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“El color es un medio para influir

directamente en el alma”

– Wassily Kandinsky.

Decretar un modo de percibir el arte ciertamente es imposible, en especial si llegado el momento debes impostar aquello que los sentidos traslucen y por fuerza remitirte a un análisis que parezca concienzudo, para dejar en el aire esa sensación de engolada erudición. Ante lo cual prefiero hacerme el desentendido y sumarme a aquellos que desde la curiosidad van a visitar el Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA) entre el 15 de diciembre 2021 al 6 de marzo 2022, y se encuentran en la sala Matta con la exposición Modernidad, cálculo y divergencia de Francisco Méndez Labbé (Santiago, 1922-2021).

Seguramente, al igual que a mí, les sorprenderá gratamente ya que se muestra la vasta trayectoria de un artista al que nunca se le ha puesto la debida atención, en parte quizás porque para él exponer no fue tema. De hecho, realizó sólo dos exposiciones en su vida, y curiosamente en el mismo museo en 1972 y el 2002. Así y todo, destacó por un particular manejo cromático, entendido como un fenómeno consustancial que el mismo remarcó: “A dibujar se puede aprender, pero el sentido del color es innato”. Óptica que lo acompañaría siempre, incluso por ser un iniciador en cuanto a estudios sobre el color junto a Eduardo Vilches y Matilde Pérez, traspasando los límites de lo tradicional e inclinándose por el arte moderno y la abstracción. Todo sumado a una importante labor académica, la que se reconoce en una multiplicidad de aportes referidos al arte y que son una consecuencia de su viaje a Francia, país en cual vivió entre 1959 y 1969, donde profundizó su trabajo pictórico como discípulo de Henry Goetz y Georges Vantongerloo.

De regreso en Chile, fue uno de los fundadores de la Escuela de Arquitectura y del instituto de Arte PUCV, del Teatro de Ensayo de la PUC, junto con haber participado en la creación de la Ciudad Abierta de Ritoque, impulsado del proyecto Amereida y dirigido el Museo a Cielo Abierto, convocando a artistas nacionales a pintar los muros de Valparaíso en 1991. Consecuentemente, con lo que él llamó “la pintura no albergada”, y evidenciar el hecho de entender el marco como un límite cultural.

Un creador que para muchos es totalmente desconocido, pero que supo crear una alianza entre el color, la materialidad y la técnica

Por tanto, Modernidad, cálculo y divergencia, para quienes estamos viendo de cerca el arte, sin duda hacen justicia a un creador que para muchos es totalmente desconocido, pero que supo crear una alianza entre el color, la materialidad y la técnica. Tratamiento base de su expresión en el cual adquiere especial relevancia el uso del puntillismo, en función de un espacio donde impera por excelencia la naturaleza con su correspondiente reflejo como un proceso de pensamiento donde afloran paisajes oníricos, que de partida convocan a los sentidos. Algo que según pasa el tiempo se acentúa cada vez que crea un conjunto de paisajes inconscientes que tanto para él como para el observador son difíciles de imaginar sin esa manifiesta inclinación por lo sinuoso y por esos curvilíneos mensajes potenciados por un colorido vibrato, conformado por una práctica cromática donde tienen un capítulo aparte los complementarios.

No por nada Marc Chagall afirmaba que: «Todos los colores son amigos de sus vecinos y amantes de sus opuestos». Algo que Méndez Labbé, no sólo asimiló, sino los hizo sus perfectos aliados para repoblar un territorio tan fértil como sugerente, donde las connotaciones adquieren tantos modos de ser interpretadas que no es justo anclarlas a una sola dimensión. Además, porque están siempre cortejadas por formas que siguen una rítmica cadencia. Una conceptualización que coincide de plano con su formación de arquitecto, porque se encuentra con esa permanente búsqueda por lo armónico. Un ejemplo que se amplifica todavía más al detenernos en esa seguidilla de obras que responden a esta sostenida, pero versátil forma de abordarlas, las que van mutando de manera gradual, lo que se constata en el uso del temple al huevo y óleo sobre tela, el grabado, la técnica mixta (tempera y tinta) sobre papel de seda, hasta llegar a la pintura digital, lo que evidencia su preocupación por la explorar con pigmentos y técnicas que le dan forma y cuerpo a una exhibición, que como apunta su curador José de Nordenflycht, se centra en contextualizar el paso del artista por distintas etapas, idea que además se refuerza con extractos del documental Francisco Méndez. Pintura No Albergada de Claudio (Xhinno) Leiva, que se exhibe a la entrada de la sala.

Hasta donde yo entiendo, Modernidad, cálculo y divergencia además de mostrar la evolución de Méndez Labbé, da cuenta de su contundencia en un espacio expositivo que nos ayuda a entender un cuerpo de obra que a su vez deja entrever la sensibilidad de un artista que apoyándose de lo sensorial acuñó su propio lenguaje, mediante dislocados desplazamientos de colores y formas. Múltiples efectos que, pese a lo caprichoso, captan la atención del espectador activando las múltiples resonancias visuales que habitan en su inconsciente. Evocando desde lo más primigenio a lo más sublime, pero claro está, como un eco que reverbera en nuestro imaginario, que aflora toda vez que uno se aproxima a entender ese juego de la abstracción mezclado con ese innato sentido del color que el artista le imprime y lo hace único.