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La Fundación Cultural de Providencia exhibe Lo que se hereda, dando cuenta del legado artístico familiar de José Balmes, Gracia Barrios y Concepción Balmes Barrios, Guillermo Núñez y Pedro Núñez, Abraham Freifeld, Ximena Cristi y Elías Freifeld Cristi.

“Durante mucho tiempo afirmé que podía recordar cosas que había visto en el instante mismo de mi nacimiento” – Yokio Mishima.

Si bien es ilusorio pensar ese imposible, no es menos cierto que más allá de las variables genotípicas o fenotípicas que determinan nuestro ser, la herencia es concluyente. Un hecho que advertimos, además de nuestros rasgos y gestos, en un proceder que en este caso debe verse como una sublime consecuencia que se inscribe fuera de nuestro alcance y donde únicamente el destino reconoce su causa.

Nacer y ser parte de un entorno donde se inhalan formas y se exhalan colores que inadvertidamente van conformando el intrincado lienzo del existir, pudiese parecer inexplicable, pero Lo que se hereda cobra sentido a partir de una muestra donde el amor y el estilo de vida hacen la ecuación perfecta, ejemplificada no sólo en quien continúa un legado, sino en aquellos –padres y madres– capaces de trasmitir un oficio, donde la creatividad y el talento no se dan por decreto, sino porque alguien decide continuar esta extraordinaria posta, y que mejor testimonio que las palabras de Humberto Giannini para aquello: “Los dioses, los seres humanos, las instituciones, se niegan a morir. E inscriben en la piedra o en el papel sus creencias, hazañas, mandatos, a fin de que las generaciones sucesivas, no corten el hilo de la historia”.

Acaso ese niño de 12 años, que en 1939 arribó a Valparaíso en el Winnipeg, que simbolizó en una marraqueta la esperanza y que enloqueció de amor por Gracia y por la pintura, sabía quién sería. Ciertamente ni lo sospechaba. Por eso, dejemos que la incógnita nos seduzca, porque no hay glosario que nos ayude a entender ciertas cosas. Como cuando pensamos en la extensa obra de José Balmes o Gracia Barrios y espontáneamente se enarbola la bandera de la patria, ya que sobre cualquier consideración estética, está presente en ambos el que desde el activismo de la plástica defendieran los derechos universales, con una pintura comprometida, testimonial y sin concesiones.

Caracterizada por la gestualidad al incorporar papel de diario, piedra, arcilla, tierra, ropa de trabajo o aerosol y otros tantos materiales y texturas que potencian ese guiño con el informalismo realista, a través del cual encarnan al hombre y su contingencia. Aun así, el mundo de ambos por siempre estará ligado a la herencia y lo demuestra esta frase dicha hace algunos años por los artistas, en una entrevista: «Siempre hemos pintado juntos y nuestra hija también tiene su casa y su taller aquí, aparte, en medio del jardín».

Tal cual una flor germina, Concepción Balmes surge con una fuerza expresiva y convicción tal, que en su trazo se percibe además de la solemnidad de la naturaleza y el infinito azul del océano. Un nivel de introspección que llevada de la intuición alcanza una dimensión casi metafísica del quehacer artístico, generando con ello un sentido de identidad que por definición le permiten poner en relieve –desde un motivo de gran espacialidad y contenido– a un diminuto cangrejo, creando una correspondencia con su ser más íntimo y creativo. “Para mí la pintura y el dibujo fue siempre algo muy normal. Era mi juguete preferido, el más cercano, lo que estaba al alcance de mi mano a toda hora. Una hoja en blanco era lejos la mejor aventura y lo sigue siendo”, señaló la artista en una entrevista en 2011, de Women’s Health.

Guillermo Núñez, afín a su compromiso político, representa lo descarnado y el desgarro de un latente gemir, donde la figura y el fondo se hermanan para dar paso a una gestualidad que se sostiene tanto en la tensión como en el registro de una memoria sin lirismos, pero con la metáfora de un dolor que nos deja el alma en vilo. Muestra inmanente del proceso vivido por Chile en su pasado más próximo. En contraparte y subrepticiamente nos encontramos con Pedro Núñez, quien se pliega a partir de su propia visceralidad, con un juego de proposiciones elaboradas con objetos que le son propios, como el origami y la poesía con la que crece y crea una armónica zona de transición llena de formas laberínticas, esculturas, pop-ups y mandalas que hacen de este viaje, ante todo, un fenómeno exploratorio y probabilístico cargado de significados.

Así también, girando en espiral en la vereda de la escultura está Abraham Freifeld quien llegó desde Rumania e introdujo en Chile el constructivismo, pero además, como dice Gaspar Galaz, su ex alumno: “Por ser pionero en utilizar planchas de acero y bronce, y dar la idea de volumen continuo, de un plano que finalmente se encuentra consigo mismo”.

© Ximena Cristi

© Ximena Cristi

Por su parte Ximena Cristi, a través del expresionismo figurativo, elabora un relato visual que enaltece lo cotidiano, con un lenguaje tan puro e intimista que es capaz de conformar un singular mundo de rinconcitos, paisajes, naturalezas muertas y autorretratos que trascienden su jardín interior, generando una sutil epifanía cromática.

Finalmente cierra este familiar mosaico Elías Freifeld Cristi, desplegando una obra que por su carácter experimental supone un advenimiento entre la pintura y el video (con instalaciones y performances), diversificando no sólo ambos lenguajes, sino creando un maridaje de sensoriales matices que, en el caso puntual de esta muestra, los restringe exclusivamente a seis composiciones como parte de una serie pictórica inspirada en el cielo. Un espacio de emancipación que sin querer concuerda plenamente con lo expresado por Isadora Duncan: “La mejor herencia que se le puede dar a un niño para que pueda hacer su propio camino, es permitir que camine por sí mismo”.