Una británica revolucionó el retrato y hoy, al conmemorarse 200 años de su nacimiento, se exponen dos magníficas retrospectivas hasta febrero del 2016 en el Museo Victoria & Albert y el Museo de la Ciencia de Londres. Además se está viralizando una campaña para que Julia Margaret Cameron aparezca en el próximo billete de 20 libras.
El que la Reina Victoria hiciese alargar los manteles de palacio para que cubrieran las patas de las mesas, ya que según su peculiar visión incitaba a los hombres a recordar las piernas de las damas, puede dar una idea de por qué la castidad era una virtud a resguardar y las relaciones sexuales se mantenían bajo estrictos fines reproductivos. Relegando a la mujer a un rol de exclusivo sometimiento y del cuidado de sus hijos y el hogar. En ese escenario surge Julia Margaret Cameron (Calcuta 1815 – Sri Lanka 1879), británica perteneciente a la férrea sociedad burguesa, a la que al cumplir 48 años le obsequiaron una cámara fotográfica de madera con un objetivo marca Jamin. Regalo demasiado oneroso para la época, pues equivalía a varios meses de salario de un obrero o campesino y un hecho fortuito que modificó rotundamente su historia, convirtiéndola en una pionera de la fotografía mundial, ya que las más importantes galerías y museos han expuesto sus obras, como el MOMA, el Metropolitan Museum of Art de Nueva York y hoy el Museo V&A de Londres.
Pese a haber tenido una refinada educación junto a su abuela en Francia, esta hija de un militar escocés y una francesa de ascendencia aristocrática, se casó –cumpliendo la tradición– con Charles Hay Cameron, un connotado jurista veinte años mayor con quien tuvo seis hijos y otros tantos adoptados, quienes compensaban esas prolongadas ausencias de un marido que debía velar por sus plantaciones de té, café y caucho que mantenía en Asia. Si bien Julia vivió en India hasta los 33 años, luego se trasladó con su familia a la Isla de Wight al sur de Inglaterra, donde desarrolló gran parte de su obra (1864 -1874), en la mansión “Dimbola Lodge”, cuando el viejo gallinero y el depósito de carbón pasaron a ser estudio y cuarto oscuro. Hecho plasmado en el libro Anales de mi casa de cristal (1874), donde señala que: “Todas las manos simpatizaron con mi nuevo proyecto y la sociedad de gallinas y pollos pronto se convirtió en un grupo de poetas, profetas, pintores y doncellas hermosas”. Era conocido que frecuentaran su casa, John Ruskin, Charles Darwin, G. F. Watts, William Holman Hunt, John Everett Millais, William Michael Rossetti, Edward Burne-Jones, Henry Longfellow, Lewis Carroll, Oscar Rejlander y su mentor Sir John Herschel, físico y astrónomo inglés que acuñó el término fotografía, “dibujar con luz”, y que además la instó a perseverar en este enigmático pero incansable oficio que ella superó con creces; tanto en la toma como en el complejísimo revelado hasta lograr la impresión en papel de albúmina.
En pocos meses dominó el colodión húmedo, técnica que modificó el soporte y los tiempos de revelado desplazando al daguerrotipo, dándole autonomía al trabajo de Cameron a quien no le intranquilizaban las rayas, marcas y manchas en las placas. Motivo por el cual además de ser criticada, no fue aceptada en “London Photographic Society”. Aun así, no dejó de privilegiar lo genuino y estético a lo técnico y lo que demostró diciendo: “El proceso de creación es un proceso de entrega y no de control”, y que se sustenta con la observación de la curadora del Museo V&A, Marta Weiss, cuando afirma: “Fue la primera persona en tomar fotos deliberadamente fuera de foco”.
Su porfía iba aún más lejos. Experimentó con barridos, con la profundidad de campo, alternó con distintos lentes. No paró en la búsqueda de claroscuros, probó con tonos e intensidades de luz. Hasta en el revelado insertó una lámina de vidrio entre el negativo y el papel para obtener una imagen difusa, casi desvanecida. Un halo profundamente intimista.
A través del “flou”, dotó al retrato de un recurso que al restarle nitidez encaró la apatía imperante. Empeñada en rescatar el alma creó atmósferas entre poéticas y divinas dando un giro al pictorialismo fotográfico, montando representaciones escenográficas y alegorías marcadas por el influjo de pintores prerrafaelista. Generó narrativas escenificadas casi espectrales que abordan de igual modo lo humano y lo divino, lo mitológico y lo sacro.
Hizo gala de su versatilidad e ilustró Los Idilios del Rey, libro del poeta Lord Alfred Tennyson, recurriendo a su familia, a modelos, a sirvientes e intelectuales, caracterizados como míticos personajes o de secuencias bíblicas, ya que en ella primó un claro objetivo, “enaltecer la fotografía y asegurarme de que fuese un arte noble”, comentaba la artista, pero a partir de personas. No se le conocen naturalezas muertas o paisajes. Sus focos temáticos siempre fueron el tableau vivant o narraciones escenográficas y el retrato, donde se afanó en mostrar el temple del fotografiado o estado de ánimo. Cambió las tomas de cuerpo entero y planos generales por planos medios cortos, primeros planos e incluso primerísimos planos con los que alcanzó una verosimilitud indescriptiblemente mágica y lo recalcó sin empacho, «cuando fotografiaba hombres que le parecían geniales, para ella era como si estuviera rezando”.
Registró del mismo modo a la intelectualidad londinense, como a gente común. Un tercio de su trabajo fueron mujeres. Un periplo iniciado en 1864 con el retrato de Annie Wilhelmina Philpot, dio pie para que Cameron se diese maña para armar verdaderas apuestas escenográficas indicando a los modelos no sólo cómo posar, sino también para reparar en los decorados, en sus atuendos, incluso en sus peinados, hasta enmarcar su obra junto a Anna Atkins, Clementina Hawarden, Clarence Hudson White, Gertrude Kasebier.
Lo más paradojal fue que en 1866, Julia Margaret Cameron le escribe a Sir Henry Cole, fundador del Museo Victoria & Albert para proponerle exponer su trabajo. “Son fotos que lo van a electrificar de gusto y sacudirán al mundo”, cuestión que anhela provocar aun hoy.