Luis Poirot + Fernanda Larraín | Miradas que se complementan

Unidos por un incondicional amor a la química, al blanco y negro y a un trabajo incansable en el laboratorio, Luis Poirot + Fernanda Larraín, nos invitan a la Galería Salustiano Casanova a recorrer Al extremo, un encuentro con la naturaleza que va desde Bucalemu a Conguillio, de Zapallar a Lago General Carrera, de la Patagonia a Isla Macías y China muerta, periplo que además se puede disfrutar en un maravilloso libro.

Desconozco si el encantamiento del amor ocurre en el sistema nervioso central o en otra recóndita región de este entrañable andamiaje, ya que cuando a dos personas las une esta irremediable condición –contrario a lo que se cree– están literalmente a salvo, al extremo que suceden hechos inexplicables y, tal cual como si fuesen movidos por una manivela, sus vidas dejan de desentonar y encuentran puntos en común, como lo ocurrido con Fernanda Larraín y Luis Poirot, fotógrafos que a través de un lente unieron sus caminos, Al extremo de realizar una exposición juntos.

© Poirot+ Larraín
© Poirot+ Larraín

En un mundo moldeado por la materialidad, la fotografía va desde el ilusionismo a poner en jaque una realidad generalmente despiadada, algo que puede verse tanto en un retrato como en un cuerpo o en estas fotografías de una naturaleza Al extremo, donde la luz es capaz de derretirse como un queso en un fondue, y aquello que parece impenetrable deja aflorar su lado amable y la severidad de las sombras, implacables y misteriosas se funden con una aterciopelada luz cenital que rueda cual cascada por entre las rocas, haciendo que lo pétreo y hostil luzca como una mullida alfombra o al revés, cuando la cándida luz tangencial se arremolina entre las hojas y todo parece sacado de un planeta etéreo o, mejor aún, arrancado desde las vísceras mismas de la tierra, donde las raíces muestran su fiereza o donde un torrente deshilacha su cristalinas venas.

© Poirot+ Larraín
© Poirot+ Larraín

Da gusto ver como la benevolencia de la luz se contrapone a una naturaleza siempre desbordante, pero donde la simpleza propone una introspección por parte de ambos fotógrafos, ya que no hay una intención de ir en busca del paisaje o de la socorrida postal, sino de hacer de esta muestra una suerte de sinécdoque –donde la parte por el todo– recorre el alma de un bosque que al estar representado mediante el clásico blanco y negro pondera su condición dramática, al grado de que el fotógrafo (Poirot + Larraín) se sitúa en un extremo para representar la ingravidez de un lugar que, dado su precario equilibrio, puede tanto perpetuarse como desaparecer, así como centenares de instantes que se desbarrancan de nuestra memoria sin que podamos recordar una hoja, una rama o una compungida roca.

Si bien los recuerdos más imperecederos se quedan anclados a nuestro sistema límbico, existen una sucesión de instantes que para otros quedan en el olvido, sin embargo aquí lo efímero amplía sus límites, haciendo eco a lo dicho por Diane Arbus: “Una fotografía es un secreto sobre un secreto, cuanto más te cuenta menos sabes”.

Razón más que suficiente para que Al extremo, termine siendo ese espacio de reflexión y misterio donde uno se da permiso para apreciar ciertas cosas que sólo en este coloquio entre dos miradas cómplices se puede dar. Tal cual lo comenta el propio Luis Poirot en su presentación: “Fernanda se relaciona con la naturaleza de forma amigable, en ella el agua refleja plácidamente y su entorno es el detalle, lo próximo. En mis fotos aparece el conflicto, a veces dramático de vida y muerte, el agua es una materia que se desparrama con fuerza y gasta la materia aparentemente dura de la piedra”.

Aquí nada es circunstancial. La lasitud del crepúsculo es el lance perfecto para hacer que diminutas motas de luz se conviertan en pequeños soles que se van adormilando sin ostentación ni estrépito, pero con la intuición de quienes son capaces de hacer de la fragilidad un vívido recurso para preservar aquello que comúnmente se pasa por alto, como lo dicho por el fotógrafo checo Josef Sudek: «La fotografía es rara, no debe desvelar mucho, tiene que dar pistas. No sé cómo es en otras artes, pero en la fotografía es así, debe insinuar y los que la miran deben imaginarse algo detrás de ella».

De una u otra manera la sugerencia se hace presente a lo largo de toda la muestra, ya que ambos tienen la capacidad de captar la fugacidad y hacerla parte de una exposición donde se aúnan una serie de imágenes que dan cuenta del compromiso y el respeto por un oficio que cada vez está más cerca de la alquimia y en eso, sin quererlo se topa el amor, ya que a pesar de que lleves años internándote en el laboratorio, jamás dejas de maravillarte con el alumbramiento de una nueva foto. Algo tan asombroso como ver que despiertas y a tu lado está tu compañero de vida que, para el caso de Luis y Fernanda, además se complementa con el profesionalismo de un oficio que se afianza en estas dos miradas que al fusionarse se prolongan más allá de ser pareja, y quien mejor que Luis Poirot para explicar esta tácita mixtura: “Son visiones que se complementan en su diversidad, como han sido nuestras vidas y es por eso que quisimos estar juntos en esta muestra y en este libro”.

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