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«Cuando todos se vayan a otros planetas
yo quedaré en la ciudad abandonada
bebiendo un último vaso de cerveza».

Jorge Teillier.

Entre los paralelos 41º y 43º de latitud sur y a 1200 kilómetros de Santiago, se encuentra el Museo de Arte Moderno de Castro (MAM), donde hasta el 14 de marzo se presenta la Muestra Anual 29 MAM Chiloé, exhibiendo el trabajo de cinco artistas visuales contemporáneos.

Valiéndose de los supuestos perfiles de Facebook de conocidos personajes del ambiente artístico nacional, Coco Delgado incursiona en el retrato, poniendo el acento en el registro, donde las restricciones de una época son la base para retratar a muchos de los elegidos, no sólo por ser amigos y cercanos, sino por haber contribuido a desperezar la modorra cultural chilena. En ese sentido, hace un traslape temporal conjugando el underground dictatorial y su actual diáspora, con una propuesta que saca de la orfandad a sus protagonistas, creando un gran álbum e incidentalmente una consanguineidad tácita entre estos Amigos de Perfil, nombre de un proyecto que, descrito por su propio autor: “Es un montaje de retratos en blanco y negro, en gran formato que rescata algunos elementos formales de aquella época análoga, como la ausencia de color y cierto acercamiento al antiguo oficio de la pintura de cine”.

Fuera de la transición o traslación de estos Amigos de perfil, desde el punto de vista técnico destacan el dramatismo de la expresión y la iluminada frescura bañando los rostros de Jordi Joret, Carlos Cabezas, Matilde Huidobro y Coca González, sólo por mencionar algunos de los convocados a un proyecto que no busca desandar sobre el pasado, sino al contrario, porque aquello que entendemos como historia se construye con recuerdos.

Algo similar sucede con Mauro Jofré y Marcelo Sánchez, puesto que ambos hacen un perfecto maridaje entre lo que es su propia historia y este palimpsesto de una patria personificada en esta Individualidad Fragmentada, que reconoce el desmembramiento expresado tanto en la contingencia, como en la cotidianeidad de un Proceso en Marcha, obra que propone un permanente contrapunto entre la inacción representada por mesa del poder y una multitudinaria marcha desplegada en cuatro puntos en conflicto, los que simbólicamente recorren un Chile fragmentado por la corrupción y los mezquinos intereses de ciertos grupos económicos y políticos que actúan a expensas de la gente.

Ahora, si se trata de fustigar, son pocos los que se salvan. Como sucede en Pisando sobre cáscara de huevo y en Hundiéndose en la abundancia, con dos pin-up aflorando de un murallón de billetes de dólar, donde se mezclan la prodigalidad y la fragilidad de dicha opulencia. Distinto a lo ocurrido en Nuevo Orden, Memoria y balance o en Estado policial, donde se muestra la cara oscura de la democracia, y que se agrega a Realismo y Naturalismo, donde se palpa el colapso ambiental que asola nuestras costas.

En suma, una Identidad fragmentada, que por sobre el procesamiento social evidencia una búsqueda que fusiona la gráfica callejera, con sus archivos iconográficos más personales para conformar una propuesta, que según Mario Soro incluye: “Citas constantes a la escena artística del Pop, emparentándolo con Rauschenberg y los europeos del nuevo realismo, como Mimmo Rotella, y sintetizado en la figura de Wolf Vostell; todos ‘invirtieron’ el sentido esteticista del collage hacia el accidente del decollage”. Y así ir cortando, ensamblando y repintando los fragmentos de esta melindrosa identidad.

Por su parte, Verónica Brodt (Santiago 1980), en Paiting The Chaos, hace un planteamiento envolvente en cuya atmósfera está presente lo onírico por definición, aunque además del elaborado juego real-irreal, se apoya en la crudeza de una tela sin gesso, entregándole a la textura la supremacía de una dermis, permitiendo al trazo imponerse y a la vez esfumarse, fortaleciendo la idea de velada pérdida, al exhibir el abandono en que se encuentran muchas urbes que aun estando superpobladas están próximas a un hecatombe, que sin duda se percibe en Paris-Orly, en el mismo Paiting The Chaos y en Nothing Times. Realidades ficcionadas que hablan de cómo la ciudad sobrepasa a sus habitantes y que colateralmente repercute en esa series de niñas solitarias, que inicia Little Girl with Rabitt, donde el lino puro de la tela vuelve a ser el muro de contención para un tópico que además se expresa en otras desoladas metrópolis, como en Neige sur Paris, Periferia Francesa, en Industrial y Arquitectura vegetal, con la industrialización ganándole terreno a la vida citadina, como un sino inevitable que replica al combinar el dibujo arquitectónico con una mancha que se desmorona casi como un efecto residual o una premisa de lo que vendrá.

Hasta encontrarnos con Ignición de Tomás Espina (Buenos Aires 1975), quien a través del fuego nos hace reflexionar respecto a que muchas de nuestras acciones virtualmente pueden transformarse en polvorines, al igual que esa bandada de pájaros dibujados con pólvora que al explotar quedan grabados en los muros de una instalación, como una silente llaga que va de lo efímero a lo inesperado, en un ejercicio, que por cierto se agrega a otras performances donde pulula el fantasma del alquimista que da espacio al azar para que libremente juegue con la combustión de los materiales, dejando que el factor sorpresa tome la palabra, como en Muaré (2003–2005), Boom (2006), Vanavolar (2007) o por supuesto en Ignición y Habitación quemada (2008).

Por eso esperamos que el MAM – Chiloé, instalado en esta otrora “Casa-Fogón”, emplazada en el Parque Municipal de Castro, siga sorprendiéndonos e iluminando el arte a la distancia.