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“Hay una manera de contribuir

a la protección de la humanidad,

y es no resignarse”

(Ernesto Sábato).

 

Desde el 5 al 28 de octubre, la Galería de Arte Posada del Corregidor, abre sus puertas a los artistas chilenos Camila Lobos e Ismael Frigerio con la muestra Entre luces y náufragos, lúdica propuesta enmarcada dentro de la exposición “Colección Al Límite, Sin Límites”, que incluye más de 100 obras de 60 artistas internacionales y que se presentará por primera vez en Santiago de Chile.

Camila Lobos

En este escenario Camila Lobos (1988), artista multidisciplinar desarrolla distintas técnicas como la instalación, el videoarte y los nuevos medios. Poniendo especial interés en la pintura fotoluminiscente, que absorbe la luz, proyectándola en la oscuridad como una dúctil posibilidad de ampliar su modo de representación hacia algo que va de lo volátil a lo concreto, creando un efecto totalizador que envuelve de principio a fin, involucrándote en una lumínica mutación que ella misma describe – “Me interesa principalmente la interacción del espectador con mi obra y cómo ésta se modifica y se va modificando a través de las diferentes experiencias con contextos y personas diferentes. Pretendo generar obras que puedan involucrar a quienes las están mirando, ya sea intelectual o corporalmente”.

Camila Lobos

Al presentarnos parte de su obra, propone un entrecruce temático que transita de la invisibilidad a visibilidad, generando una pulsión que se ha exteriorizado desde sus inicios en Impresentable (2012), donde va de la concreción al simbolismo, haciendo de la sugerencia un elemento sustancial en su trabajo, donde se palpa de inmediato cómo el sujeto supera al objeto, en una construcción alegórica que hace explícita la volatilidad de la luz, la que a su vez se configura explorando el lenguaje como un sistema de transferencia de contenidos que se traduce en el modo de comunicarse mediante círculos luminosos con textos llenos de poesía que abordan lo periférico, el territorio, y las infranqueables fronteras del conocimiento, y uno termina preguntándose Cómo se construye un límite (2017), y en cierto sentido nos permite rememorar esa serie de tatuajes virtuales activados al simple contacto, que Camila Lobos presentara en el Museo de Arte Contemporáneo de Valdivia en desde Lo propio (2016), donde cada asistente hizo “lo propio” con la cita reflejada en su cuerpo.

Ismael Frigerio (1955), en cambio intenta mediante barcos de hojalata, pinturas y libros recubiertos de cera salvaguardar la identidad de éstos últimos, en un desesperado acto de salvataje, referido a John Dee (1527-1609), uno de los hombres más eruditos de la época isabelina, quien fuera su mago personal y consejero. Un pensador que a lo largo de su vida atesoró una de las bibliotecas más prominentes de Europa, pero que al morir fue cremado en una embarcación con todos sus libros. Arbitrariedad que Frigerio en un acto de contrición, recrea en Cantos y palabras más allá del territorio, y en la exposición Ecos y viajes en torno al conocimiento (mayo 2017), realizada en la Galería Nemesio Antúnez, dando luces de como el fuego a través de la historia se ha instaurado como un elemento de destrucción masiva del saber, alcanzando incluso a la Patagonia, donde poderosas familias compraban ediciones completas de libros para incinerar la verdad sobre la conquista de dichas tierras. Una sintomatología que además se ha propagado desde el incendio de la Biblioteca de Alejandría, pasando por la inquisición, la época nazi con grandes piras de libros arrojados al fuego o inclusive durante la dictadura, donde el saber fue considerado un arma extremadamente peligrosa.

Ismael Frigerio

Razón de sobra para que Frigerio proteja los libros cubriéndolos de cera, con una capa o dermis regeneradora de estos contenedores de ideas rumbo a la salvación, y que el propio Frigerio comenta – “Lo que yo hago es dislocar el objeto: me encuentro con algo y lo llevo a otro lado”, rescatándolos del naufragio, y devolviéndoles una dignidad, que no sólo el fuego ha intentado acallar, sino también la tecnología, dejando de lado millones de hojas impresas, en una renovada forma de siniestrar el pensamiento.

Así Entre luces y náufragos crea un singular punto de encuentro entre dos artistas, que en sí suponen una revisión en torno a la palabra escrita, ya sea impresa o proyectada, lo que conlleva una reflexión en cuanto a cómo éstas operan dentro de una perspectiva histórica o de cómo son limitadas o según sea el caso, apagadas o convertidas en ceniza. Aunque en rigor son ellas las responsables de materializar un discurso estético que en ambos casos bordea la ruptura, pero no sólo desde la obra misma, sino de quien observa o participa, facultándolo para que sea un continuador que toma pasaje en este viaje lleno de libros, botes, luces, círculos y palabras, que se traslada tanto a un mundo de reminiscencias, como de imaginarios, donde la tecnología es absolutamente preponderante en un proyecto tecno-mediático, redoblando la maleabilidad de las palabras (según de donde las lea dentro de este círculo infinito), diversificando no sólo su percepción, sino el modo de cómo son empleadas.

 

Al mismo tiempo sirven para homologar sucesos que si bien suenan ajenos, nos muestran renovadas posibilidades de expresión conducentes a recuperar la memoria histórica. Toda una declaración de principios en la obra de Frigerio, quien por más de treinta años órbita temas universales, anclándolos a nuestra realidad americana y chilena, interpretando a cabalidad lo expresado por de Georg von Lukács – “La concepción del mundo en su desnuda pureza”, o quizás debiera decir en su descarnada crudeza, ya que innumerables veces ha reflejado el cómo nuestro continente americano ha sido intervenido por la locura del viejo mundo.

De esta manera, Entre luces y náufragos, va señalando las claves para restablecer lo imposible, dándonos a entender que el arte nos insta a no resignarnos frente a lo que está a la deriva, es irreparable o deliberadamente injusto.