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Por vez primera el Museo Nacional de Bellas Artes, reúne simultáneamente la obra de José Balmes (Premio Nacional 1999), Gracia Barrios (Premio Nacional 2011), Roser Bru (Premio Nacional 2015) y Guillermo Núñez (Premio Nacional 2007), tal cual como si juntase cuatro puntos cardinales, que en el caso de estos 4 Premios Nacionales son cuatro referentes fundamentales de nuestra pintura, dado que surgen desde el más profundo arraigo, entreverando su obra con la contingencia tanto universal, como hondamente chilena.

Desde una pintura urgente que marchó a la par con los acontecimientos de una época, hasta asumir un compromiso, social y político, marcado no sólo por el carácter testimonial, la resistencia o el exilio, sino por una vocación tremendamente humana, ya que a través de su obra, uno logra adentrarse magistralmente en el alma patria, reconociendo sus fisuras, sus llagas, pero también esa nervadura poética que nos es tan propia y que nos hace reconstruir parte de nuestra memoria histórica personal y colectiva, con una perspectiva siempre esperanzadora.

Así 4 Premios Nacionales, parte con José Balmes (1927 – 2016) quien desde sus inicios en el informalismo se desmarca de la academia, haciendo de la gestualidad del trazo y los materiales un eje que moviliza su obra del papel a la madera, del spray al collage y desde una tosca bolsa de basura a esas inquietas hojas parisinas que vuelan sobre una desprevenida tela. Afluente matérica que da origen a una propuesta telúrica que denuncia la intervención americana en Santo Domingo (1965), Vietnam (1968) y Retrato del Ché Guevara (1968), presagiando un hecatombe, que luego se cristalizaría en un gran No (1972) de alerta, que finalmente resonaría como un contenido eco en Septiembre 1973 (1977), desencadenando una secuela de obras, donde la metáfora es la respuesta para evidenciar una cruenta realidad expresada en Cuerpos, Sin título y Fragmentos, todas obras de 1980, que destacan el carácter épico de sus protagonistas, tal como sucede en Homenaje a Rodrigo Rojas y Carmen Gloria Quintana de la serie caídos (1973 –86) y Litoral Central (1988), donde la inhumanidad alcanza su punto más álgido. Así y todo, Balmes sigue creyendo en el hombre, y lo demuestra en Pan (1991) con su emblemática marraqueta, símbolo de su cotidiana disputa.

En simultáneo Gracia Barrios (1927), nos muestra como su pintura se desplaza de la figuración a la abstracción en Figura Recostada (1966), Presencia (1967) y en Acontece (1967). Un transcurrir compositivo y estético que prontamente se empalma con su compromiso social y político derivado de la gente y del clamor de las multitudes, evidenciado en la serie América no invoco tu nombre en vano (tres obras de 1970 a 1971), y La Pobladora (1972), telas a través de las cuales nos indica el rumbo que seguía Latinoamérica. Proceso truncado abruptamente por esa oleada de golpes de estado que asolaron el continente y que ella retrató en Venceremos (1975), transfiriendo el dolor, a esos rostros desencajados y al desgarro del pabellón patrio, símbolo de un sueño despedazado, que se desperdiga también en Represión (1975), En la calle (1987), A Rodrigo Rojas (1986), Sin título (La universidad violentada -1986) obra realizada junto a José Balmes su inseparable compañero de obra y vida.  

Roser Bru (1923) en cambio nos presenta un potencial emocional distinto, haciendo de lo figurativo un enclave que le permite entrelazar materia y memoria histórica, tal como se aprecia en Tierra sembrada (1961), Retorno a los olivos (1962), La dama de Elche (1986), Muerte de un soldado de la República (1975), Moment de la mort (1979) e Imagen Grabada (1979). Propuestas en que al rememorar, evidencian un notorio compromiso por el ser humano, que se extiende a obras con una marcada preeminencia por la figura femenina retratada desde su cotidiano más íntimo en Figura concentrada (1962), Mujer con sus partes (1968), Sin título (tríptico en patchwork 1972) y También usted puede ser bella y amada (1972). Alusión que a ratos trasunta una crítica, pero también una visión reflexiva, donde convergen símbolos propios de su iconografía como la fertilidad, la infancia y la muerte. Matrices temáticas donde además sobresale la figura sublimada de la heroína como en Ana Frank (1978), Un triángulo y la Mistral (1993) o en Retrato de una desaparecida (1986).

Por su parte Guillermo Núñez (1930) visceral y contestatario, nos conmueve con obras donde del dolor es un atávico compañero de ruta que se manifiesta desde sus inicios con una visión descarnada en Los orígenes sumergidos (1963), Agoniza la rosa triturada (1963), Los cría uno mismo (1965) y en Aun en mis sueños (1965). Obra que paulatinamente se va empapando de una coyuntura más pop – lítica en El grito (1967), A better half heart (1967), y Héroes para recortar y armar (1969). Pero donde sí hace suyos los versos de Neruda –“Aunque los pasos toquen mil años este sitio, no borrarán la sangre de los que aquí cayeron”, es luego de vivir en carne propia los estragos de la represión y el exilio. Transición que se hace patente en la asepsia dolorosa del blanco, cubriendo de dramatismo una pintura dominada por ese horror que socava el alma como una desollada tronadura expuesta en Esculpir con el dolor un tremendo grito de esperanza (1976), Recado de Chile 5, ¿Con qué agua lavaremos la sangre de los ríos? (1976), Lo que no sale en ninguna lista (1978), haciendo de su oficio un alarido destemplado de denuncia y registro.

Finalmente, 4 Premios Nacionales, es sin duda una muestra única, donde se reconoce el legado, el testimonio y la calidad estética de sus autores. Destacando por sobre todo la importantísima labor curatorial realizada por Inés Ortega – Márquez, quien pone especial atención en la naturaleza de las obras, escogiendo piezas de diversos formatos y técnicas, como pinturas, collages, grabados, e incluso textiles que dejan entrever, cómo y por qué fueron concebidas, generando un corpus, integral entre el artista y su existencia, signo visible de su tiempo.