“La visión de lo invisible, o más bien la sugestión de tal visión, puede construir no la materia
de una ilusión sino la materia de una creación del orden poético”.
En el marco del 1er ciclo de Colección en Diálogos, coordinado por el Museo de Arte Contemporáneo de La Boca, en Buenos Aires-Argentina, Gabriel Chaile (1984) presenta la muestra Cosas que ojo no vio, una puesta desde la cual reflexiona sobre el ejercicio del trabajo del artista, a partir del diálogo con obras de la colección de Fundación Tres Pinos.
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Dentro de este contexto, Chaile presenta una instalación site-specific titulada 70 veces 7, una obra de cuatro toneladas construida con hierro y 2000 ladrillos, que dialoga con las obras Paisano con hornero de Antonio Berni y Rua 1980 de León Ferrari. Con esta obra, el artista tucumano manifiesta su interés por las ciencias y las artes, la naturaleza, el conocimiento humano y el misterio, desde una construcción atravesada por referencias teológicas, antropológicas y artísticas.
“Detenernos en la superficie de las cosa
Puede permitirnos entrar en los terrenos abstractos de la forma
Esos aspectos misteriosos que definen a las cosas”.
– Gabriel Chaile
El detenimiento que plantea Chaile señala, incluso desde el título de la muestra, la manera de recorrer este espacio y el guiño de una presencia, que a su vez refiere a un algo invisible, es decir a aquellas cosas que nadie ha visto, ni ha oído y ni siquiera pensado – considerando con esto la referencia bíblica a 1 Corintios 2:9, que el mismo artista manifiesta-.
En este sentido, esta idea que refiere a un intangible, a un terreno abstracto configurado a partir de formas e imágenes, nos trae al recuerdo la facultad de visibilizar lo invisible, la “facultad de captar objetos inexistentes, que revela un carácter extraño y un tanto inesperado del pensamiento”. Una facultad de la mente que Clément Rosset desarrolla en el libro Lo invisible (2014), sugiriendo además, con esto, la posibilidad de existencia de un esbozo con infinidad de rostros inexistentes que “nos hace pensar en ese esbozo y nada más (…) un rostro que nadie ha visto ni verá jamás”. Un trance que oscila entre lo místico de la experiencia y lo pragmático de las formas.
Así, el diálogo de Gabriel Chaile con Antonio Berni y León Ferrari se nos presenta como una conversación invisible, producida en el marco de una escenificación que remite al origen natural y a los oficios animales, en este caso del hornero, que la humanidad replica sin reparo; al futuro como posibilidad y como bien a resguardar y a las consecuencias de los actos de creación del hombre, sugeridas por las “arquitecturas imposibles” de Ferrari. Una conversación invisible, inexpresable e inexistente que Gabriel Chaile insinúa a partir de su producción.
Según palabras de la curadora Paula Carrella, la “sala de exhibición se plantea como un sitio de reunión y meditación”. Así, un sitio en el que es posible otra forma de pensamiento y de acercamiento a la realidad, a lo no visible. Un ambiente construido como metáfora que refiere a un oficio y que apunta, primeramente, a ser el contenedor que unifica y vincula, que abriga individualidades perdidas; fragilidades expresadas a partir de una presencia protegida; o la pieza artística, también bajo resguardo, por ser la que más vocifera un modo de trabajo, el origen natural de otra de las artes.
En esta línea, se puede considerar que la funcionalidad de esta conversación invisible refiere desde su despliegue a una construcción poética –hilvanada con el hierro de lo ficticio y lo literal-, la cual se erige con la responsabilidad asumida de proteger lo intangible y que promete, a quien se entregue a la experiencia, cosas que nadie ha visto, ni ha oído, y ni siquiera pensado. Una conversación que alberga las distintas entonaciones de sus interlocutores y las vincula dentro de un relato imaginado.