por haberse criado al interior de la Isla de Maipo, sin televisión, y sitiado por miles de estrellas y sombras. Sincronía que traspasa su obra desde el momento en que su enfoque social se empapa de aquel profundamente intimista, manifestado en ser el “busquillas de esa otra pincelada”, la que proviene de esta impredecible ciudad, donde cualquiera puede pasar de ser un olvidado objeto, a ser un flamante lucero de este firmamento citadino, visibilizado en gran medida como un acto de pertinencia, y por otro como de desobediencia extrema, cuando excede incluso la materialidad que lo sustenta, formulando un lúdico, pero a la vez abyecto universo, que fuera de la aparente contradicción de estar Sin estrellas, refulge colmado de ellas.