“El arte, es un eterno romance con lo desconocido”
(Grimanesa Amorós).
Entre el 7 de septiembre al 5 de noviembre, Espacio Fundación Telefónica está exhibiendo por primera vez al público la Colección Al Límite, Sin Límites, constituida por más de 60 obras de artistas de reconocida trayectoria provenientes de 40 países, generando un inédito encuentro de arte contemporáneo internacional, con parte importante de esta espléndida selección de pinturas, fotografías, video arte e instalaciones, donde el espectador vivirá una experiencia única de realidad virtual en la que podrá sentirse dentro de la obra, pero también compenetrarse con el arte contemporáneo asistiendo a charlas con su curadora, críticos y artistas nacionales y extranjeros invitados.
Una muestra que sin duda busca la confluencia armónica entre el público, disímil por naturaleza, y este mundo que exhibe lo más destacado del arte actual, dando cuenta de una multidireccionalidad de temáticas, propuestas estéticas y técnicas, reconociendo ese inasible entramado entre la autonomía artística dentro de una obra e incidentalmente aquel periodo histórico en el cual se sitúa, impulsándolo a comprometerse mediante un desplazamiento desde la imagen objetual a un contexto más radical y mordaz, expresado en un persistente cuestionamiento. Tal cual sucede con Antuán (Cuba 1972), quien a través de pushing balls, instalados de Izquierda y derecha (2004 -2017) con los rostros de Donald Trump, Kim Jong Un, Wladimir Putin, Bashar al Ásad y Nicolás Maduro entre otros controvertidos políticos, instando al espectador a hacer sus descargos. Inconsciente catarsis que además de la interacción, libera a ese individuo microscópico y anónimo ante al poder, dándole la utópica posibilidad de desestabilizar a estos intocables.
En esa misma línea, equidistante a la problemática social y política también aparece Diana Drews (Colombia 1971), con una instalación en torno al secuestro y el inconsolable vacío que deja en quien queda esperando en ese Jardín de sillas vacantes que claman por sus dueños. Poniendo énfasis en los objetos de uso cotidiano como una doliente extensión de quien las usa y que indefectiblemente el recuerdo replica y atesora engrandeciendo aun más su ausencia.
En tanto Grimanesa Amorós (Perú 1962), artista interdisciplinaria que ahonda desde la ilusión, combinando lo natural, lo científico y lo social en una permanente exaltación hacia la vida expresada desde un inusitado código lumínico que se propaga en Organismo (2010) y en la propuesta de video arte Miranda (2013). Simultáneamente, Celeste Martínez (Argentina 1973), afín a la tendencia definida por el crítico Hal Foster como realismo traumático, busca esa terrible realidad contenida en lo abyecto, y que vincula el micro mundo celular y los agentes patógenos con la imagen. Particular búsqueda a la que se pliegan las chilenas Cecilia Avendaño (1980) y Daniela Kovacic (1983), sacando ronchas con un discurso dicotómico que habla de dolor y discriminación, usando el rostro como una maleable sinécdoque en la que el ucraniano Bohdan Burenko (1987), añade una descoyuntada perspectiva, mostrando individuos como complejas máquinas repleta de tormentosas y mecánicas llagas.
En una frecuencia muy distinta Craig Wylie (Zimbawe 1973), exhibe una obra de gran factura técnica en la que extiende los sentidos más allá del plano del cuadro, provocando un efecto de hiperrealidad, que Alex Ten Napel (Países Bajos 1958), logra con Diura, fotografía en la que despliega una sensibilidad a toda prueba, en cierto modo compartida por esa intimista visión de Mónica Rojas con Ludmila (Argentina 2012), la que contrasta con la móvil ingravidez propuesta por Jeff Rob (Inglaterra 1965), en un viaje lenticular donde crea esa sutil sensación de vértigo que hace levitar al visitante. Lúdico momento en que es atrapado en el minúsculo mundo de Achraf Baznani (Marruecos 1979), quien a través de una hiperbólica mirada nos demuestra esa inmensa pequeñez que nos rodea.
Contrapunto que indirectamente se liga al belga Wim de Schamphelaere (1963) y ese muro marcado por un refinado dramatismo, que evoca tanto las clásicas construcciones griegas, como la Edad de oro holandesa. Alegórica obra concebida en razón de lugares ignorados del tercer mundo como un espejo “suprasensible” colmado de sensaciones, que en definitiva son el alma esta Colección Al Límite, Sin Límites, tal como lo demuestra la pregunta que subrepticiamente desliza Bert Vredegoor (Países Bajos 1956), – ¿Qué tienes en mente?, dirigida a quien observe esa atmósfera donde la luz se filtra por un insondable juego de mosaicos de terciopelo negro, blanqueado por cloro y que artista plantea adelantándose a nuestras respuestas.
Algo que Viktor Freso (Eslovaquia 1974), proyecta desde una realidad paralela mediante gestos estragados e irónicos con los que rebasa los límites de la belleza. Misma que Marcela Cabutti (Argentina 1967), apenas roza con un interminable y cristalino beso, tan lúdico como el camuflaje de Cecilia Paredes (Perú 1950), en Memories (2011) o la ambivalencia artificial y creativa de Anke Eilergerhard (Alemania 1963), desplegada en esas juguetonas kitchenplastics o siliconadas tortas con las que transforma la objetualidad cotidiana en un fenómeno metacultural que excede toda expectativa. Hecho que se hace extensivo a esta colección, donde por razones obvias, sólo se pueden mencionar algunos de los destacados artistas de esta larga lista que conforman esta muestra.
Anclada a la realidad, o inmersa en territorios donde el imaginario pone sus reglas, Al Límite, Sin Límites, es muchísimo más que una colección. Es la extensión del sueño realizado por la inclaudicable tenacidad de Ana María Matthei, y todo su equipo, pero además por un excelente trabajo curatorial de Marisa Caichiolo, quien seleccionó este invaluable material, que estimula no sólo al coleccionismo, sino a ser un real portavoz del arte contemporáneo mundial, desde un lugar donde no hay límites, sólo encantamiento.