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El arte es una condensación

que no necesita explicarse,

 ahí está todo.

(Mario Toral).

Indómito como un relámpago, ingrávido como un suspiro, con su lanceolado pincel y un infinito arcoiris bajo el brazo, Mario Toral (1934), nos presenta en Galería Artespacio sus creaciones de estos últimos 7 años (2010 -2017), obras inéditas donde abundan las alusiones a lo terrenal y lo cósmico, como un mecanismo reversible cargado de magnetismo, en que hasta el más impávido se siente inmerso en ese espiral metafísico que mueve su enigmático rotor.

Cosmovisión conformada por elementos de una mágica recurrencia, sobrecargada de imágenes simbólicas y contrapuntos presentes en los cuerpos que se estiran como lenguas ofreciendo sus coloridas papilas sobre una espesa negritud, creando voluptuosos océanos de oscuras y algodonadas nubes, que a ratos reducen las formas casi a su esencia y en otras las enaltecen radiantes, desplegando su arrollador potencial y plusvalía cromática reflejada en andanadas de grises, ocres, carmesís, azules, sienas y escarlatas, que el artista dosifica en la medida justa, revitalizando esas pulsiones oníricas de hombres y mujeres sin cabeza o esas cabezas que pululan solas como desgranadas estrellas.

El misterio de la vida y su anverso aquí se juntan como dos furtivos amantes, que si bien no están dispuestos a develar el secreto, insinúan parte de sus dones asumiendo enigmáticas significaciones, tal cual sucede con esos cuerpos que cruzan transitoriamente este palco escénico, en una magnífica alegoría a nuestra fortuita existencia, representada en esas aterciopeladas y ennegrecidas cortinas que enmarcan gran parte de la serie En el teatro, donde cada cual se aferra a esas telas que traspasan los cuerpos y el mismísimo escenario, en un interminable flujo que irremediablemente te impulsa.

Toral es todo movimiento, pero tan sutil e imperceptible como la rotación planetaria o el oculto deseo que trasunta su obra. Ambivalencia metafórica entre lo alcanzable e inalcanzado, entre lo posible y aquello que acecha o que juguetea inmerso en el mar de los anhelos, con mujeres que cuelgan como anzuelos y hombres que blanden sus crispadas lenguas.

No obstante, la construcción de su espacio pictórico, no surge de la fantasía propiamente tal, sino de lo que la vida te deja tras su huella, tal como el mismo Toral señala – “Los cuadros se hacen solos, nacen de la experiencia”, y eso se palpa al ver el dinamismo emanado de esa atmósfera, universal y sempiterna, colmada de insistencias, pero también de vivas interrogantes, donde cada elemento es una permuta constante, yendo y viniendo sin detenerse, en una insondable búsqueda de certezas.

Comportamiento expresado transversalmente por un repertorio de significaciones que a su vez se nutren del orden que Toral impone desde ese gran telón negruzco, contrastando la etérea claridad de los cuerpos, cabezas y torsos, con la vigorosa fortaleza cromática de caprichosas formas plagadas de sinuosos arabescos y torsiones que intercala, alcanzando un ritmo lineal que en definitiva termina siendo un distintivo con el cual arremete en gran parte de las series de estos últimos 7 años (2010 -2017), insinuando un juego armónico con el que además activa los engranajes que movilizan el interior del cuadro como un espiral inacabado, haciendo que toda esta muestra sea un solo lienzo que muere y renace en sí mismo, perpetuamente.

Por consiguiente, aquello que parece efímero, porque alude al imaginario representado en numerosísimas referencias que gravitan o sobrevuelan, son la prueba más patente de que su autor, mediante un torbellino apenas  sugerido – si se quiere sereno – distorsiona no sólo las formas, sino la perspectiva de quien ve – “Soñar no es olvidar el mundo que nos rodea, consiste en darle un sentido a nuestros sueños, imaginarlo mejor y sin ningún límite, para tratar así de construirlo realmente”. Palabras con las que Toral deja entrever cómo este trance entre lo imaginario y lo concreto se transforma en una problemática maravillosa, ya que desde ahí extrae el sustrato para explorar la naturaleza humana, con sus pequeñeces y grandezas, con sus esplendores y sus ocasos. Eso sí, siempre con la sensibilidad de quien convierte la poesía en una lúdica pincelada que viaja desde la serie de Rostros a Prisionera de Piedra y de la serie En el teatro a Emergiendo de la oscuridad, otorgándole especial atención a quienes surgen en una suerte de ascensión cargada de sensualidad y misticismo, cuando Toral al elevar los cuerpos les da una categoría de divinidad que nos hace pensar en una existencia por sobre la densidad de la materia. Instancia que por cierto está arraigada en nuestro subconsciente desde lo más primigenio, y desde donde refulge el cuerpo femenino con su inconmensurable fuerza, pero que él como artista sabe desentrañar, poniéndolo en un sitial que excede tanto lo terreno como lo abisal.

Parecerá increíble, pero Toral no magnifica, sino que nos traslada a un universo distinto, creado expresamente para mostrarnos la grandiosidad del ser humano, retratada con la maestría y sutileza de quien, como buen labrador de inauditos espirales, diversifica los contenidos echando mano a un sinfín de ondulantes formas y colores que con su elocuencia nos hacen valorar la vida y ese firmamento que llevamos oculto en nuestras almas y que titila sin darnos cuenta.