Así como la longitud de los armónicos, entre dos seres que se aman, vibra en una sola cuerda, las formas de abordar el arte son perturbadoramente infinitas y es imposible predecir lo que vendrá, más si la ciencia, el diseño, la tecnología y la música cohabitan para hacer visible el comportamiento del sonido.
Las artistas Manuela Donoso (Santiago, 1982) y Luisa Pereira (Montevideo, 1983), basándose en el trabajo del matemático y físico francés Jules Lissajous –quien en el siglo XIX logró hacer rebotar un haz de luz mediante espejos montados en diapasones–, vieron una posibilidad de advertir de manera distinta la visibilidad, elevando un puente entre el vibrato del fenómeno sonoro y su representación, asimilando lo dicho por Teodoro W. Adorno cuando afirma: “A la música le es esencial exigirse a sí misma más de lo que puede dar. Por ser arte, la música está presa en esos lazos que ella misma desea cortar”.
The Harmonic Series, en cierta medida se encarga de romper las ataduras de la invisibilidad, entregando inquietantes respuestas, tal como si cambiara la polaridad perceptiva y en vez de no ver o mejor dicho, sólo oír, aparece ante los ojos del espectador un espectro que va mutando según varía también su vibración.
Un ejercicio dónde los armónicos se abren a que el público no se quede en la pasividad contemplativa de la obra, sino que sea un participante activo tanto de la percepción, como de una tácita complicidad capaz de crear una jerga armónica, entre quien toma el micrófono y activa mágicamente todo un sistema que proyecta de forma palpable lo que la acústica desea develar. Sutil alucinación que amplía los límites de la dimensionalidad desplazando lo tradicional y estático por lo dinámico. En un juego de frecuencias y armonías donde la voz humana sale de la caverna dentada y se transforma en una creación artística que inevitablemente lleva a pensar en Maslow cuando dice : «Si tu única herramienta es un martillo, tiendes a tratar cada problema como si fuera un clavo».
No obstante, la maleta de herramientas va más allá, sirviéndose del recurso técnico y a la vez siguiendo un necesario proceso de búsqueda y aprendizaje desde que ambas artistas fueron parte del Programa de Telecomunicaciones interactivas de la Universidad de Nueva York, establecieron una consecuente mirada que redunda en la implementación de un software reactivo al sonido desarrollado en Processing, junto a impresiones en 2D y 3D, éstas últimas expresadas en tres magníficas esculturas en resina fotopolímera donde la armonía se aproxima como una acústica aparición que se dilata, se contrae y se propaga, ondulando hasta el espacio mismo de la alocución dual. Sintomatología donde confluyen lo análogo y lo digital sin una supremacía, sino sosteniendo un diálogo paralelo que casi sin percatarse desencadena series de voces y helicoidales formas que reverberan, titilan o se quedan viendo a quien las mira, absolutamente impertérritas o tal vez a la inversa.
Da igual, el fenómeno sonoro es infinito y se nutre de nuevos y más accesibles caminos para hacer que cada percepción sea particular, tal cual un arpegio que combinado armónicamente te entrega una escala de sensaciones donde la curiosidad juega un papel fundamental.
Quien observa tiene espacio para repensar cómo las vibraciones de las partículas, al transformarse en ondas sonoras, terminan en una curva que evidencia por qué esta muestra –que ya estuvo en el año 2014 en el festival FILE (Brasil) y en la Bienal Kosice (Argentina)–, ahora cierra la exhibición de la 4ª muestra de la sala Anilla del MAC, en Santiago de Chile.
Abriendo un pasadizo necesario entre disciplinas que se complementan para crear no desde la exuberancia de la monumentalidad, sino en la simpleza del eco y la forma, casi como un poema o un haiku, haciendo de la gutural respiración todo un código que parte en lo más básico: el sonido. Acabando en el asombro del simbolismo con que se interviene la realidad y la ficción, en un ilusionismo plástico indispensable, como cuando se ve el arte como una analogía estética con la capacidad para resignificar el ruido hasta alcanzar la forma, tal cual como un óvulo y un espermio se unen para dar vida.
Esta vez como un simulacro que se replica insistente, donde la intencionalidad de ambas artistas se remite a la obstinación de petrificar el momento, fijar el sonido reiterando ese trance que va de la memoria ecoica a la icónica, reconociendo en ello una ambigüedad de lenguaje difícil de precisar, pero que gracias a la intuición de una diseñadora Manuela Donoso y una ingeniera en sistemas y músico, Luisa Pereira, y por sobre todo a la investigación en torno a la gráfica del sistema de ecuaciones paramétricas podemos constatar incluso los principios de la conservación de la masa de Laovoisier, expuestos en el siglo XVIII y que se refieren a que: “la materia ni se crea ni se destruye, sólo se transforma”.
Intentar un nuevo ordenamiento no es fácil, ya que te sitúa al filo del error, pero el riesgo tiene su recompensa y aquí el resultado lo demuestra de manera real y con creces. Dándose el lujo de jugar con el visitante que no sólo transita entre lo consonante y lo disonante, sino más bien se ve expuesto a una atmósfera de sensaciones sonoras y ópticas que en cierto modo hacen temblar tu marco de referencia, ya que desde allí es lícito preguntarse cómo se verían representados tus gritos de dolor, los gemidos de placer y ese imperceptible último suspiro o quizás ese impertinente disparo y el postrero ulular de una sirena que pudiese llegar a ser parte de una futura serie armónica, que relate instantes de nuestras vidas, disímiles e inquietantemente asombrosas.